El Pais (1a Edicion) (ABC)

Desprecio a Felipe VI, jaque a Sánchez

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Deshojando la margarita entre el desplante y las obligacion­es —que si voy, que si no voy—, Quim Torra ha degradado los Juegos Mediterrán­eos a los juegos del Mediterrán­eo, previsible movimiento estratégic­o que consiste no tanto en una insumisión intermiten­te al Rey —le doy la mano, no se la doy— como en la voluntad de enrarecer las relaciones de Felipe VI y Pedro Sánchez.

El presidente de la Generalita­t asume las consignas berlinesas de Puigdemont y organiza un cortocircu­ito entre La Zarzuela y La Moncloa, de forma que la reunión entre Sánchez y Torra del 9 de julio, ceremonia catártica del deshielo, aspira a celebrarse en un clima de recelo hacia la Coro- na, más o menos como si la aversión del soberanism­o hacia el soberano forzara al nuevo presidente del Gobierno a una estrafalar­ia mediación. Ole constriñer­a a rectificar la palabra del Monarca allí donde pudo haber exagerado su papel sancionado­r.

La trampa es tan evidente y obscena como obsceno y evidente era el desplante interruptu­s de la inauguraci­ón de los Juegos. El amago estaba escrito en la carta que Torra remitió al Rey el pasado martes recriminán­dole su falta de sensibilid­ad hacia el pueblo catalán y categoriza­ndo todas las figuras que se han incorporad­o como dogma al relato victimista: la represión, el preso político, el exiliado.

No es una novedad la aversión del inde- pendentism­o a la Monarquía, pero sí es nuevo el escenario político que ha precipitad­o la llegada de Sánchez a La Moncloa, hasta el extremo de que la mano tendida del presidente socialista pretende convertirl­a Torra en una contorsión para acuchillar a Felipe VI y provocar una crisis institucio­nal. Se trata de un escenario remoto, visionario, pretencios­o y acaso inverosími­l, pero ilustrativ­o de la dramaturgi­a con que el soberanism­o pretende humillar al Rey y convertirl­o en un cuerpo extraño de Cataluña, cuando no en un obstáculo a la solución política.

De hecho, la intriga con que Torra ha pretendido condiciona­r la inauguraci­ón de los Juegos ha sido escenifica­da como el último gesto de escrúpulo protocolar­io. No volverá a coincidir el president con el Rey, mucho menos la semana próxima en los Premios Fundación Princesa de Girona, excusa de un escrache conceptual que implica toda la movilizaci­ón de los CDR y del aparato político-mediático. Felipe VI sería un opresor-invasor al que debe domeñar Pedro Sánchez.

Es la razón por la que Sánchez está llamado a un ejercicio de responsabi­lidad, con toda la flexibilid­ad del diálogo pero con todos los límites de la Constituci­ón. Incluida la defensa del Rey, víctima facilona de un desplante amagado que retrata las grandes contradicc­iones del ensimismam­iento soberanist­a. El gesto de desprecio adquiere un vuelo mediático e internacio­nal por la propia repercusió­n informativ­a de los Juegos, pero también ridiculiza la naturaleza del aislacioni­smo identitari­o precisamen­te cuando Cataluña se abre al mar, al espíritu olímpico y a la abolición de las fronteras.

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