El Pais (1a Edicion) (ABC)

El terror gana inteligenc­ia

- Buenas taquillas

Corren nuevos tiempos para el cine de terror. Atrás quedan la casquería, el torture porn o los sustos. Bienvenida­s sean la subversión, la critica social y el miedo inteligent­e. Todas ellas son expresione­s de un mismo género, las películas de miedo, pero tras años en los que dominaron las numerosas secuelas y copias de fenómenos como Saw, nuevos títulos como Déjame salir, Un lugar tranquilo y la recién estrenada Hereditary han dado la vuelta al paradigma. Tienen hasta su propia etiqueta en las redes: #elevatedho­rror. Así se define el nuevo cine de terror más inteligent­e.

Los ejecutivos de Hollywood llevan un tiempo atentos a películas como Babadook (2014) o La bruja (2015), porque es un miedo sabio que asusta y da dinero en la taquilla a la vez que gusta a los críticos. A él se han aficionado nuevas productora­s como A24 o Blumhouse, sellos independie­ntes que buscan pro- Con lentitud ceremonial, la cámara se desplaza de una cabaña en un árbol a una imponente mansión, cuya arquitectu­ra racionalis­ta parece camuflar un alma de mausoleo o caserón gótico. En el interior de la casa, una maqueta en miniatura propone una diabólica mise en aby- ductos de bajo coste, pero con calidad y que lo califican como un “miedo artístico” que recuerda a clásicos del género como El resplandor o La semilla del diablo. De hecho, Hereditary es celebrada en las redes con memes que recuerdan uno de los momentos más terrorífic­os del fil- me, que se corona cuando el objetivo se acerca a una de las habitacion­es a escala para mostrar al padre de familia entrando para despertar a su hijo. El deslumbran­te arranque de Hereditary, opera prima de Ari Aster, parece obsesivame­nte diseñado para que el espectador no confunda este trabajo con una película de terror al uso. De hecho, ese prólogo podría sugerir tanto una reescritur­a de El hundimient­o de la casa Usher dibujada por ChrisWare como la adaptación de un hipotético manus- me de Stanley Kubrick, o calificada como El exorcista de la nueva generación. Sin embargo, su director, Ari Aster, ve Hereditary como un drama familiar en el que se desata el terror.

“Nunca pensé en términos de género. Fue la forma de financiar la película”, reconoce el ci- crito perdido en el que David Foster Wallace intentase infectar de trampantoj­o posmoderno los espacios de El resplandor de Stephen King.

Al mismo tiempo, la secuencia establece las claves estilístic­as de una película donde encuadres y juegos de escala se pondrán sabiamente al servicio de la desorienta­ción del espectador. Y, por supuesto, no hay buen juego formal que no sirva al fondo: las empequeñec­idas figuras humanas en el espacio se desvelarán, a medida que avan- neasta, que a los 31 años dirige su primer largometra­je.

John Krasinski ya había dirigido antes dos filmes, pero ahora le ha llegado el éxito con Un lugar tranquilo, que lleva recaudados casi 279 millones de euros en la taquilla mundial con un 95% de críticas positivas según ce el relato, como perfecta obertura y síntesis poética para una historia sobre una familia que vive atrapada en algo que la sobrepasa, la precede y la contiene, como una herencia ancestral.

El fallecimie­nto de una matriarca con trastienda activa la pesadilla en este trabajo que limpia al género de todo lugar común para explotar situacione­s de alto potencial angustioso: ¿acaso no supera cualquier rutinario susto de posproducc­ión la sostenida angustia de un joven que, tras consumir marihuana en una fiesta, tiene que conducir por una carretera oscura mientras su hermana menor sufre un ataque de asma en el lugar tranquilo Muchas constantes se mantienen en esta reciente ola del terror. Aster destaca que es la mejor forma, si no la única, de que los nuevos realizador­es metan la cabeza en la industria. Por esa puerta han entrado multitud de directores europeos y sudamerica­nos. Y desde los tiempos de Freaks la obra maestra que Tod Browning rodó en 1932, dos cosas están aseguradas con cualquier película de terror: su bajo coste y elevado rendimient­o, incluso en el peor caso.

La taquilla de Hereditary palidece frente a los más de 850 millones de euros que suman las ocho entregas de la franquicia Saw, pero la mirada cambia si se considera que Hereditary costó 8,6 millones y lleva 25 recaudados desde su estreno el 8 de junio en EE UU. En comparació­n, Ocean’s 8 arrancó con 35 millones en la taquilla estadounid­ense tras costar 129 millones.

Otras dos claves de este tipo de trabajos son la subversión y la experiment­ación, como bien aprovechó el año pasado Jordan Peele, otro novato que por cerca de cuatro millones de euros realizó un fenómeno social: Déjame salir. Recaudó 220 millones en la taquilla mundial y logró cuatro candidatur­as a los Oscar, llevándose —el propio Peele— la estatuilla al mejor guion original.

El boca a boca defiende ahora sendas merecidas candidatur­as al Oscar para la silenciosa Emily Blunt de Un lugar tranquilo y para los desgarrado­res llantos de Toni Collette en Hereditary. Pero en toda la historia de la Academia de Cine de Hollywood solo 14 títulos de terror han recibido una nominación para sus intérprete­s a pesar de que el reparto en este género impulsa el éxito de la película.

“Nunca habría hecho género por el hecho de ser género”, comenta Collette a este diario. La actriz buscaba algo ligero para su siguiente trabajo. “A cambio, encontré un estudio psicológic­o, una voz nueva y valiente en este género y en el cine en general”. asiento trasero? La heterodoxa narrativa con la que se resuelve una secuencia clave, culminada con el desgarrado llanto de una Toni Collette en la que a ratos parece rugir el fuego del infierno, representa la inventiva constante con la que se va desgranand­o este relato sostenido sobre los cimientos de la verdadera perturbaci­ón.

Si el cine de terror está viviendo una nueva edad de oro, la primera película de Ari Aster parecía predestina­da a ser su catedral. Solo el modo en que, al final, se recurre a la palabra para cerrar el relato compromete la cualidad enigmática de su imponente construcci­ón.

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