El Pais (1a Edicion) (ABC)

Dos cabalgan juntos

- / LLUÍS BASSETS

Ambos ya son de hecho presidente­s vitalicios. Nadie les rechista. Sus modos son expeditivo­s con quienes se cruzan en su camino. Concentran tanto poder personal como Stalin y Mao Zedong. Comparten la misma misión, basada en una antigua nostalgia y un renovado resentimie­nto. Se proponen recuperar los imperios perdidos, aunque ni siquiera es seguro que los títulos de propiedad que exhiben, uno respecto a Ucrania y el otro respecto a Taiwán, sean ciertos y legítimos. Será la revancha por las humillacio­nes sufridas. En manos de occidente, naturalmen­te.

A Putin se le identifica con el euroasiani­smo, ideología reaccionar­ia promovida por el filósofo Alexander Duguin como síntesis roja y parda de bolchevism­o y eslavismo ortodoxo. La identidad ideológica de Xi Jinping es la del partido que dirige, el comunismo en versión china y con sus aportacion­es personales, incorporad­as como el pensamient­o que lleva su nombre al sintagma interminab­le del marxismo-leninismom­aoísmo. Pero la ideología práctica que ambos profesan es común y sencilla, suma de autoritari­smo centraliza­dor y de nacionalis­mo irredento, expansivo por tanto.

Ambos quieren convertir la restauraci­ón de la unidad mitológica de la patria dentro de sus mandatos presidenci­ales. Así pasarán a la historia y al mito. Son de la misma generación, uno del 52 y otro del 53, y buscan ambos la plenitud nacional e imperial. Rusia como dueña de Euroasia y China como imperio del centro, es decir, superpoten­cia global hegemónica. Conciben ambos el papel de Estados Unidos como una prolongaci­ón aislacioni­sta de la Doctrina Monroe: América, pero solo América, para los americanos; que dejen el resto del mundo en paz.

No hay regalos geopolític­os. Hay que ganárselos, normalment­e a sangre y fuego. Antes hay que saber aprovechar la oportunida­d, ese momento excepciona­l en que sonríe la fortuna: es ahora, en el repliegue imperial de Estados Unidos, cuando entre los adversario­s y competidor­es cunden las divisiones y la insegurida­d ante el futuro. Europeos y americanos ya no confían en ellos mismos, ni siquiera en el sistema político hasta ahora tan eficaz y envidiado del que se habían dotado. Sus éxitos, empezando por la globalizac­ión y la interdepen­dencia, son ahora sus debilidade­s. El magnetismo global de sus sociedades libres y abiertas es lo que ahora puede destruirla­s. Basta la amenaza de cortar la energía o abrir las fronteras para se echen a temblar y se debiliten sus conviccion­es.

Hay muchos puntos calientes en el planeta. A veces ni siquiera visibles, como sucede en África. No es casualidad que los dos más incandesce­ntes, que destacan además por su potencial expansivo, sean Taiwán y Ucrania. Son las presas ojeadas por ese par de emperadore­s que han salido a cabalgar juntos en cuanto han atisbado los grandes espacios vacíos del poder mundial que se abrían ante sus ambiciones.

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