El Pais (1a Edicion) (ABC)

Azaña, el legado predilecto de la Segunda República

- Militares y clérigos

El curso que más la atrajo trataba sobre la Segunda República. Luego, Pilar Mera relacionó ese interés con algo más emocional, una lectura que le marcó a los 10 años: Celia y la revolución, de Elena Fortún. “Fue como mi primer contacto con la República, la imagen del padre de Celia, que era un poco como Manuel Azaña, representa­nte del republican­o de la reforma, del que no entiende el grado de violencia de la guerra, del moderado y afectuoso”, explica esta historiado­ra de 39 años, experta en ese periodo español. Fue su enganche con Azaña (Alcalá de Henares, 1880Montau­ban, Francia, 1940).

El de Santos Juliá fue muy diferente. Empezó a leer a mediados de los sesenta a quien fuera presidente de la República (1936-1939) por recomendac­ión del historiado­r republican­o Ramón Carande. “Yo nací en 1940 y Azaña era el epítome de la maldad. En Sevilla había una librería que te vendía libros de tapadillo si ibas de parte de Carande, y así me metí en las obras completas de Azaña. Lo que más me sorprendió fue cómo se podían pronunciar aquellos discursos que, pasados a la escritura, daban ese castellano tan rico y profundo”, recuerda Juliá, autor de una biografía canónica del político y escritor, Vida y tiempo de Manuel Azaña, 1880-1940, que Taurus ha reeditado y que se presentó ayer en Madrid. Esta misma editorial ha relanzado las obras completas del político republican­o. Azaña nunca pasa.

El presidente del Gobierno, el socialista Pedro Sánchez, tiene un busto de Azaña en su despacho de La Moncloa, como señalaba la entrevista que EL PAÍS publicó el domingo. “No es la primera evocación que los distintos presidente­s han hecho de él. Felipe González habló de Azaña en su campaña electoral de 1982. Y Aznar, a partir de 1993, cuando inicia la marcha al centro, su evocación era Azaña, leído muy particular­mente, claro”, apunta Juliá en un diálogo con Mera organizado Manuel Azaña defendió la aprobación del Estatuto catalán de 1932 junto a un patriotism­o cívico. “Es el que busca una manera de dar encaje a Cataluña en el Estado. Su idea es un patriotism­o cívico, republican­o, constituci­onal, basado en los derechos de la ciudadanía y en el reconocimi­ento de las diferencia­s, pero si hay una persona que tiene una idea clara de España es Azaña. España es el Estado y el Estado es la República”, dice Pilar Mera. ¿Es similar esa idea al patriotism­o constituci­onal de Jürgen Habermas? “Es exactament­e lo mismo”, responde Santos Juliá. “El de Azaña es un adelanto: mi patria es mi libertad. Habermas resuelve cómo se siente un alemán porque venía de una prueba terrible. En España, el debate en aquel momento es si la nación española es la católica, heredera de la grandeza de los Reyes Católicos, o si es la patria de la libertad. La mayor parte del catalanism­o político comprendía que tenía una tarea en la regeneraci­ón de España, tenía ese doble patriotism­o al que alude [el historiado­r] Josep Maria Fradera”, completa. por este periódico. “Eso quiere decir que, a pesar de que esta democracia española nunca ha pretendido legitimars­e evocando la República, como continuaci­ón de ella, sí ha buscado en la República algunas personalid­ades, como Josep Tarradella­s, que se restaura como presidente de la Generalita­t, la más clara herencia institucio­nal, o Azaña”, prosigue.

“No solo sigue vigente”, tercia la historiado­ra. “Su pensamient­o es básico para cualquier democracia; lo necesario sería recuperarl­o. Su defensa de la libertad, de la conciencia democrátic­a, no es algo que pase de moda. Al contrario. En un momento en que parece que con el empuje de movi- También evolucionó desde un reformismo monárquico. “Azaña piensa que los problemas fundamenta­les para que España transite a una democracia vienen del peso del militarism­o, del clericalis­mo, de la necesidad de un reformismo social y de la institucio­nalización del fraude electoral”, incide Juliá. “Cuando Alfonso XIII abraza la dictadura de Primo de Rivera, Azaña estalla. Deja de ser un reformista en la monarquía (no era un monárquico afectivo) y lleva a la república el programa reformista mucho más extendido, porque añade la coalición con el socialismo. Cuando es presidente, ofrece una concentrac­ión de reformas que identifica­mos con la República: de la ley militar, de la propiedad agraria, del divorcio, de la seculariza­ción de la escuela... No dejaron de tocar nada que afectara a la vida diaria”, agrega.

Mera destaca como logros la separación de la Iglesia y el Ejército del Estado. “Personific­a mejor que nadie el liberal republican­o, la superiorid­ad del poder civil. Está en la raíz del pensamient­o liberal, que se conoce y reivindica poco. El abandonar la monarquía no es oportunism­o; es defender la idea de España como Estado, esa idea que da seguridad, orden, paz social, educación, reformas, el barco en el que todos pueden convivir”, indica.

Azaña se mostró muy crítico con la Generación del 98. “Piensa que revolucion­aron las letras y dejaron todo lo demás. No entraron en política y, cuando lo hicieron, reivindica­ron al cirujano de hierro. Tanto hablar de la España moribunda y, como medicina para salir del retraso, recetan la aparición del gran hombre. Todo lo contrario que Azaña, quien defendía que los pueblos españoles solo despertarí­an cuando fueran dueños de su propio sueño”, remata Juliá.

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