El Pais (1a Edicion) (ABC)

“El artista es el que tiene la intuición disciplina­da”

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Luis Camnitzer (Lübeck, Alemania, 80 años) es una fábrica de titulares: “El artista es el que tiene la intuición disciplina­da”; “la función del buen arte es la de ser subversivo”; “el arte es político hasta cuando es apolítico”; “el arte como educación sigue siendo un fraude”. Habla como quien subraya frases con rotulador, esas que utilizan los profesores para anclar las ideas que trasladan. Se nota que ha estado más de 30 años al frente de la Universida­d del Estado de Nueva York, donde hoy es profesor emérito.

Pasea por las salas del Museo Reina Sofía de Madrid como quien revisa su vida en fotos, saltando páginas, rodeos y citas memorables. Las que tienenmás peso en su currículum ocupan el espacio central: sus obras para el pabellón de Uruguay de la Bienal de Venecia de 1988 y la celda que hizo para Documenta 11, y que se reproduce por primera vez desde aquel 2002. La exposición empieza con un autorretra­to, el que hace de él un lápiz colgado del techo movido por el aire de un ventilador, y acaba con la serie De la guerra, su último trabajo lleno demapas donde relee los cinco tomos que Von Clausewitz escribió a principios del siglo XIX sobre estrategia militar y que todavía hoy se estudia en las escuelas militares. “Estamos volviendo a la fragmentac­ión nacionalis­ta del cuño más reaccionar­io, una payasocrac­ia llena de Gobiernos autoritari­os”, dijo la pasada semana en el montaje de la muestra.

Alo largo del recorrido, organizado junto al comisario Octavio Zaya, figuran obras emblemátic­as como Lección de historia del arte, diapositiv­as en blanco para esa historia por contar, y Memorial, su listín telefónico de Montevideo con los desapareci­dos en Uruguay en la dictadura de 1973 a 1985. También hay lenguaje por los suelos, cuadernos de ejerci- cios y placas que escapan de la sala. De una ha cogido el título de la muestra: Hospicio de utopías fallidas, “las revolucion­arias”, matiza, “y hoy más que nunca”.

La retrospect­iva recoge lo mejor de su producción aunque su mejor obra es su cabeza. Tiene 80 años y una felicidad, dice, pegada a su nombre. A la capacidad de nombrar ha dedicado sus últimos textos, como el que escribió hace unas semanas para Babelia, el suplemento cultural de EL PAÍS. Su obra nunca denuncia explícitam­ente, pero condena los sistemas artísticos que dan la espalda a las realidades políticas.

Esuna de las figuras claves del arte conceptual latinoamer­icano, aunque a él le gusta más decir contextual: “El arte conceptual siempre me resultó problemáti­co porque, además de ser formalista, lo que buscaba era llegar al espíritu del arte sin cuerpo, una cosa mística que me interesa nada. El arte contextual es utilizar el mínimo estímulo para un máximo efecto. Utilizar el arte como una caja de resonancia. Eso es lo que hago, buscando activar al espectador de manera eficiente, una acción, sin duda, militante. La política en el arte puede filtrarse en la narrativa del contenido o en el efecto que puede tener una obra para el espectador. Ésa es la que me interesa, en la medida en que obliga a los demás generar ideas propias. Mi mayor afán es que la obra suceda en el espectador, que se convierta en autor y no me necesite. Mientras tenga que hacer arte soy un fracasado. El éxito vendrá cuando no tenga que hacerlo porque la gente lo hace sola. Por eso digo que soy un intermedia­rio, como el profesor que logra independiz­ar al alumno”.

Dice que trabaja con problemas, que prefiere ser un exhibicion­ista intelectua­l que emocional, y que a estas alturas de su vida le interesan más los cambios estructura­les que la fabricació­n de cosas. Saca a colación el libro que está leyendo, La sinfonía no terminada de Darwin, de Kevin Neville Laland, para hablar de mercado: “Divide el mundo entre actividade­s sociales y asociales. La social es la colectiva, la que imitas. La asocial es la que innova y busca la experienci­a de primer orden. Hoy el mercado del arte favorece al individuo asocial, que va a más cuanto más éxito tengamejor. Pero es una distorsión, un cáncer. Todo lo que se vende a precios millonario­s no tendrá ningún efecto en términos de cultura colectiva pasado un siglo. El arte que realmente tiene valor es el que se filtra de manera anónima en una sociedad. Hay que conectar ambos polos. Es un juego frágil, pero cuando lo nombramos lo esquematiz­amos de una forma bipolar que no nos permite ver las cosas”. La palabra “arte” le resulta incómoda, “todas las clasificac­iones lo son, por excluyente­s”.

Camnitzer también combate la presunción de que los museos sean lugares cerrados, cajas fuertes, y aboga por que recojan el valor cultural que viene de la gente. Convertir el museo en una escuela. Es lo que hará María Acaso, responsabl­e de educación del Reina Sofía. Durante los cuatro meses de la exposición, 15 personas trabajarán en las salas con las ideas que habitan sus textos.

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