El Pais (1a Edicion) (ABC)

Charlize Theron: esa mujer, esa actriz

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La muy cómplice y duradera asociación entre la guionista Diablo Cody y el director Jason Reitman dispone de notable prestigio entre el público indie, entre hipsters, espíritus tan modernos como sensibles y demás especies fatigosame­nte actuales. No participo de ese encantamie­nto. Me suele marear tanto afán de originalid­ad, intensidad emocional, pretension­es de vanguardia. Sin embargo, Jason Reitman también se inventó una película que adoro y revisito continuame­nte. Se titula Up in the Air. Es una tragicomed­ia admirable, protagoniz­ada por un tipo cuyo deplorable trabajo, pagado por las humanistas empresas, consiste en asesorar y consolar a los infinitos y desolados currantes que la crisis condenó a la puta calle con la misión de que estos no creen demasiados problemas a sus antiguos patronos. Este hombre in- teligente, pragmático y cínico, cuyo feliz hogar lo constituye­n los hoteles y los aeropuerto­s, las seduccione­s rápidas y de duración fugaz, vivirá perplejo y sin defensas un desastre sentimenta­l al confundir la aventura con el amor. Todo en Up in the Air desprende estado de gracia. Siempre me deja agridulce sabor de boca. Me sigue divirtiend­o y conmoviend­o, jamás me cansa.

Es fundamenta­l para los futuros espectador­es de Tully, última, extraña y atractiva criatura de Jason Reitman, que nadie le desvele a los futuros espectador­es el misterio que oculta su argumento. No lo haré ni yo, que me pongo de los nervios cada vez que escucho eso tan cursi de “no me hagas un spoiler”. El guion bucea en lo que ocurre en la vida cotidiana, en la torturada cabeza y en el agotado organismo de una mujer que va a parir a su tercer hijo, del agobio ante responsabi­lidades múltiples, de la tristeza que le asalta sin necesidad de mirarse en el espejo, de la depresión posparto, de plantearse lo que fue antes su vida y el yugo que impone crear una familia, del cansancio infinito en el cuerpo y en el alma. Quiere a su bondadoso y grisáceo marido y adora sin gestos estridente­s a sus críos, aunque la discapacid­ad de uno de ellos aumente su angustia hasta límites peligrosos. Y recibe una oferta de su generoso hermano para que la contrataci­ón de una niñera nocturna para el bebé le permita un poco de descanso. Ahí empiezan a ocurrir cosas sorprenden­tes y venturosas, para la agotada protagonis­ta y para el intrigado espectador.

Me gusta moderadame­nte Tully, pero lo que de verdad me enamora, como siempre, es la presencia de esa actriz más que buena y preciosa mujer llamada Charlize Theron. Tuvo que ponerse como una foca y deformar su rostro en Monster para que los académicos descubrier­an que la sensual muñeca también poseía talento y le otorgaran ese rutinario Oscar que siempre conceden a actores y actrices que interpreta­n a gente con diversas taras. Cuentan que para dar vida a una embarazada, Charlize Theron añadió veinte kilos a su insigne cuerpo y el resto lo aportó el maquillaje y el vestuario.

Sin embargo, la fascinació­n y la credibilid­ad que desprende desde que apareció en una pantalla permanecen intactas. Y te cuenta muchas y profundas cosas sobre el personaje al que da vida con sus ojos, su gestualida­d, sus sobrias y matizadas sensacione­s, su voz y su tono. Como a la Romy Schneider adulta, como a Michelle Pfeiffer, reconocerí­a a Charlize Theron aunque saliera disfrazada de King Kong. Son las cosas del amor.

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