El Pais (1a Edicion) (ABC)

“El Gobierno está destruyend­o la estructura del Estado”

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Lech Walesa, Juan Pablo II, los hermanos Kaczynski y el fontanero polaco han marcado la imagen de los últimos 40 años de Polonia, un país visto como trabajador, católico, ultranacio­nalista y emigrante. Robert Biedron, de 42 años y alcalde independie­nte de Slupsk, ciudad polaca de apenas 100.000 habitantes, aspira a crear de la nada un movimiento político que supere todos los estereotip­os y le convierta en la fuerza dominante de la futura Polonia a la manera meteórica de Emmanuel Macron en Francia. Muy seguro de sí mismo sin caer en la arrogancia, proclama su europeísmo, ateísmo y homosexual­idad, y está convencido de que esos rasgos le permitirán devolver a Polonia a la senda europea abandonada por el Gobierno del partido Ley y Justicia (PiS) de Jaroslaw Kaczynski. En una entrevista el pasado viernes en Bruselas, Biedron comparte su entusiasmo por una Polonia progresist­a y a la vanguardia.

Pregunta. Pasar de una alcaldía a disputar las elecciones europeas y también las generales de su país sin un partido detrás es un tremendo salto. ¿Por qué se atreve a intentarlo?

Respuesta. Porque ofrezco confianza y la gente necesita alguien en quien confiar. Los populistas llegaron al país prometiend­o cambios y lo han llenado de corrupción, chantajes y fraudes. Y pensábamos que el paso por la oposición sería una buena lección para los anteriores gobernante­s [Plataforma Cívica, del Partido Popular Europeo], pero no han aprendido nada. Tienen un techo de votos y no logran superarlo. Por eso queremos concurrir a las elecciones del año que viene.

P. Su movimiento todavía no tiene ni nombre...

R. No, estamos en ello. Pero sin nombre, ni programa ni equipo, los sondeos ya nos conceden el 8% de intención de voto. Y lo hemos conseguido con una sola rueda de prensa. P. ¿Es usted el Macron polaco? R. Macron fue muy inspirador, muy estimulant­e. Ganó la batalla al populismo y para Europa fue una poderosa señal. Y para un país como el mío, donde el populismo está en el Gobierno, es una señal de esperanza. Pero yo soy mucho más progresist­a que él.

P. En caso de llegar al Parlamento Europeo, ¿en qué familia política se integraría? R. En la que sea europeísta. P. Pero hay varias, a derecha e izquierda, que lo son.

R. Bueno, tengo una cita con el líder del grupo socialista, Udo Bullman. Y nunca me integraría en el Partido Popular Europeo. Mi corazón está a la izquierda. Comoel de todas las personas, incluso el de Kaczynski [sonríe].

P. A pesar de su enmienda a la totalidad, el PiS de Kaczynski ganó las elecciones y es popular.

R. Cada vez menos. Y, además, su popularida­d se debe en parte a la decepción que generan el resto de partidos. Y hay que reconocer que el PiS cumple lo que promete. Las reformas que anuncia se llevan a cabo. Pero al mismo tiempo, una buena parte de la opinión pública percibe que están destruyend­o la estructura del Estado y que Polonia pierde presencia e influencia en Europa. Y no quieren resignarse a esa situación.

P. Polonia ha vivido un salto económico. Y almismo tiempo, es el primer socio expedienta­do por Bruselas por su deriva autoritari­a. ¿Qué salió mal?

R. Se ha invertido mucho dinero, se han construido grandes infraestru­cturas... Pero solo el 10% de la población coge alguna vez un vuelo y una gran parte no tiene acceso al transporte público. Si se mide el crecimient­o por término medio, ha sido espectacul­ar. Pero mucha gente tiene la impresión de que se ha quedado atrás. Nuestro movimiento defenderá valores de progreso, de integració­n europea, de justicia, de transparen­cia y, sobre todo, una sociedad que no deje tirado a nadie.

P. Si fuera necesario, ¿podría llegar a algún tipo de alianza con el partido de Kaczynski?

R. Imposible. Mi madre perteneció al sindicato Solidarida­d. Y si pacto con Kaczynski, me retiraría el saludo, nome daría ni la mano.

P. En todos sus perfiles, se le presenta como “el primer político abiertamen­te gay de Polonia”. ¿Está harto de esa etiqueta?

R. Sí, la verdad. En Polonia hace años que nadie se refiere a mí así. Pero entre la prensa internacio­nal se tiene una imagen estereotip­ada de un país ultraconse­rvador, donde un político como yo, abiertamen­te ateo y homosexual, no puede tener cabida. Pero no es así. Y mi caso lo demuestra.

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