La gran potencia latinoamericana elegirá el próximo domingo nuevo presidente. EL PAÍS inicia una serie de reportajes en los que analiza los desafíos y las necesidades que afronta México para el próximo sexenio
nald Trump o incluso el imprevisto no al proceso de paz en Colombia—, la victoria de López Obrador y la irrupción del Morena como fuerza predominante en el Congreso evidenciará el fin del sistema tradicional de los partidos políticos. Desde 1988, el tablero político mexicano ha girado mayormente en torno a tres formaciones: el PRI, el partido hegemónico; el PAN, como principal opositor desde el centroderecha y el PRD, que consiguió aglutinar apoyos en el centroizquierda. Todo esto ha saltado por los aires. Si la victoria de López Obrador en su tercer intento por alcanzar Los Pinos será la noticia del próximo domingo, no será menor la trascendencia del más que probable desplome del PRI. No ya porque su candidato, el primero en la historia que no milita en el partido, quede en tercer lugar, como vaticinan los sondeos. La pérdida de poder local, tanto en municipios como en gobernaciones —las encuestas solo le dan posibilidades de victoria en uno de nueve— augura una batalla en el seno del PRI demoledora. Por un lado, para hacerse con el control del partido, pero, sobre todo, para evitar que el Morena absorba las bases de sus rivales, en la medida en que no pocos consideran a López Obrador como el único priista en la contienda.
En el centroderecha, la batalla ya está servida. La apuesta de Ricardo Anaya por el Frente, la coalición del PAN, PRD y Movimiento Ciudadano, abrió una herida en el partido conservador que, lejos de cicatrizar, ha crecido con los meses. Todo lo que no sea un triunfo dentro de una semana hace insostenible una alianza que, en cualquier caso, nunca pudo plasmar la retórica con la que se creó. Si la reconfiguración del PAN será ardua, el PRD iniciará una travesía en el desierto, en la medida en que el Morena capitalizará el mayor abanico de la izquierda, a costa, eso sí, de otorgar un apoyo desmedido a Encuentro Social, un partido evangélico ultraconservador, con quien se ha aliado para llevar a López Obrador al triunfo.
Más complejo de discernir es cómo afrontará el próximo presidente los retos más evidentes. Ninguno de los candidatos, en tres meses de campaña, ha logrado definir un plan para reducir los niveles de inseguridad, los más altos que se recuerdan en las últimas dos décadas. Para atajar la corrupción y la impunidad, López Obrador enarbola su honestidad como el único antídoto. La necesidad de mantener estable la economía ante la amenaza de ruptura del Tratado de Libre Comercio (TLC) o definir el papel de México en el mundo en la era Trump, serán otros de los principales desafíos del presidente que resulte de la elección del domingo. Unos comicios en los que México votará, por encima de todo, que no aguanta más.