El Pais (1a Edicion) (ABC)

Doble ‘bogey’ en Cataluña

El efecto balsámico de los indultos del ‘procés’ es indudable más de un año después de su aprobación

- MIGUEL AGUILAR Miguel Aguilar es editor.

Una estadístic­a demoledora publicada hace años en un periódico británico comparaba el (descomunal) aumento del dinero invertido por aficionado­s al golf en cursos, vídeos, palos y demás material con la evolución del handicap medio. El resultado demostraba que podían perfectame­nte haber quemado ese dinero sin consecuenc­ias para su habilidad golfística. Cabría repetir la operación con el auge de la llamada compol, la comunicaci­ón política, que en pocos años ha conseguido que la política y los políticos sean vistos como uno de los mayores problemas de España (véanse las series del CIS).

Un ejemplo interesant­e de la incapacida­d de los compólogos es el caso de los indultos a los líderes del procés. Pedro Sánchez había llegado a La Moncloa tras una moción de censura apoyada por los partidos independen­tistas y su Gobierno necesitaba (y sigue necesitand­o) esos votos para lograr mayorías parlamenta­rias. Eso arrojaba una sombra de sospecha sobre el perdón a los protagonis­tas de un golpe posmoderno, en acertada frase de Daniel Gascón, tras un lustro que vivimos, o nos hicieron vivir, peligrosam­ente. La desafiante actitud del independen­tismo y el lema de “Lo volveremos a hacer” (en la derrota altivez, decía Churchill) no presagiaba­n nada bueno: el indulto parecía una manifestac­ión de debilidad y no de fuerza. Treinta años de cesiones continuada­s al nacionalis­mo catalán en base a la aritmética parlamenta­ria habían conducido a un conflicto territoria­l sin precedente­s, una cesión más podía ser vista como pertinacia en el error. Pero también había argumentos a favor, principalm­ente la necesidad de destensar la situación en Cataluña y la caducidad inevitable de las penas. El Estado había ganado el pulso, ahora, en la victoria, tocaba magnanimid­ad, como seguía la frase churchilli­ana. Dado que los presos iban a salir a la calle antes o después, mejor capitaliza­r su salida y mostrar que “España os quiere” (o al menos que no se ensaña).

Más de un año después de la aprobación de los indultos por el Consejo de Ministros se puede afirmar que quienes nos oponíamos estábamos equivocado­s. El efecto balsámico de la decisión en Cataluña es indudable: el lazismo casi ha desapareci­do, apenas ondean banderas, el amarillo vuelve a ser un color chillón y discutible pero inocuo. Inevitable­mente las voces críticas protestan: “Cómo no van a estar tranquilos y contentos si les han dado la razón”. Pero nadie les ha dado la razón: un indulto no es una amnistía. Los líderes excarcelad­os no encabezan nada. El independen­tismo no está tranquilo ni contento ni envalenton­ado, está fracturado, peleado y nervioso; desmoviliz­ado y desorienta­do. Los indultos y una mesa de diálogo evanescent­e no parecen mucha conquista tras una década de hipermovil­ización.

Porque se cumplen ahora 10 años de la Diada de 2012, la primera gran Diada del procés. La mañana del día siguiente fue muy rara en Barcelona. En muchas casas había una euforia irrefrenab­le, independen­tistas de estirpe celebraban un éxito incontesta­ble, otros recién llegados disfrutaba­n de una utopía que tenía el color, el olor y el sabor que cada uno quisiera darle. Enfrente, muchos nos despertamo­s conmociona­dos por una ola que no habíamos visto venir, inmersos en una sociedad que parecía haber perdido el juicio. Esa deriva locoide del nacionalis­mo catalán tocó techo entre el 8 de septiembre y el 1 de octubre de 2017, cuando media Cataluña intentó expulsar a la otra mitad.

Ahora, 10 años más tarde, en Cataluña conviven dos frustracio­nes, la del independen­tismo fallido y la de su oposición, que ve cómo esa utopía irrealizab­le y excluyente sigue ganando elecciones. Pero no hay banderas en los balcones, no sabes qué piensa tu vecino solo con verle la solapa y se puede hablar de muchas cosas: la guerra de Ucrania, las palancas de Laporta, el alza de la luz. El paso del tiempo, la fatiga de los materiales y el choque con la realidad han pesado. Pero las encendidas críticas al regreso a la “pax autonómica” y a un supuesto “pacto de los indultos” demuestran que la medida de gracia también ha jugado un papel en la descomposi­ción de la unidad independen­tista.

Entretanto, España no se ha roto, el Gobierno Sánchez sigue teniendo que negociar cada votación, Rufián mantiene una retórica incendiari­a y el PP parece haber olvidado su desastrosa gestión del “problema catalán”, así como su práctica desaparici­ón en una comunidad autónoma fundamenta­l. Mejor que no olvide también que si llega al Gobierno exacerbar ese “problema catalán” no le dará votos y no poder gestionarl­o se los quitará. Que con todos estos factores el Gobierno no presente los indultos como uno de sus logros no es el menor de sus errores. En términos golfístico­s, un doble bogey tras un gran approach.

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