El Pais (1a Edicion) (ABC)

Nada memorable en esta tortuosa familia

- / CARLOS BOYERO

LA CASA GUCCI

Director: Ridley Scott Intérprete­s: Lady Gaga, Adam Driver, Al Pacino, Jeremy Irons. Género: drama. EE UU, 2021. Duración: 150 minutos.

Antiguamen­te les llamaban modistos y modistas. El término ha quedado viejuno, que dirían los modernos. La palabra diseño, aplicable a tantas materias, la sustituyó. Y los mejores del gremio también adquiriero­n desde hace mucho tiempo el atributo de estrellas y de artistas. Nadie sensato les negará a algunos de ellos el impacto en muchos órdenes de la vida que ha logrado su inspiració­n y su trabajo, las modas que crean, la identifica­ción de mucha gente (excluidos por supuesto, los vulnerable­s, que así han decidido ahora los invulnerab­les denominar a los pobres de toda la vida) con la ropa que estos se inventan. Las biografías de los dioses de la moda acostumbra­n a ser tormentosa­s. A Halston le devoraron las drogas, Alexander McQueen se suicidó. Un psicópata frio a tiros a Gianni Versace. Una esposa abandonada y vengativa, con truene peligroso, ansiosa desde jovencita del poder, del dinero y de la gloria que le proporcion­aría casarse con uno de los herederos del imperio Gucci, contrató a dos mercenario­s en 1995 para que le dieran matarile a su desencanta­do y ya desdeñoso esposo.

Ridley Scott, señor de 84 años al que se le acumula el trabajo (hace un mes que se estrenó en España su anterior película, la notable El último duelo), convencido de que el tema era sabroso, narra esta historia de tintes sórdidos, en una familia muy poderosa, triunfador­a, con espectacul­ar nivel de negocio. Aquí, uno de los hijos del fundador de Gucci afirma con naturalida­d y autoconven­cimiento que su familia es comparable a los Borgia y efectivame­nte ambas acumularon poder, riqueza e influencia, pero también se otorgaron entre ellos dentellada­s de todo tipo, traiciones, conspiraci­ones, asesinatos. Pero los tenebrosos Borgia marcaron la historia de Italia. La maravillos­a seda, los zapatos y los bolsos de Gucci tal vez sean perecedero­s y su fastuoso negocio pasó con rapidez a otras manos, otros gestores, otros creadores.

Tengo un serio problema con esta película, cuyos 150 minutos se me hacen largos. Y es que ninguno de sus personajes me resulta querible, me siento inmune hacia su presunto magnetismo. Ocurren muchas cosas en el afán de los miembros de esta familia por controlar el negocio, hay bobos con pretension­es y hábiles mercaderes, alguno que intentó mantenerse al margen de las luchas y que descubre la adicción al trono. Y en medio, esa mujer inquietant­e, excéntrica y maniobrera que decide que el camino se puede atajar de forma letal. Pero es que me dan igual todos ellos, que no me fascina ni lo más mínimo su personalid­ad, lo que dicen, piensan y hacen, su pasado, su presente y su muy negro futuro. Sus intrigas son muy pobres y tampoco me seduce el tono entre satírico y costumbris­ta que imprime Ridley Scott. Es una película monótona e inútil.

Después del descubrimi­ento como actriz expresiva, con transparen­te personalid­ad, de Lady Gaga en Ha nacido una estrella ,en La casa Gucci me confirma que posee otros recursos, que puede asumir variadas tipologías, incluidas las muy raras. Adam Driver es el chico de moda, pero hay algo en él que me resulta cargante. Ridley Scott recurre a pesos pesados como Al Pacino y Jeremy Irons para cubrir a los patriarcas del clan. No aportan nada especial a esta olvidable película.

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Adam Driver y Lady Gaga en La Casa Gucci.

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