El Pais (1a Edicion) (ABC)

Condena al “expolio sin límite” de la depuradora de Valencia

- Cajas de billetes

La Sección Primera de la Audiencia de Valencia dictó, en total, penas que suman 97 años, ocho meses y ocho días por los delitos de malversaci­ón, cohecho, prevaricac­ión y falsedad en documento oficial y mercantil. El fallo, contra el que cabe recurso ante el Tribunal Supremo, impone el pago de indemnizac­iones por el importe del dinero defraudado.

Los jueces consideran probado que los responsabl­es de la planta, y a menor escala empleados y proveedore­s, cargaron a la sociedad la compra de joyas y otros artículos de lujo, pero también de baterías de cocina, ordenadore­s, ropa interior o el libro de Mario Conde Memoria de un preso. Pasaron 300.000 euros en facturas de marisquerí­as y asadores y otro tanto en viajes familiares al extranjero y noches en hoteles con prostituta­s. Emarsa fue utilizada, además, para enchufar a decenas de personas, varias de la cuales solo iban a cobrar. Los cuatro principale­s directivos —Esteban Cuesta (12 años y medio de cárcel), Enrique Crespo (10 años), José Juan Morenilla (nueve años) e Ignacio Bernácer (tres años y medio)— se repartían cada mes cajas llenas de billetes. Cuesta, enfermero de profesión y último gerente de Emarsa, nombrado por la exregidora de Valencia Rita Barberá alcalde pedáneo de Benimàmet, confesó así ante el tribunal cómo fueron los siete años que pasó dirigiendo la depuradora: “Se nos fue la mano y cogimos hasta el codo”.

La Generalita­t triplicó entre 2004 y 2010 los fondos que inyectaba a la empresa, dedicada a depurar las aguas residuales de Valencia y 30 municipios de su área metropolit­ana. A pesar de ello, la situación patrimonia­l de la sociedad se fue haciendo cada vez más insostenib­le, hasta que en 2010 se declaró en quiebra y fue liquidada. El servicio fue privatizad­o y adjudicado a Aguas de Valencia. El agujero de 17 millones que dejó el presunto desfalcó provocó una súbita subida del recibo del agua.

El lodo, el subproduct­o que genera la depuración del agua que corre por las cloacas, se convirtió para los responsabl­es de la empresa pública en una mina de oro. La empresa pública, señalan los jueces, abonaba por el tratamient­o el doble del precio real y sus directivos se repartían la diferencia.

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