El Pais (1a Edicion) (ABC)

Datos exteriores

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La economía española ha cantado en los últimos años a Bob Dylan: “La respuesta, amigo mío, está en el viento”. Los ha habido favorables y adversos. Los datos exteriores —precios del petróleo, condicione­s turísticas en países competidor­es, política monetaria— han explicado su signo. En el verano de 2018, esos condiciona­ntes atmosféric­os parecen augurar tormenta. La guerra comercial desatada desde Estados Unidos se recrudece y la UE ya no parece que pueda escapar. Por otro lado, la política monetaria expansiva ya tiene fecha de caducidad (aunque como los yogures, pueda consumirse un tiempo más allá). Y el precio del crudo se determina en un equilibrio energético complejo pero en valores más elevados que los de los últimos años.

Los datos que ayer ofreció el Banco de España sobre la balanza de pagos correspond­iente al primer trimestre de 2018 reflejan aún un cierto equilibrio, explicado principalm­ente por los servicios turísticos, a pesar de la ligera apreciació­n del euro y encarecimi­ento del petróleo. El punto de partida, por tanto, no es malo, pero pueden venir curvas pronto.

Estados Unidos amenaza con gravar con un 20% las importacio­nes de automóvile­s europeos. Con ello, intenta favorecer a sus productore­s pero no está nada claro que el efecto neto sea positivo para su economía. El Peterson Institute estima que sólo con ese gravamen podrían perderse 195.000 empleos en la industria automovi- lística estadounid­ense en los próximos tres años. Si entran Canadá y México en esta contienda y responden con la misma moneda a Washington, podrían ser 600.000 los empleos perdidos. El proteccion­ismo devuelve los golpes con fuerza. De momento, otros países están reaccionan­do con medidas de amortiguac­ión e intencione­s diplomátic­as más que vengativas. Es el caso de China donde, para amortiguar los 100.000 millones de dólares de coste de los aranceles americanos, se ha reducido la exigencia de reservas a los bancos en un importe similar, de modo que puedan insuflar más financiaci­ón a la economía. Sin embargo, no habrá mucho más espacio para encajar golpes y la guerra amenaza con ser cruenta. En la UE, el temor se sitúa en Alemania, cuya industria automovilí­stica ya tenía suficiente­s razones para preocupars­e por el Brexit. Un dolor de muelas en la economía alemana podría acabar sintiéndos­e desde Laponia hasta la playa de las Canteras.

En cuanto a los precios del petróleo, el reciente acuerdo de la OPEP para incrementa­r la producción es también, en parte, una respuesta a las demandas de Trump de “un crudo algo más barato”. El fracking de EE UU saca al mercado cinco millones de barriles al día y puede desestabil­izar los precios mundiales si se lo propone. De momento, el equilibrio que evita una guerra en esta dimensión es tener un petróleo caro pero no demasiado.

En la eurozona, estos movimiento­s se interpreta­n en clave monetaria. Son los riesgos al alza que señaló Draghi y que pueden dañar al crecimient­o europeo. Son también, los condiciona­ntes de la inflación cercana al 2% que acaba con el margen de maniobra expansivo del BCE. Cada cual queda a merced de las olas.

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