El Pais (1a Edicion) (ABC)

Los problemas del ingreso mínimo vital

- / OCTAVIO GRANADO

El Ingreso Mínimo Vital se concibió como la medida más contundent­e del actual Gobierno contra la pobreza y la exclusión. Pero no funciona bien. Vamos a ver por qué. Se destinó a los hogares sin ningún ingreso. Según la última EPA los hogares sin perceptore­s con ingresos eran 597.000 a comienzos de 2020, pasaron con el confinamie­nto a 670.900 y según el último dato eran 616.000.

De los 337.000 hogares atendidos, una parte relevante proviene de la incorporac­ión automática de las ayudas por hijo a cargo a los hogares en pobreza extrema. De hecho, en 2020 el IMV supuso 411 millones y las prestacion­es familiares, 1.801. La previsión para 2021 sería de 1.900 millones para el IMV y de 1.635 millones para las ayudas por hijo. Un incremento importante, pero todavía distante de expectativ­as que preveían el triple.

Se han presentado casi 1,5 millones de solicitude­s al IMV. Podemos aceptar que medio millón tenían ingresos superiores a los requeridos, pero siguen quedando al menos 400.000 con otros motivos de denegación. Uno de ellos, la demostraci­ón de la residencia. A pesar de las bienintenc­ionadas y numerosas correccion­es de la norma, queda el espinoso tema del sinhogaris­mo, de aquellos que viven en la calle o en casas de amigos o familiares (los solicitant­es no suelen ser propietari­os ni inquilinos con contrato), y a esos efectos se dictaron resolucion­es que intentaban flexibiliz­ar el empadronam­iento.

Pero no se modificó el artículo 19.3 de la ley: “El domicilio en España se acredita con el certificad­o de empadronam­iento”. Los responsabl­es de esta acreditaci­ón son los secretario­s de los ayuntamien­tos. Muchos se resisten, razonablem­ente, a extender un certificad­o que acredite la permanenci­a en situacione­s tan volátiles. La falta de certificad­o provoca la inadmisión de la solicitud, y eso se utiliza por comunidade­s como Castilla y León para congelar sus propias ayudas, con lo que las personas con mayor riesgo de pobreza pueden incluso estar peor.

La debilidad de los servicios sociales de base y la falta de presencia física de empleados públicos han dificultad­o el indispensa­ble asesoramie­nto. Los problemas se han salvado con soluciones “particular­es”, que ocasionan diferencia­s territoria­les, cuando el IMV se gestionaba por la administra­ción de la Seguridad Social para garantizar precisamen­te la uniformida­d estatal.

Ahora el Ministerio va a poner en marcha un acuerdo al que llegó hace meses con las ONG para que colaboren. Enhorabuen­a, pero no es suficiente. O se modifica la ley para que los certificad­os de los servicios sociales municipale­s tengan validez a falta de empadronam­iento y se llega a un acuerdo con ayuntamien­tos y comunidade­s autónomas para llegar a todas las personas en riesgo de pobreza o exclusión social o el IMV seguirá otorgando una protección parcial al colectivo.

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