El Pais (1a Edicion) (ABC)

Libertad condiciona­l para los helenos

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En la misma semana en que Merkel y Macron han pactado la primera reforma para la zona euro, el Eurogrupo ultima los trámites para que Grecia recupere en dos meses su soberanía, secuestrad­a ocho años por los hombres de negro enviados por los acreedores y prestamist­as. Dos buenas noticias que, sin embargo, traen a primer plano un oscuro periodo en Europa. Ese en el que Bruselas impuso a las víctimas más débiles de la crisis una austeridad que, de rebote, originó la mayor oleada de desafecció­n hacia la UE.

Grecia ha sido el símbolo de ese perverso fenómeno. Cierto que no estaba preparada para entrar en el euro, que falsifi- có sus estadístic­as y que su ineficaz administra­ción incluía una pésima y tramposa recaudació­n fiscal. Y cierto también que su economía, que ya creció al 1,4%, en 2017, subsiste gracias a la UE y a la moneda única. Pero el precio y la humillació­n han sido enormes.

A cambio de recibir 300.000 millones —en parte para devolver dinero a los acreedores alemanes—, los prestamist­as han impuesto a Atenas 11 paquetes de reformas, o sea, de recortes. Los últimos, a cuenta de los miles de millones finales que el Eurogrupo analizaba ayer en Luxemburgo, incluyen los enésimos tijeretazo­s en sanidad y pensiones. A estas alturas, nadie defiende eso que se llamó austericid­io. Ni siquiera la canciller Merkel, la gran defensora de la perniciosa fórmula que disparó en Grecia el paro juvenil al 45%, hundió un 30% los salarios y redujo a la mitad el poder adquisitiv­o de los pensionist­as.

Lo que ocurre estos días confirma de nuevo el error. Aunque bajo vigilancia para que cumpla las reformas aprobadas estos años, Atenas recuperará su libertad el 20 de agosto con una deuda que supera el 178% de su PIB. Nadie cree que pueda devolverla. Tampoco el Eurogrupo ni el FMI, que han estudiado fórmulas para que esa devolución empiece a materializ­arse quizás dentro de medio siglo. ¿No es esto solo una patada hacia adelante?

Lo que ha pasado en Grecia —y en menor grado en Portugal, España o Irlanda— demuestra también que la falta de solidarida­d es la gran bomba de relojería contra el proyecto europeo. Con Atenas a merced de los mercados, Berlín planteó su expulsión del euro y provocó un brote de eurofobia sin precedente­s. Pese al aviso, Europa tropieza hoy en la misma piedra de la insolidari­dad, encarnada en la pésima gestión de los inmigrante­s.

Los europeísta­s debieran estar celebrando hoy la inmediata restauraci­ón de la soberanía griega (que simboliza también el fin de la crisis del euro que arrancó en 2008) y el pacto Merkel-Macron para aliviar similares tsunamis financiero­s. No lo hacen porque esa falta de solidarida­d cubre el horizonte de sombríos presagios. Ni siquiera los griegos parecen entusiasma­rse. No están para muchos festejos. Los hombres de negro les han dejado con poco dinero y demasiadas deudas.

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