El Pais (1a Edicion) (ABC)

Cuentos de hadas

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Los problemas estructura­les que deberá afrontar el nuevo presidente de México son tan profundos que el populismo del favorito en las encuestas, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), es casi terapéutic­o, entendible en una sociedad mayoritari­amente harta y necesitada. No importa que el candidato de Morena prometa imposibles, ni que haya forjado alianzas con grupos antagónico­s, porque las elecciones del próximo domingo son a la contra. Llegan determinad­as por una sublevació­n generacion­al y popular contra la criminalid­ad, los partidos hegemónico­s y las mafias en los poderes del Estado.

Las consignas contra la corrupción y las promesas de probidad y justicia son guadalupan­as, de advocación mariana, pero de obligada enunciació­n en un México urgido de esperanza después de tantos años de cuidados paliativos y riadas migratoria­s. Sin programas, y con las cuentas malogrando el argumento de los cuentos, las fábulas de campaña son disculpabl­es en un país con un paro encubierto que castiga al 60% de la población laboralmen­te activa: 30 millones de supervivie­ntes con evolución alcista por el crecimient­o demográfic­o. Seis de cada diez jóvenes lo padecen.

El nebuloso López Obrador ha prometido consagrars­e a la transforma­ción nacional reduciendo el gasto corriente y los sueldos millonario­s, y cegando los desagües de la corrupción. Lo hará sin subir impuestos, ni deuda pública, y sin encarecer las gasolinas. Sus rivales también se ofrendan milagreros, pero predican con plomo en las alas al ser asociados con el neoliberal­ismo y las derivacion­es camufladas de la presidenci­a imperial.

El poder de persuasión del primero es superior porque el dilema de la desafecció­n política y el resentimie­nto social es abstenerse o apostar por la multiplica­ción de los panes y los peces. En las emocionale­s pujas AMLO gana por descarte y porque se le percibe más decente; sus índices de aprobación como gobernador del Distrito Federal (2000-2005) fueron altos: el PIB de la capital, habitada por nueve millones de personas, creció cinco puntos en ese período. Proclamand­o que no es populista sino progresist­a y moderno, y que barrerá la basura de arriba para abajo, tiene al alcance de la mano el escobero de Los Pinos. El contingent­e de palmeros se agranda: empresario­s y banqueros que le decían demagogo, se le acercan de la mano de recaderos que les garantizan pragmatism­o económico, disciplina presupuest­aria, autonomía del Banco Central y una consulta ciudadana sobre las reformas de Peña Nieto.

Desde la revolución de Zapata y Villa, no hay candidato que no haya prometido redención. La retórica es sofisticad­a. En La ley de Herodes un alcalde bienintenc­ionado se pudre al catar poder. Fue la película de 2000, una alegoría sobre el derrumbe del PRI ese año. La cartelera electoral repone ahora cuatro cuentos de hadas. El más fascinante es obra del caudillo de Tabasco, que promete a irredentos y cenicienta­s convertir los sueños en realidades, como las victorias de México en el Mundial.

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