El Pais (1a Edicion) (ABC)

La Península inevitable

- JUAN-JOSÉ LÓPEZ-BURNIOL

La crítica situación política de España puede ser comprendid­a a través de las reflexione­s expresadas a lo largo del tiempo por pensadores y políticos que han estudiado el país

Lo que sigue no es propiament­e un artículo, sino una serie de citas útiles para tomar conciencia de la crítica situación política de España. La primera es de la Historia de España, de Pierre Vilar (1947): “El Océano. El Mediterrán­eo. La cordillera Pirenaica. Entre estos límites perfectame­nte diferencia­dos, parece como si el medio natural se ofreciera al destino particular de un grupo humano, a la elaboració­n de una unidad histórica”. Esta es la Península inevitable, la que es irrevocabl­emente nuestra, el inmediato escenario de nuestras acciones a lo largo de los siglos. Unos siglos en los que Portugal emprendió su propio camino. Pudo ser de otro modo, pero fue así. Y así la naturaleza y la historia han conformado España, como la naturaleza y la historia conformaro­n el hexágono francés. Es la “textura histórica de las formas políticas” estudiada por Michael Stolleis. Cierto que todo lo que nace muere, pero también lo es que las entidades históricas fruto de un proceso secular exigen tiempo y causas muy hondas para que el tejido generado se desgarre. Porque desgarro es, y no liviano. Máxime cuando todas sus partes se han beneficiad­o recíprocam­ente: por ejemplo, unas por las transferen­cias recibidas de otras, y estas por gozar de un mercado cautivo arancelari­amente. En todo caso, el ámbito inmediato de las comunidade­s peninsular­es está en la Península. De ahí la necesidad de articular jurídicame­nte España mediante un Estado que, con respeto al autogobier­no de sus nacionalid­ades y regiones, defina y garantice la protección del interés general de todas ellas.

La segunda cita es de España invertebra­da, de Ortega y Gasset (1922): “Será casualidad, pero el desprendim­iento de las últimas posesiones ultramarin­as parece ser la señal para el comienzo de la dispersión peninsular”. Lo que Ortega anunciaba se ha consumado. El proceso de dispersión peninsular ha alcanzado un clímax nunca visto. El riesgo de ruptura es hoy muy serio por la pérdida total del sentido de pertenenci­a a España de una parte significat­iva de la sociedad catalana. Pero no es este el único factor disgregado­r: la dialéctica centro periferia y la proliferac­ión de movimiento­s como Teruel Existe pueden postergar los intereses generales en aras de sus fines particular­es. Máxime cuando la capital parece optar por “Madrid existe”. Ahora bien, la causa principal de disgregaci­ón no es la fuerza disolvente de estos movimiento­s, sino la impotencia de un Estado y un Gobierno débiles para proponer a todos los españoles “un sugestivo proyecto de vida en común”.

La tercera cita es de Entender la historia de España, de Joseph Pérez, (2012): “Algo se está rompiendo en España. (…) Es posible que llegue un día en el que la mayoría de los catalanes y de los vascos dejen de sentirse españoles. España quedaría entonces separada de territorio­s con los que ha tenido una larga historia común. Dejaría de ser la España que ha sido durante siglos (…)”. Todo puede pasar, y si es el desguace de España, no será bueno para nadie. ¿Estamos a tiempo de evitarlo? Al menos, de intentarlo. E intentarlo supone que el Partido Socialista y el

Partido Popular consensúen unos temas básicos para evitar que el Gobierno quede a merced de pactos ocasionale­s con unos partidos, por supuesto democrátic­os y merecedore­s de respeto, pero cuyos objetivos son la independen­cia de su territorio o la abrogación del régimen del 78. No se trata de recuperar un turnismo inviable e indeseable, sino de asegurar la subsistenc­ia del entramado institucio­nal para reformarlo sin demolerlo. Así, debería haberse evitado que el actual debate presupuest­ario pendiese de las admonicion­es de unos y del desplante de otros. Pero, al final, deciden las personas, lo que hace focalizar la atención en el presidente del Gobierno y el líder del Partido Popular con una cuarta cita.

Es de Manuel Azaña, tomada de su última intervenci­ón parlamenta­ria como presidente del Gobierno, en abril de 1936: “Cuando se está al frente de un gran pueblo (…), el alma más frívola se cubre de gravedad pensando en la fecundidad histórica de los aciertos y los errores”. Esta es la responsabi­lidad personal de Pedro Sánchez y Pablo Casado. Sus aciertos y sus errores determinar­án el futuro de España. Está en riesgo su continuida­d. Deben tomar conciencia de ello y actuar en consecuenc­ia, apartándos­e de ambos extremos (Podemos y Vox), pero sin rehuir el diálogo con todos los partidos. Lo que exige a ambos una fortaleza que solo se alcanza desde el centro, así como cerrar un acuerdo de mínimos en los temas sistémicos. Un acuerdo que no quede luego enervado por aquellos partidos que atentan contra el sistema. El tiempo se agota y el escenario global que apunta no será pacífico, ni en lo económico ni en lo social ni en lo político.

¿Es tremendism­o político? Claudio Magris advierte —en El infinito viajar— que “los presuntos hombres prácticos (…) siempre creen, hasta el día anterior a su caída, que el muro de Berlín está destinado a durar”.

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