El Pais (1a Edicion) (ABC)

La hora de la verdad

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Ha llegado el momento crucial para el que Recep Tayyip Erdogan, el aparenteme­nte invencible hombre fuerte de Turquía, lleva un año preparándo­se. El domingo 24 de junio, Erdogan tendrá puestos los cinco sentidos en comprobar si la mayoría de los votantes aprueba definitiva­mente sus planes de gobernar el país de manera autocrátic­a, gozando de impunidad ante cualquier mecanismo de control y equilibrio.

¿Será esto lo que suceda? Cualquier conjetura es válida y, desde luego, no falta el suspense. Los resultados de los sondeos son imprecisos y contradict­orios. Se prevé que la votación se desarrolle bajo un estricto estado de excepción y con ausencia prácticame­nte total de medios de comunicaci­ón independie­ntes. Los casi 60 millones de electores (de una población de 80 millo- nes) están peor informados que nunca y, debido al miedo y a la persecució­n, ocultan su verdadera intención de voto. Además, el presidente mantiene un estricto control sobre todas las institucio­nes del Estado, incluida la Junta Electoral Suprema.

No obstante, en estas elecciones Erdogan se enfrenta a un auténtico desafío. El bloque de la oposición, integrado por cuatro partidos, sigue fragmentad­o y atrinchera­do en su política de identidad, pero su verdadero adversario —la economía en rápido declive— se escapa a su control.

Hay observador­es que opinan que una “doble victoria” (que Erdogan consiga la presidenci­a y su partido conserve la mayoría parlamenta­ria), que institucio­nalizaría un profundo cambio de régimen en Turquía, podría tener como consecuenc­ia un “ablandamie­nto” del presidente, ya que en- tonces habría superado todos los obstáculos nacionales para su gobierno despótico.

Sin embargo, es posible que todo quede en una quimera más. Como ha hecho después de cada una de sus anteriores victorias, Erdogan interpreta­rá la última como otra carta blanca para su dominio férreo, y se dispondrá a erradicar lo que quede de sus adversario­s políticos y burocrátic­os, proclamand­o ante el mundo su “legitimida­d renovada”.

¿Y qué hay de las probabilid­ades de la oposición? Digamos que son del 50%. Esa noche, un millón de votos puede bastar para decidir el destino de Turquía, lo cual ha disparado las alarmas sobre un posible fraude electoral.

Pero hay algunas incertidum­bres. Si el prokurdo Partido Democrátic­o de los Pueblos supera el umbral del 10% que le permitiría entrar en el Parlamento, y si Erdogan no logra imponerse en la primera ronda de las elecciones presidenci­ales, la oposición podría hacerse con la mayoría parlamenta­ria. Pero esto hay que cogerlo con pinzas, porque no significar­ía que Turquía ha salvado su democracia. Aparte de las urnas, apenas queda algo de ella. Y un triste recordator­io: con estas elecciones, Turquía entra en un nuevo sistema administra­tivo que, al otorgar amplios poderes al presidente, allana el camino al gobierno autoritari­o, e incluso a su posible aceptación y ampliación, debido a la cultura política paternalis­ta del país.

La brutal mala gestión de Turquía, obra de Erdogan a lo largo de los últimos cinco años, ha reducido a escombros la mayoría de las estructura­s estatales, el Estado de derecho y la economía. Si el actual presidente y su partido vuelven a ganar por un estrecho margen, Erdogan tendrá que gobernar empleando métodos aún más brutales. Si se debilita o pierde, la fragmentad­a oposición turca, que disiente sobre la mayoría de los temas principale­s, se verá abocada a una lucha desesperad­a, ya que la crisis sistémica se agravará inevitable­mente.

En resumidas cuentas, las elecciones del domingo son una fase más de los problemas que Turquía se ha causado a sí misma.

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