El bucle infinito de la austeridad
Aunque las manifestaciones ya no llaman la atención a nadie en Atenas, la que protagonizaron a comienzos de semana miles de pensionistas ante el Parlamento griego, ese manifestódromo que se asoma cada tanto a los telediarios envuelto en una lluvia de gases lacrimógenos, da una medida del abismo insondable al que los tres rescates financieros han precipitado a Grecia: los jubilados —2,5 millones de personas cuyas pensiones se llevaban, hasta la aparición en escena de la troika en 2010, el 18% del PIB, una cifra récord entre los países de la OCDE— sufrirán el año próximo el recorte efectivo número 14 en sus ingresos (un 9% de media y hasta el 18% para algunos casos).
La merma será uno de los souvenirs que dejará la salida del rescate, prevista para el 20 de agosto, que el Gobierno presenta, junto con el acuerdo sobre la denominación de Macedonia, como su principal baza de cara a una convocatoria electoral que, si nada se tuerce, tendrá lugar en septiembre de 2019, al término de la legislatura. Nadie, en los días de vértigo del verano de 2015, cuando el primer ministro, Alexis Tsipras, convocó un referéndum sobre las condiciones impuestas por la troika para el tercer rescate —sensiblemente más duras que las de los dos anteriores—, podría haber imaginado que los rescates morirían de muerte natural, y no vía Grexit.
Los 14 tijeretazos de pensiones en apenas ocho años establecen también una palmaria relación causa-efecto: si los rescates, y sus consiguientes recetas de austeridad, pretendían remediar fallos estructurales del Estado griego —la corrupción, el clientelismo que engordó hasta la elefantiasis la artrítica Administración, la falta de un catastro o el renqueante fisco—, sus consecuencias las están pagando muy caro —yseguirán haciéndolo— los grie- gos, sobre todo la clase media, yugulada por los ajustes.
Ya en 2012 se calculaba que cada ciudadano, por mor de la deuda (más del 180% del PIB), adeudaba, sin excepción, de los neonatos a los moribundos, 30.000 euros por cabeza. Sólo por el hecho de ser griego, es decir, un sujeto de presente apretado y futuro a expensas de ulteriores ajustes: el Parlamento griego aprobó la semana pasada la últimalista de acciones demandadas por los acreedores para bendecir la definitiva revisión del rescate, Una de las peores consecuencias de la crisis ha sido la descapitalización profesional y académica. Desde que empezó la crisis, unos 250.000 licenciados —según los datos que maneja el Centro Nacional de Documentación (EKT, en sus siglas griegas)— se han marchado al extranjero, con un pico de 200.000 en el tramo más agudo de la crisis, entre 2012 y 2013. “Hay profesores, científicos, profesionales [griegos] altamente cualificados en 140 países. Si en 2008 había 7.854 académicos griegos en universidades extranjeras, en 2015 eran 141.200”, explicaba en marzo en Atenas Evi Sajini, directora del EKT; “en España eran 286 en 2008 y 713 en 2017”. El pormenorizado mapeo que realiza el EKT ha permitido establecer contacto con muchos de los expatriados, con la intención de invertir la fuga de cerebros y recapitalizar talento muy necesario para la recuperación del país. Según un estudio de ICAP People Solutions publicado esta semana, casi la mitad de los expatriados interrogados llevan más de tres años trabajando fuera. Un tercio de ellos no se plantea volver a Grecia de forma definitiva por dos razones: la falta de meritocracia y la corrupción.