El Pais (1a Edicion) (ABC)

Autor de centenares de proyectos en Francia, Argel, Japón o Estados Unidos, el creador catalán muere en un hospital de Barcelona a los 82 años tras contagiars­e de la covid

- ANATXU ZABALBEASC­OA, Madrid

Ricardo Bofill escribió en sus memorias que se fue en cuanto pudo. “Barcelona era fea, sucia y pequeña”. Lo que no escribió es que antes de irse e instalarse en París —donde abrió estudio— ya había conseguido hacer mucho. El más cosmopolit­a y prolífico de los arquitecto­s españoles murió ayer en un hospital de su ciudad natal tras contagiars­e de la covid. Tenía 82 años.

Corría el año 1963 cuando, habiendo sido expulsado de la Escuela de Arquitectu­ra de Barcelona (ETSAB) por antifranqu­ista, fundó lo que hoy sería un colectivo transdisci­plinar. Con el poeta José Agustín Goytisolo, su hermana Anna —que además de arquitecta era música—, su primera mujer, la actriz Serena Vergano, y una docena de sociólogos, cineastas y fotógrafos formaron el Taller de Arquitectu­ra en Sant Just Desvern, a las afueras de Barcelona, dentro de una antigua fábrica de cemento reconverti­da en un monumental estudio-vivienda que Bofill continuó habitando toda su vida. Junto a ese estudio, el Taller construyó uno de los inmuebles más carismátic­os de España, el Walden 7 (1975). Tal era la fama de lugar rompedor de ese edificio de viviendas que Juan Marsé hizo que el protagonis­ta de su novela El amante bilingüe viviera allí. Eso sí, cada mañana el tipo apartaba de su camino las baldosas que se habían caído de la fachada.

Instagram ha recuperado para los más jóvenes y para un público internacio­nal la mágica plasticida­d de los proyectos de aquellos años. El azul ultramar del Castillo de Kafka —un laberinto de apartament­os en Sant Pere de Ribes—; el amarillo canario del Barrio Gaudí en Reus (1968); o la mítica La Muralla Roja (1975), una ciudadela de 50 apartament­os con paredes rosa chicle y vistas al Mediterrán­eo que, como el vecino morado Xanadú (1971) —también en la Urbanizaci­ón La Manzanera de Calpe— actualizab­a la tradición vernácula mediterrán­ea.

Instalado en París, y conseguido su título de arquitecto en Ginebra, su enorme cultura, su frescura, su audacia y su charme convirtier­on a Bofill en un proyectist­a cosmopolit­a. Desplegó su defensa de la plaza mediterrán­ea como lugar de encuentro y convivenci­a y su obsesión por actualizar la historia —como monumental­idad habitada— por toda Francia. En Versalles, construyó Les Arcades du Lac (1982), una ville nouvelle de manzanas ortogonale­s que —como Le Palais d’Abraxas o Le Théâtre y L’Arc en Marne-la-Vallée— combinan tecnología e historicis­mo, jardín francés, vivienda social y la obsesión de reivindica­r la convivenci­a cívica.

Tal vez por rebeldía o quizá porque se esforzó por ser un tipo libre, Bofill esquivó el racionalis­mo casi toda su vida. Le preocupó más construir lugares conectados a la ciudad que edificios aislados.

En medio de una ola generaliza­da de depuración moderna —que solo empleó para simplifica­r y actualizar el carácter vernáculo de sus primeros proyectos— él siempre respondió recurriend­o a la historia. Y a la tecnología. Así, fue posmoderno antes de la posmoderni­dad —cuando serlo pasó a indicar más moda que cultura histórica—. Con todo, es paradójico que hoy resulte difícil ponerle fecha a barrios como Echelles du Baroque, en el distrito XIV de París, o Antigone en Montpellie­r, que, aunque su apariencia no lo revele fueron levantados a principios de los ochenta, construyen una presencia todavía abrumadora en la ciudad.

En una entrevista para El País Semanal hace cinco años, Bofill explicó que si firmaba un contrato debía dejar por escrito lo que ocurría en caso de muerte. “Eso te descoloca una vez. Luego lo tienes pensado. Cuando tienes responsabi­lidades fuertes y conoces el parámetro dinero, puedes hacer dos cosas: jugártelo para hacer arquitectu­ra social o hacer los productos más caros del mercado. Yo he hecho las dos cosas: las viviendas de Argel y el edificio más caro de Tokio, la sede de Shiseido en Ginza”.

Bofill defendía que hacer vivienda social era el reto más difícil para un arquitecto: “Concentra todas las contradicc­iones y perversion­es”. Nunca dejó de hacerla. Al sudeste de Argel, levantó el pueblo agrícola Houari Boumédienn­e (1980) en tonos morados. Uno de sus últimos proyectos es la Universida­d Politécnic­a Mohammed IV en Marrakech (2011). “La arquitectu­ra que me gusta es la pobre o la extremadam­ente culta del Renacimien­to. Cuando no es de primer nivel, la pobre ofrece mejores lecciones porque su estética no está basada en la riqueza”, declaró en 2017.

Desplegó su defensa de la plaza mediterrán­ea como lugar de encuentro

Polémica y aplausos

En Madrid, proyectó la prolongaci­ón de la Castellana y el Palacio de Congresos. En Barcelona, tras el icónico Walden 7, dotó la ciudad de un aeropuerto internacio­nal, levantó el Teatro Nacional de Cataluña y también el polémico W Hotel (el Hotel Vela) en el puerto de la ciudad. La polémica y el aplauso han acompañado sus más de 1.000 proyectos construido­s por todo el globo. Algunos recibieron ambas cosas.

Hijo de un arquitecto-constructo­r catalán que llevaba su mismo nombre, Bofill siempre mostró agradecimi­ento hacia su madre, judía veneciana, María Leví, que “fomentó” sus capacidade­s y defendió las libertades individual­es. Seguro, libre, guapo y ciertament­e altivo, antes de irse ayudó a convertir Barcelona en la ciudad cosmopolit­a que llegó a ser. Sus hijos, el arquitecto que heredó su nombre y el economista Pablo Bofill, dirigen hoy la “empresa familiar”, así la describen, con más de 100 empleados.

El creador sostenía que hacer vivienda social era el reto más difícil

 ?? / R. VIOLLET (GETTY) / G. CIVERA ?? Ricardo Bofill, en diciembre de 1983 en París. Abajo, La Muralla Roja, en Calpe (Alicante), y Edificio Walden 7, en Sant Just Desvern (Barcelona). Las dos obras
se proyectaro­n en 1975.
/ R. VIOLLET (GETTY) / G. CIVERA Ricardo Bofill, en diciembre de 1983 en París. Abajo, La Muralla Roja, en Calpe (Alicante), y Edificio Walden 7, en Sant Just Desvern (Barcelona). Las dos obras se proyectaro­n en 1975.
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