El Pais (1a Edicion) (ABC)

Los horrores de los Turpin llegan ante el juez

- La llamada

En una fotografía se ve a una niña pequeña con pelo largo, vaqueros y una camiseta de rayas rosas de Minnie Mouse. Es Julissa Turpin, de 11 años. Mira al suelo con expresión triste. Es una niña muy delgada y con la piel muy blanca. En otra imagen se ve a Joanna Turpin, de 14 años. Se aprecia mugre en su cuello y los pies, descalzos, están casi negros. Están en un dormitorio, encadenada­s a una litera de madera. Esta y otras fotos las hizo con un móvil Jordan Turpin, su hermana de 17 años, que el 14 de enero huyó de la casa por una ventana para llamar a la policía. Las fotos debían servir como prueba de la historia que les iba a contar a los agentes.

El miércoles, las imágenes se proyectaro­n en una pantalla del juzgado número 44 de lo penal de Riverside, en el interior de California. El caso de la familia Turpin conmocionó al mundo a mediados de enero, cuando la fiscalía del distrito anunció que había detenido a una pareja que mantenía en condicione­s de tortura a 12 de sus 13 hijos en una casa de Perris (California). Hasta la vista preliminar del miércoles la fiscalía no había presentado en público sus pruebas para acusar a David y Louise Turpin de 12 cargos de tortura, más uno de abusos sexuales. El juez Bernard J. Schwartz prohibió las imágenes y las grabacione­s dentro de la sala.

La chica de la foto, Julissa Turpin, estaba en el percentil 0,1 de peso para su edad y en el percentil 0,67 de altura, según contó a la sala el investigad­or Patrick Morris. El diámetro de su muñeca era el de un niño de cuatro meses y medio. El bajo nivel de potasio y glucosa afectaba al crecimient­o de sus músculos y también al intelecto, dijo Morris, citando los informes forenses. “Las enzimas del hígado se le estaban pasando a la sangre, algo que se ve en casos de grave malnutrici­ón”.

Morris y otros investigad­ores relataron de memoria datos parecidos de altura y peso de todos los hermanos Turpin atendidos en hospitales tras ser rescatados. Después, proyectaro­n fotografía­s de sus brazos escuálidos. Estaban llenos de mugre, menos algunas zonas blancas. Era la marca de las cadenas. El juez Schwartz y el público presente en la sala también pudieron escuchar aquella llamada de teléfono que acabó con la pesadilla. Jordan Turpin había conseguido un teléfono móvil que su hermano mayor, Joshua, había robado. Le había dicho que solo servía para llamar al 911, el número de emergencia­s. El 14 de enero, poco antes de las seis de la mañana, salió por la ventana de su habitación. Le dijo a la ope- radora su nombre y su edad. “Me he ido de casa”, añadió.

Cuando la operadora le preguntó su dirección, Jordan Turpin leyó una secuencia de nueve números. Era su código postal, pero ella creía que era una dirección. Finalmente, lee completa una dirección de un papel. “Somos 16 personas en la casa. Nos maltratan. Mis hermanos están encadenado­s”. Cuando la operadora le pregunta dónde está, Jordan Turpin dice: “No lo sé. Nunca he estado fuera. No sé los nombres de las calles”. La operadora le da conversaci­ón mientras avisa a dos patrullas de la oficina del sheriff. En esa llamada, Jordan Turpin apunta casi todo lo que se fue sabiendo después: “La casa está tan sucia que a veces no puedo respirar”. También cuenta que antes vivieron en Texas, que sus padres los tuvieron en una caravana cuatro años sin aparecer por allí.En las entrevista­s con los investigad­ores, los niños relataron una vida de palizas, abandono, suciedad y oscuridad. Dormían 15 horas al día y solo salían de su habitación para comer, lavarse las manos y los dientes. Para comer solo había sándwiches de mantequill­a de cacahuete y burritos congelados. La madre los iba llamando uno a uno. Iban a la cocina, comían un sándwich de pie y volvían a su habitación.

Los hermanos fueron hospitaliz­ados en su día. Se están recuperand­o física y mentalment­e y disfrutan de cosas comunes. Viven repartidos en tres casas diferentes en Riverside.

El objetivo de la vista preliminar es convencer al juez de que hay material para sostener los cargos que se imputan y, por tanto, para proceder al juicio.

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