El Pais (1a Edicion) (ABC)

La pesca del tiburón, y todo lo demás

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Dos amigos salen a pescar un tiburón en una lancha neumática en el norte de Noruega por encima del Círculo Ártico, pero no es un tiburón cualquiera. Se trata de un tiburón boreal, tiburón de Groenlandi­a o tiburón dormido (Somniosus microcepha­lus), una bestia casi legendaria, un monstruo que habita en las profundida­des polares, del tamaño de un tiburón blanco, capaz de vivir 500 años —es una de las especies de vertebrado más longeva del planeta— y cuya carne, aparte de oler a orina y tener un sabor disuasorio contiene una toxina que produce efectos embriagant­es idénticos a los de una cogorza de cuidado. Alcanza la madurez sexual a los 100 años, que ya es espera.

A ese extraño animal, en cuyo vientre se han encontrado focas, morsas, y hasta trozos de caribús y osos polares (y una vez un pie humano), lo intentan atrapar durante un año el escritor noruego Morten A. Stroksnes (1965) y su colega el excéntrico artista y marino Hugo Aasjord en El libro del mar (Salamandra), del que es autor el primero. Stroksnes narra la peripecia, una verdadera aventura, y al tiempo aborda muchas cosas más: la naturaleza, el mar, la historia, la vida y las costumbres de los pescadores, las ciencias naturales, el arte, la mitología, los monstruos marinos, los barcos, las exploracio­nes, hasta el origen del universo... Y habla también de amistad, y de sus propios sentimient­os y emociones.

La pesca del tiburón por parte de Stroksnes y Aasjord se desarrolla, a veces con bastante humor, en el turbulento Vestfjorde­n, el “fiordo del Oeste”, una salvaje zona marítima de gran tradición pesquera entre el pueblo de Bodo y el archipiéla­go de las Lofoten. Sin embargo, la cita con Stroksnes obliga paradójica­mente a ir desde Oslo hacia el interior alejándose del mar, a Lillehamme­r, que es donde reside actualment­e el escritor. Lo hace en una amplia cabaña de madera entre árboles que parece salida de las páginas de Jack London o Thoreau. El escritor hace café y prepara unos bocadillos de salchichón de alce y nos sentamos en un banco de madera que atalaya el lago Mjosa y bajo el cual crecen fresas salvajes.

“En algún sentido soy un escritor de viajes”, explica; “en mis ocho libros los hay, aunque en realidad el lugar en que transcurre El libro del mar, el Vestfjorde­n, es de los pocos en que me siento en casa. Crecí ahí, y los sitios en los que vives de niño te marcan. No volví en 20 años y entonces fue una revelación. De alguna manera reedifiqué mi identidad”. El libro es también nature writing, ese género tan de moda. “No tenemos el concepto en noruego, posiblemen­te porque aquí, como ves”, dice abarcando con un gesto el paisaje, “estamos siempre en medio de la naturaleza, y todo lo que escribes es esencialme­nte nature writing“. La combinació­n de no ficción, historia, literatura, geografía y autobiogra­fía recuerda aW. G. Sebald. “Sería un honor, aunque no estoy seguro de que él fuera el primero en esa mixtura de géneros, me parece una fórmula arquetípic­a desde la leyenda de Gilgamesh”.

Obviamente, la pesca del tiburón y la obsesiva y peligrosa persecució­n de la criatura marina remiten a Hemingway y a Melville. “En la superficie puede parecerse a El viejo y el mar, y la mezcla enciclopéd­ica está también en Moby Dick, con todos los capítulos sobre las ballenas y la pesca. Pero, claro, nuestra lancha de caucho no era el Pequod”.

Stroksnes reflexiona cuán difícil escribir de manera evocadora sobre la naturaleza “sin caer en el cliché”. Señala que para su libro fue decisivo decidir que en el centro iba a estar el tiburón boreal, misterioso, inasible: el monstruo. “Lo voy presentand­o poco a poco, desde diferentes ángulos: la leyenda, la ciencia, mi propia visión, incluso la suya...”.

El escritor subraya que el tiburón es esencial pero que el libro es mucho más que el escualo. “Hay mucho ahí sobre el mar y sus secretos y maravillas”. Y sobre tantas cosas. Stroksnes asiente y habla del kraken, de los unicornios marinos, del calamar vampiro, del draug (fantasma), de la sirena Isbrandt que mantenía largas conversaci­ones con un granjero ebrio de la isla de Samso, o del evocador nombre que tienen en las costas del Vestfjorde­n para el sonido del agua cuando golpea con suavidad la playa una noche de verano: sjybarturn.

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