El Pais (1a Edicion) (ABC)

“Indio, indio, restaurant­e, casa, dormir”

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No tiene número la casa de la calle de Bustamante de Málaga donde maestros jubilados educan a los emigrantes que llegan aquí por tierra o en pateras. Escucharon, los maestros también, que podrían estar entre los 52.000 deportados que anuncian políticos de la derecha reciente.

Es una universida­d bulliciosa. Desde 1990 funciona organizada porMálaga Acoge. En sus cubículos hay esta mañana del jueves árabes, africanos o ucranios en clases de español. Hay maestros para los que ya saben algo, para los que no saben nada y para universita­rios cuyos oficios (dentista, músico, médico) se han interrumpi­do por un viaje acuciado por el hambre.

Adela Jiménez Villarejo, la educadora más veterana, resume la conversaci­ón con un emigrante indio. Sólo sabe su idioma. Está rodeado sólo por los suyos. Trabaja siempre. Estas palabras se sabe:

- Indio, indio, restaurant­e, casa, dormir.

Para estos educadores —Manuel Vergara, Adela, Lola Avilés, Pilar Ampudia, Teresa Cobo, Carmen Espeja, José Tomás Pacheco...— “estas personas no son números. El que dice que 52.000 deben irse ha de saber que uno ya es todo un mundo respetable”... Estos seres respetable­s —Tetiana, Pedro, Rut, Ludmila, Ouarda, Andrii, Yousseff, Saloua, Maria, Natalia…— no escuchan el eco de la amenaza. Y aquí están, tratando de hacerse enten- der en las farmacias y en losmercado­s; también, dicen sus educadores, encuentran en sus compañeros nuevas amistades. Rompen su soledad. Saben que no van a ser, aquí, médicos, técnicos o camareros. “Quieren vivir. Tan solo”. Sonríen, su sonrisa es un abrazo herido.

Esta universida­d chiquita es un alivio; esta mañana dicen palabras optimistas sobre la acogida, Málaga los trata bien; pero, creen los maestros, es porque el foco está puesto ahora sobre ellos por los periodista­s. “Pero esto es muy duro. Incomprens­ión, egoísmo. Han convertido la inmigració­n en un infierno”.

En este país que fue de emigrantes la policía es mejor que las leyes. María Luisa I. Thomson Caplin, abogada del turno de oficio que se ocupa de ellos desde que llegan en pateras, es consecuenc­ia ella misma de una historia de emigrantes españoles a los que el exilio arrojó en México. Y es ahora una mano que asiste a los que arañan la Costa del Sol. “Todo es absurdo. Niños, jóvenes, mayores. Buscan una vida nueva. Y aquí los separan de sus hijos. Son prudentes, educados, pacíficos”. La ley los retiene, los detiene, los deja marchar y se diluyen. “¿Dónde los van a encontrar los que quieren deportarlo­s?”.

En la peculiar universida­d de Bustamante saben qué es lo peor: “El rumor de que vienen a aprovechar­se. De que nos roban lo nuestro”. Indignació­n es la palabra que encienden.

En el aula de los analfabeto­s una mujer mayor trata de saber cómo se coge el lapicero. Elmaestro explica por qué está aquí. “Me jubilé. Vine a echar una mano. Ahora nada me puede hacer más feliz que escuchar que uno de estos inmigrante­s me dice que ya puede leer”.

Aprenden la lengua de un país que, al menos en este recinto, los mantiene lejos de la desolación y la intemperie.

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