La inflación cierra 2021 en el 6,5%, su nivel más alto desde 1992
La aceleración de los precios hace crecer las dudas sobre su normalización este año
Primero se hizo notar en el recibo de la luz. Luego en las gasolineras. Y ha acabado dejando su huella en alimentos como el aceite de oliva, la carne o la fruta. La inflación cerró 2021 en el 6,5%, según el dato definitivo de diciembre publicado ayer por el Instituto Nacional de Estadística (INE), que corrige a la baja dos décimas la cifra estimada hace dos semanas. La corrección de los datos no cambia lo fundamental: se trata de su nivel más alto de los últimos 29 años, concretamente desde mayo de 1992, tras una escalada de diez meses consecutivos que ni siquiera la bajada de impuestos exprés sobre la electricidad decretada por el Ejecutivo de Pedro Sánchez ha sido capaz de contrarrestar.
Las fuerzas que empujan en sentido opuesto se han demostrado más poderosas que cualquier Gobierno, y estos descargan la responsabilidad de poner coto a la inflación en los bancos centrales, equipados con más artillería para combatirla, pero por ahora cautos, sobre todo en Europa, por temor a entorpecer una recuperación asediada por ómicron.
El forcejeo en torno a los precios se libra sobre todo en las cadenas de suministro y los mercados internacionales, donde manda la oferta y la demanda y la influencia de decretos y leyes es marginal. El encarecimiento del gas, los cuellos de botella en el comercio global y las subidas del transporte marítimo y las materias primas han sido contratiempos resbaladizos para las cancillerías en Europa y EE UU, impotentes para hacerles frente en medio de un creciente malestar ciudadano por la pérdida de poder adquisitivo. Eso no se ha traducido por ahora en el Viejo Continente en subidas de sueldo similares a la inflación, peligrosas, según Fráncfort, por su potencial para generar una espiral de precios altos más duradera.
En España, los datos confirman la aceleración del fenómeno en diciembre, con un aumento de la inflación de un punto en tasa interanual (del 5,5% de noviembre al 6,5% de diciembre). La cifra contrasta con la ralentización en la zona euro, donde hay señales de que ha podido tocar techo tras crecer solo una décima con el cambio de mes, del 4,9% al 5%. Y coloca a España en el grupo de Estados de la moneda única donde el alza del coste de la vida parece más lejos de amainar: solo en Estonia, Lituania y Letonia es más elevada.
En el resto, la inquietud también existe. Ningún país del euro está por debajo del objetivo del 2% del BCE, y todo apunta a que la energía seguirá marcando el paso. “Los elementos a continuar observando por su riesgo al alza son el precio del petróleo y del gas”, dice Nieves Benito, responsable de Fundamental Research de Santander AM. La analista prevé encarecimientos algo más moderados este año. “De cara al 2022, esperamos que la inflación continúe en tasas elevadas por encima del objetivo del BCE del 2%, pero
Ningún país del euro está por debajo del objetivo del 2% del BCE
escaso y la competencia por hacerse con él, elevada.
La inflación es una media de una cesta de productos, y afecta de modo diferente a cada consumidor según sus hábitos de compra. Los que no tienen coche y viajan en transporte público pueden esquivar el alza del combustible, pero el cerco se ha estrechado, y prácticamente toda la población ha sufrido de un modo u otro la carestía, sobre todo con la electricidad, pero también con los alimentos. Como muestra el INE, ha habido subidas importantes respecto a hace un año: el aceite de oliva se encareció un 26,7%, la carne de ovino y caprino un 21,8%, las frutas frescas un 9%, las legumbres y hortalizas un 8%, el pescado fresco un 6,6%, la carne de ave un 6,5%, la de vacuno un 6% y el marisco un 5,1%.
María Jesús Fernández, economista sénior de Funcas, el think tank de las antiguas cajas de ahorro, advierte de que la inflación es cada vez más generalizada en España. “En la primera mitad del año, el incremento del IPC era el resultado del encarecimiento de los productos energéticos, de un efecto base de vuelta a la normalidad tras el abaratamiento del año anterior, pero en los últimos meses hemos pasado a una segunda fase donde no solo aumenta la energía, sino otros productos a los que está afectando el encarecimiento de materias primas y suministros”.
La inflación subyacente, que algunos expertos consideran que arroja una imagen más fiel de la situación al eliminar del índice los alimentos no elaborados y los productos energéticos a causa de su volatilidad, cerró diciembre en el 2,1%, una cota que, si bien es más modesta, supone un crecimiento de cuatro décimas y rebasa también la sacrosanta frontera del 2% marcada por el BCE.
Previsiones inciertas
Visto cómo el tiempo ha destrozado previsiones de expertos tan reputados como los del BCE, que en marzo pasado calculaban un pico de inflación en la zona euro del 2% para 2021, muy por debajo de la realidad, aventurarse a predecir qué sucederá en unos meses se ha convertido en un trabajo de adivinación casi siempre ingrato para los que se atreven.
Fernández no ve clara la tesis, defendida por el BCE, que pronostica una normalización de los precios en primavera. “Hay un riesgo importante de que la inflación sea más elevada de lo que esperamos. Todo dependerá de si empiezan a bajar la energía y las disrupciones desatadas por el fuerte aumento de la demanda, pero no es seguro que eso vaya a suceder. Puede ocurrir que las bajadas sean escasas. Que la transmisión a los precios finales de productos de consumo sea más intensa. Y que se empiecen a observar efectos de segunda ronda con su traslado a los salarios”, alerta. Esa última hipótesis, según Fernández, volvería la inflación más permanente, obligaría al BCE a endurecer su política monetaria con subidas de tipos de interés más rápidas de lo previsto y tensionaría las primas de riesgo. En definitiva, sería “un escenario inestable y peligroso para España”.