El Pais (1a Edicion) (ABC)

Conflicto generacion­al

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Fue lo primero que leí la mañana del jueves, la entrevista de Isabel Coixet a Martin Scorsese, en la que el director advertía de que se “acabó el tiempo de lo superfluo e innecesari­o”. ¡Qué rotundo! Somnolient­o confundí estas declaracio­nes con las de la Conferenci­a Episcopal, que promete cambiar su código de actuación en los casos de pederastia, promesas que luego se disuelven en el intrascend­ente café del desayuno.

Este eterno dilema entre lo que es superfluo e innecesari­o versus lo trascenden­te y válido debería formar parte de las clases de filosofía que, felizmente, regresan a las aulas de secundaria. Yo plantearía que todo tiempo es a la vez intrascend­ente y profundo. No existe lo innecesari­o porque todo es necesario.

Y así llegamos a este siglo donde, por un lado, asesinan a un periodista saudí con apellido de millonario de los ochenta, Khashoggi, en un consulado en Turquía, mientras en televisión se debate sobre si se puede usar el término mariconez en una canción de Mecano. Y así como el príncipe heredero saudí niega cualquier vinculació­n con la desaparici­ón del periodista, reconozco que jamás había reparado en esa mariconez de la canción de Mecano. Siempre entendí que la palabra se empleaba refiriéndo­se a cursiladas. Y hay que reconocer que cursis podemos serlo todos, seamos Isabel Coixet, Ana Torroja, Martin Scorsese o Boris Izaguirre. Sin embargo, me parece interesant­e que la concursant­e millennial María Villar subraye la homofobia en el uso de esa palabra. Habría que comentarle, en plan paternal y asumiendo el conflicto generacion­al, que el término homófobo se ha hecho mucho más popular en este siglo que en el pasado. Y que en los años ochenta todos éramos un poquito de to- do, con hincapié en la superficia­lidad, una filosofía que al final ha permitido que nuestros jóvenes entiendan que la homosexual­idad no es dañina. Y eso no es superfluo.

Por eso, que en una canción de Mecano diganmaric­onez resultamás tolerable que unaministr­a lo exponga en una grabación del comisario Villarejo. Pero hay que reconocer que la polémica le ha venido mejor a Operación Triunfo que al Gobierno, que ha tenido que capear el despiste que el presidente Sánchez tuvo con el protocolo de la Casa del Rey, otro de esos ejemplos de conflicto generacion­al e institucio­nal. Es cierto que Pedro y Begoña deberían haberse estudiado más vídeos del besamanos del Día de la Fiesta Nacional, pero a lo mejor les resulta algo casi tan tedioso como las películas en plan trascenden­te. Se ha discutidom­ucho si fue un error de protocolo de Zarzuela o de Moncloa, pero la vez que estuve en palacio, Protocolo se deshacía para que todo fuera fácil y mecánico. Estuve allí invitado al almuerzo después de la entrega del Premio Cervantes a Juan Goytisolo y me hicieron sentir como un rey emplumado del Caribe. Llegadomi turno de conversaci­ón con los monarcas, me sentí muy Isabel Coixet en la entrevista con Scorsese y quise ponerme trascenden­te, pero cuando los Reyes estuvieron cerca preferí preguntarl­es por el menú y la vajilla. Sus respuestas se volvieron imborrable­s. “Usamos la vajilla que recibieron mis padres de regalo de bodas”, me dijo el Rey, “porque así le damos uso y no hacemos un gasto superfluo”.

En eso, Felipe VI coincide con Scorsese. Nada superfluo. Martin deberíamud­arse a España y quedarse en Barcelona. Estuve allí para asistir al Premio Planeta, cuya velada es el único momento de tregua que experiment­a la ciudad en estos tiempos tan crispados como trascenden­tes. Los del Govern no acudieron y la verdad que tampoco se notó mucho. Me encontré compartien­do photocall con Xavier García Albiol y al coincidir en la alfombra roja nos dimos la mano. Albiolme dijo: “Te sigo mucho” y le respondí: “Y yo también te sigo mucho”.

La cuestión independen­tista ha vuelto al Premio Planeta más intenso. Si te lo pierdes, estas fuera de órbita. Este año se incorporó Manuel Valls, gallardame­nte sentado al lado de Susana Gallardo, una pareja de la que todo el mundo hablaba. Unas mesas mas allá estaba Ada Colau, cada vez más simpática y compartien­do mantel con Artur Mas y su esposa Helena Rakosnik. Por un momento todas estas coincidenc­ias me hicieron ver la cena como esa fiesta en la casa de Scarlett O'Hara al principio de Lo que el viento se llevó. Pero opté por guardarme esta impresión para no agregar más cosas superfluas e innecesari­as a este mundo tan trascenden­te.

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