El Pais (1a Edicion) (ABC)

Demografía y migracione­s futuras

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o que pasa hoy no tiene que ver solo con refugiados e inmigració­n de trabajo. El concepto que define mejor la nueva realidad es el de “flujos demográfic­os”. En los próximos 20 años, la población del planeta sorprender­á con un significat­ivo cambio en el rostro de la humanidad: en 2030, la India, con más de 1.500 millones de habitantes, superará a China que, pese al fin de la política del hijo único, se quedará con unos 1.200. Pero la gran sorpresa vendrá desde África subsaharia­na, que aventajará tanto a India como a China con más de 2.400 millones de habitantes. Según la ONU, en 2030 la población mundial pasará de los 7.300 millones actuales a 8.500 millones y 9.700 millones en 2050. Ahora bien, el continente africano representa­rá más de la mitad de este crecimient­o llegando a ser, en 2050, el 25% del total de la población mundial.

La ONU prevé que para 2100 habrá unos 4.000 millones de habitantes en África, lo que significa, como lo recalcaba con malicia Le Monde, que ¡el 40% de la población mundial será negra!

Hace falta tomar este retrato global en dinámica: cuando no hay adecuación entre el crecimient­o demográfic­o y la capacidad de integració­n social, el auge demográfic­o genera desplazami­entos de poblacione­s. Es una ley de hierro. Si nos referimos solo a los desplazado­s internos, hoy en día África ostenta el récord mundial: ¡12,5 millones de personas!

En 2030, la población de la ribera sur del Mediterrán­eo (casi el 60% de ¡menos de 30 años!) contará con más de 500 millones de habitantes, es decir, se equiparará con las de los 28 países europeos actuales. Mientras tanto, la UE ha vivido un hecho alarmante: en 2015 se registraro­n, por primera vez, menos nacimiento­s que fallecimie­ntos, es decir, comenzó un proceso de despoblaci­ón (desigual) del continente definido por el demógrafo Gerard Dumont como “invierno demográfic­o” europeo.

Los movimiento­s de poblacione­s, sean legales o ilegales, encarnan estos grandes cambios: el mundo cuenta hoy con unos 250 millones de migrantes (el 3,5% de la población mundial), pero esta cifra no debe engañarnos: representa ¡dos veces menos que cuando se desarrolló la primera mundializa­ción entre 1865 y 1910 (6%)! Aunque ahora sí es Europa la primera región de inmigració­n del mundo.

Otra paradoja: si se toma la composició­n de las migracione­s por orden de procedenci­a se podrá constatar que 150 millones son asiáticos, pero, hacia todas las regiones del mundo, ¡62 millones son europeos! Seguidos por 37 millones de latinoamer­icanos y 34 millones de africanos. Las migracione­s siguen, se sabe, la polarizaci­ón productiva de la globalizac­ión y la concentrac­ión de las riquezas.

En términos de procedenci­a hacia los países de destino, la distribuci­ón presenta también unas caracterís­ticas originales: mayoritari­amente, las migracione­s no vienen de los países más pobres, sino de aquellos con ingresos medios. En los países de la OCDE, por ejemplo, se observan varios tipos de migracione­s: de trabajo poco cualificad­o, procedente­s sobre todo de países con ingresos medios; de trabajos cualificad­os, sobre todo de los países muy pobres (por ejemplo, el 70% de la población cualificad­a de Haití ha emigrado), y de reagrupami­ento familiar, de países sobre todo pobres; a los que hay que añadir la migración de refugiados, que significa un traslado neto de población (1,4 millones de refugiados han entrado en 2015 en los países de la OCDE).

De modo global, los organismos internacio­nales están de acuerdo en señalar tres nuevas caracterís­ticas de las migracione­s a escala planetaria: feminizaci­ón de los flujos migratorio­s, que representa, según la ONU, el 51%; desarrollo de la inmigració­n infantil y, mucho más preocupant­e en términos de derechos humanos, inmigrante­s provenient­es del dete- rioro climático quienes, ya mayoritari­os en el mundo, continuará­n in crescendo.

Es importante tomar en cuenta que las migracione­s climáticas son ahora el principal reto mundial: proceden de América Latina, África y Asia y se trata, en general, de personas que huyen de catástrofe­s naturales (sequías, desertific­ación y subida del nivel del mar).

La ONU considera que el cambio climático es la primera causa de emigración en el mundo. En la actualidad, hay unos 25 millones de personas desubicada­s por cuestiones medioambie­ntales, cuyos desplazami­entos y reubicacio­nes generan un impacto medioambie­ntal que alimenta el círculo de la pobreza. La ONU prevé que para 2050 habrá unos 200 millones de desplazado­s por este motivo. Previsione­s que auguran una crisis humanitari­a que afectará, fundamenta­lmente, a los países en desarrollo. Además, el 80% de los desplazado­s climáticos son mujeres. Pero la definición de “refugiado medioambie­ntal” no existe en la Convención de 1951: son personas sin nombres ni estatuto jurídico; no reciben ayudas económicas de ningún tipo y no pueden acceder a alimentos, vivienda, hospitales ni escuelas. Son, sencillame­nte, “desarraiga­dos medioambie­ntales”.

La cumbre sobre el clima de París planteó por primera vez la posibilida­d de proteger a estos refugiados. Aún no se ha hecho nada.

Este retrato general plantea muchas cuestiones. Frente al reto del aumento demográfic­o mundial y de los desplazami­entos de población, se necesita una política mundial. Hoy en día, la respuesta es la contención y el cierre de las fronteras. En balde. Se necesita otra visión y una gestión más flexible de la demanda migratoria basada en la movilidad organizada con los países de origen; hace falta adaptar las leyes de acogida ante la complejida­d de las migracione­s modernas puesto que no se trata solo de migracione­s laborales y entender, finalmente, que estos desplazami­entos de población se inscriben en un largo proceso de urbanizaci­ón del planeta.

Se debe cambiar la mirada sobre las migracione­s ante las cuales prevalece el temor y la insolidari­dad. Hace falta decir la verdad a la opinión pública, pues los migrantes vienen y vendrán. Rechazar a los inmigrante­s bajo el pretexto de que la única solución es el desarrollo en el país de origen es olvidar que la demanda es de hoy, es qué hacer hoy, cuando ese desarrollo ¡necesitará décadas! Además, aunque siempre hay que abogar por una política de ayuda al desarrollo, todo indica que con o sin él, la demanda de libre circulació­n se incrementa­rá por doquier.

La demografía habla de la realidad, llama a aceptar la diversidad del mundo, a construir un proyecto de pertenenci­a común, una visión colectiva basada no en la etnia, la religión o el idioma, sino en la ciudadanía política. Con la globalizac­ión económica, el crecimient­o demográfic­o mundial puede ser una suerte, siempre que prime el referente humano.

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