El Gobierno critica a Iglesias por su visita a Junqueras
Los Presupuestos Generales se han convertido en un reflejo o en una resaca de la moción de censura a Mariano Rajoy. El pacto embrionario de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias aspira a convertirse en la puerta de acceso al ajetreo de los partidos soberanistas. No ya con el oportunismo del PNV en su posición de chantaje-bisagra, sino por la aversión que suscitan en la grey indepe Pablo Casado y Albert Rivera, cuyas posturas de combate al “golpismo” han precipitado un clima de reacción similar al que aprovechó Sánchez para destronar al antiguo anfitrión de La Moncloa.
Las diferencias de la coalición Frankenstein todavía crepitan. Y las obligacio- nes de Sánchez con el Estado le han obligado a neutralizar la reprobación de Felipe VI, pero los contratiempos no parecen distraer el camino a la cima de los Presupuestos. Frustrarlos, tal como pretenden ERC y el PDeCAT desde sus imposiciones maximalistas — la absolución de los reos, el referéndum de autodeterminación —, tanto implicaría un debilitamiento aritmético del Gobierno socialista como proporcionaría a la oposición conservadora la evidencia del fracaso del sanchismo.
Semejante perspectiva explicaría que los partidos soberanistas accediesen a relativizar sus ambiciones a cambio de otros placebos. Porque Sánchez les propone una expectativa política más confortable de cuanto supondría exponerse a una alternativa de Ciudadanos y el PP. Al independentismo le une el rechazo a “las derechas”, aunque la categoría ideológica bien podría aplicársele a los partidos conservadores de la entente sanchista (PNV, PDeCAT).
Será Iglesias el fontanero de la operación porque el líder de Podemos puede permitirse un lenguaje y una estrategia que le están prohibidas al presidente del Gobierno. Puede simpatizar Iglesias con el derecho a decidir, renegar del delito de rebelión, exigir la inmediata libertad de los políticos presos. Puede seducir a Junqueras con el énfasis social e izquierdista de los Al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez le incomoda que el responsable de Podemos, Pablo Iglesias, se reúna hoy en la cárcel de Lledoners con el líder de ERC, Oriol Junqueras. Ante la perspectiva de que Iglesias negocie un apoyo de ese partido a las cuentas públicas pactadas entre el PSOE y Podemos, Sánchez respondió: “Agradezco a Iglesias el apoyo a esta propuesta presupuestaria, pero le recuerdo que la negociación en nombre del Gobierno la hace el Gobierno”.
La visita ha provocado un rechazo casi unánime —desde el Gobierno y el PSOE hasta la oposición del PP y Ciudadanos—. La ministra de Hacienda, María Jesús Montero, insistió en que Iglesias “no es para nada un enviado del Gobierno”. “Yo no iría a negociar con nadie los Presupuestos a la cárcel”, dijo.
Fernando Martínez-Maillo, portavoz adjunto del PP en el Congreso, opinó que era “insultante” y “una vergüenza” la supuesta misión de avanzadilla de Iglesias para pactar los presupuestos con Junqueras y añadió: “Iglesias es un crack, el puto amo, el presidente bis al que vamos a tener que hacer las sesiones de control en el Gobierno”.
Albert Rivera, de Ciudadanos, también criticó la visita del secretario general de Podemos al líder de ERC encarcelado. “La sanidad, educación y las pensiones no pueden depender de un vis a vis en prisión. Es una humillación a los españoles”.
Iglesias precisó ayer que la cita la había pedido el propio Junqueras hace unos meses y en un intento de rebajar la tensión matizó que acude a la prisión para “hablar” y para “ver qué disponibilidades hay”. “A lo mejor no hay ninguna y no podemos hablar de nada”, señaló. Presupuestos. Y hasta puede explorar la reedición de un tripartito en Cataluña.
Descontado el apoyo del PNV con el txirimiri del autogbierno y obtenida en la celda de Junqueras la implicación de ERC, Puigdemont se perfila como el mayor escollo de la operación milagro, pero la perspectiva de una abstención, de un recurso neutral, de una tregua táctica, se antoja verosímil. Más todavía cuando el lema “echemos a Rajoy” se ha prolongado en una especie de “todo menos Casado y Rivera” que beneficia el tablero de juego de Sánchez.
Es una posición de ventaja la del presidente del Gobierno. Si gana, habrá resucitado a Frankenstein cuando parecía consumido en cenizas. Y si pierde, tendrá la ventaja de atribuir a la obstinación soberanista el rechazo de unos Presupuestos Generales fantasmagóricos cuyo voluntarismo y oportunismo los convertían en inaplicables.