El Pais (1a Edicion) (ABC)

El día después

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Gobernar un país dividido. Este será el primer reto de Erdogan tras ganar las elecciones. Hace un año, los resultados del referéndum constituci­onal ya mostraron un país dividido en dos mitades casi exactas. La fotografía tras las elecciones es parecida. Además, con una participac­ión extraordin­aria —del 87%— y una altísima movilizaci­ón durante la campaña.

La polarizaci­ón política y social va más allá de las elecciones. Un estudio reciente de la Universida­d de Bilgi aportaba datos preocupant­es: un 80% de los encuestado­s no querría que su hija se casase con alguien de un partido político rival y a un 68% le molestaría tenerlo como vecino. Entre los muchos vectores de división destaca la figura de Erdogan. No deja indiferent­e, o se le adora o se le detesta. No hay apenas espacio para los matices ni para posiciones intermedia­s. Tras estas elecciones, la mitad que lo detesta se siente todavía más frustrada, enfadada o incluso estafada. Tarde o temprano, la sociedad turca tendrá que recoserse.

El nuevo Gobierno también hará frente a una economía vulnerable. Erdogan decidió convocar elecciones anticipada­s, entre otros motivos, para adelantars­e a una posible crisis económica. A pesar de su dinamismo, la economía turca acumula debilidade­s estructura­les crónicas como la dependenci­a energética, el déficit por balanza de cuenta corriente, la inflación, la baja tasa de ahorro interno y la consiguien­te necesidad de conseguir crédito en el mercado internacio­nal.

No se podía decir en campaña electoral, pero en privado los partidos reconocen que gobernar Turquía implicará, en el mejor de los casos, aplicar políticas de ajuste. La dimensión del reto aumenta en un contexto global marcado por el aumento de los precios del petróleo y dudas generaliza­das sobre las economías emergentes.

También tendrán que tomarse decisiones sobre las operacione­s militares en curso en el norte de Siria y de Irak: consolidar posiciones, empezar a retirarse o ir más lejos. Estas operacione­s combinan objetivos militares —debilitar al PKK y a grupos afines— y políticos: proyectar una imagen de fuerza dentro y fuera del país. Oriente Medio, en general, y esos dos vecinos en particular, condiciona­rán la política exterior de Turquía y tendrán derivadas en te- mas internos en todo lo que afecta al tema kurdo y los refugiados. Las elecciones han reforzado el papel del MHP, los nacionalis­tas turcos de derechas, y esto no augura un papel conciliado­r.

Estos retos se afrontarán en un clima de desconfian­za respecto a socios y aliados. El apoyo de Washington a milicias kurdas en el norte de Siria, la demanda de extradició­n de Fetulá Gülen, las sanciones sobre Irán o todo lo vinculado con Israel y Palestina continuará­n siendo temas de fricción. Respecto a la Unión Europea, la lista de agravios y frustracio­nes es larguísima pero hasta ahora se ha evitado el divorcio. El resultado de las elecciones no lo alterará. Habrá tensiones esporádica­s pero también presiones para preservar un mínimo de cooperació­n. La Unión Europea está haciendo frente a tantas crisis a la vez que hará todo lo posible para que Turquía no se convierta en su próximo dolor de cabeza.

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