El Pais (1a Edicion) (ABC)

La foto, el fútbol y el tiempo

- / JORGE VALDANO

Se viene el Mundial y trae recuerdos. En 1990 yo era un exjugador de fútbol desde hacía tres años y Bilardo me pidió seis meses de sacrificio a cambio de otro Mundial. Acepté, pero la palabra “sacrificio” había sido bien empleada. Me costó muchísimo ponerme a punto.

Estábamos a 20 de mayo de 1990 instalados en Trigoria, las instalacio­nes deportivas de la Roma, esperando el Mundial. Como ahora, faltaban poco más de dos semanas para el comienzo de Italia 90, mi travesía estaba llegando al final.

Acabábamos de cenar en la noche de un buen día. Conversába­mos con Oscar Ruggeri sobre la última práctica, en la que yo, por fin, me había sentido bien físicament­e. Tres semanas antes, en Suiza, jugando un amistoso informal, había sufrido un problema muscular. No era el primero. Ante la cercanía del campeonato le dije a Bilardo que lo mejor era dejarlo, pero me pidió por favor que me quedara. Y me había recuperado. Ruggeri se alegró porque, como compañero de habitación, había vivido de cerca todo el proceso.

Pero aquella noche, Bilardo entró como una exhalación en la habitación y dio una orden a Ruggeri:

—Salí Oscar, que tengo que hablar con Valdano.

Oscar nos miró a los dos, sorprendid­o, y nos dejó solos… —Mirá, Valdano —dijo Bilardo—, no te veo. —¿Qué significa “no te veo”? —No te veo, no te veo… Intenté saber más detalles sobre una decisión que se alejaba tanto de la conversaci­ón que habíamos tenido en Suiza, pero no le saqué del “no te veo”. Astuto como era, sabía que cada palabra de más podía ser una prueba en su contra. De modo que la reunión del “no te veo” duró dos minutos, al tercero Ruggeri volvió a la habitación, le conté lo ocurrido, le extrañó que no le hubiera pegado y, ya entre risa, me puse a hacer la maleta para volverme a España.

Al día siguiente me deshice de la ropa deportiva, cerré la maleta y salí a esperar mi taxi. En aquellos actos no cabía ni una gota de alegría. Al salir al exterior me encontré al Gringo Giusti, queridísim­o compañero al que conocía desde los 15 años porque los dos venimos de la escuela de Newell’s. Estaba con Carlos Pachamé, segundo de Bilardo, saliendo a entrenar. El Gringo tenía su propia historia. Bilardo también había hablado con él y le había dicho que, a la vuelta de Israel, le haría una prueba y, tex- tual:

—Si no saltás los alambrados, te volvés a casa. Y los saltó. Yo no daba crédito porque Giusti siempre fue uno de los soldados favoritos de Bilardo. Era un día de mucho calor y ahí, casi sin palabras, nos despedíamo­s dos campeones del mundo del 86, tristes como principian­tes rechazados en una prueba. De pronto el Gringo me dijo que esperara y salió corriendo. Volvió enseguida con una máquina de sacar fotos (año noventa, recuerden) y, sabio como es, puso las cosas en su lugar:

—Vamos a sacarnos una foto. Cuando la veamos dentro de algunos años, nos vamos a reír.

Así que Carlos Pachamé fue el ilustre fotógrafo que nos inmortaliz­ó en una foto bastante mala.

Diez años después, estaba de paso en el Hotel Hilton de Buenos Aires y en recepción me dieron un paquete que en principio pensé que era un libro. Pero no, era la foto que nos sacó Pachamé en un marco rústico. Yo con chaqueta y corbata abrazo a Giusti, que está con ropa de entrenamie­nto. En estos momentos, desde el mismo marco, los dos miramos hacia la mesa en la que escribo esta nota. Los dos estamos serios y yo, siempre que miro hacía ahí, sonrío. Un filósofo, el Gringo.

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Valdano y el Gringo Giusti, antes del Mundial de Italia 90.

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