El Pais (1a Edicion) (ABC)

El retrato real y las hormigas voladoras

- Sin consecuenc­ias

La Guerra de los 80 años. El nacimiento de los Países Bajos ace unos días estuve en el Centro Niemeyer de la ciudad asturiana de Avilés. Me deslumbrar­on los edificios que vi, porque no acababa de entender lo que tenía delante. Había barcos en la ría. Y el Niemeyer linda con la ría y con sus aguas industrial­es. Hacía una tarde nublada en Avilés, y caían algunas gotas de lluvia. Y estaba oscurecien­do. La explanada principal del Niemeyer me pareció un espacio inquietant­e, como un gran foro indetermin­ado, abstracto. El Niemeyer de Avilés tiene algo de arquitectu­ra enigmática. Tuve la sensación de que estaba dentro de un misterio del espacio. Seguía viendo los barcos de la ría. Estaba haciendo fotos. No sabía qué fotografia­r: si los barcos, que eran de color rojo ymeparecía­n muy atractivos, o el edificio conocido como la Cúpula, en cuyo interior había una exposición dedicada a Joaquín Sorolla. Se trataba de la espléndida colección de PedroMasav­eu.

Entré en la Cúpula y me sentí como si caminara por dentro de un programa informátic­o: los cuadros de Sorolla llegaban a mí no porque estuvieran colgados de una pared. No hay paredes en una circunfere­ncia. Los cuadros colgaban del aire, como si fuesen frutos del viento. Porque las obras se presentan en caballetes de cristal, en un diseño original de la arquitecta italobrasi­leña Lina Bo Bardi. Sentí una felici- dad inmensa al ver los cuadros como suspendido­s, levitando. Por fin el arte levita, pensé. La ligereza de los cuadros, la Cúpula, la circularid­ad, los colores radicales de la pintura de Sorolla me conmoviero­n. Me enfadé conmigomis­mo por no haber conocido antes el trabajo de Lina Bo Bardi. No entiendo por qué no haymás museos en el mundo que expongan sus obras pictóricas siguiendo los diseños fantástico­s de esta mujer. Me pregunté por el prestigio de Sorolla. A mí me gusta mucho Sorolla, pero no goza de la fama de otros ilustres pintores de su tiempo. ¿Por qué? Me enseñaron la famosa escalera de caracol de Niemeyer. Subí y bajé esa escalera varias veces no sin El incidente (sin consecuenc­ias) se suma a la caída y desgarro hace unos días del Cristo crucificad­o de Tiziano, cuyas causas no han sido aclaradas todavía por la institució­n. También en el Monasterio de San Lorenzo del Escorial. El gran cuadro se desprendió de la pared por el mal estado del anclaje, desde una altura de cinco metros. El presidente de Patrimonio Nacional, Alfredo Pérez de Armiñán, aseguró que “el lienzo llevaba anclado al yeso y sujeto por clavos muchos años”. Sin embargo, ese cuadro fue descolgado y enviado a la exposición El Renacimien­to en Venecia, del Museo Thyssen, en junio de 2017.

La exposición del Rijksmuseu­m celebra el 450 aniversari­o del inicio del conflicto de la guerra de Flandes y la obra en cuestión es “una de las pocas imágenes que han sobrevivid­o del hijo natural de Carlos V y la alemana Bárbara Blomberg, hermanastr­o de Felipe II y gran artífice de la victoria de Lepanto”. El general y estratega luce sobre su pecho el distintivo de la orden del Toisón de Oro. Un león, domesticad­o, aparece a sus pies. despertar alarma enmis anfitrione­s. Deseé tener una escalera así enmi casa, o incluso vivir en una escalera. Me llevaron al Auditorio, donde pude ver Desnudos, retrospect­iva del fotógrafo Spencer Tunick. Decenas de cuerpos desnudos fotografia­dos en los lugares más inclemente­s. Dicen de Tunick que sus cuerpos desnudos no ponen el énfasis en la sexualidad. No estoy de acuerdo. Para mí, persigue la exhibición de la sexualidad masificada, cuerpos de todas las proporcion­es, cuerpos obesos y cuerpos flacos. Borja Ibaseta, coordinado­r del Niemeyer, me dijo que Tunick buscaba cuerpos no canónicos, es decir, obesos. Vimos una foto en donde Tunick había retratado a su mujer desnuda. La esposa de Tunick, sin embargo, era de proporcion­es canónicas, es decir, delgada. Pensé que una cosa es lo que hacen los artistas en sus obras y otra lo que hacen en sus vidas. Me fui del Niemeyer completame­nte enamorado, con ganas de levitar, como los cuadros de Sorolla.

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