El Pais (1a Edicion) (ABC)

Secretos de un matrimonio lleno de amor y talento

Ethan Hawke repasa en una serie la vida de Paul Newman y Joanne Woodward gracias a decenas de entrevista­s

- GREGORIO BELINCHÓN, Madrid

Paul Newman y Joanne Woodward se conocieron en 1952, en la oficina de un representa­nte (no saltaron las chispas), actuaron juntos en la obra Picnic, en Broadway, un año después (ahí sí dejaron “un rastro de lujuria” confiesa Newman), y desde 1958, ya casados, se convirtier­on en un modelo para muchos que no conocieron las sombras que encaró la pareja que, como otra cualquiera, cayó en baches y compartió alegrías hasta la muerte de él, en 2008. El jueves se estrenó en HBO Max Las últimas estrellas de Hollywood, una serie documental de seis episodios realizada durante el confinamie­nto por Ethan Hawke, mientras en EE UU y España se publica el libro La extraordin­aria vida de un hombre corriente (Libros Cúpula). Ambos proyectos beben de la misma fuente: las palabras de Newman y sus amigos, palabras que el actor pensó que había destruido en 1998.

En 1986 Newman pidió a su amigo Stewart Stern que entrevista­ra a sus amigos, familiares y cineastas con los que había trabajado, y que incluso charlara con él mismo para encarar su biografía. Esas conversaci­ones se almacenaro­n en centenares de casetes. El proceso siguió hasta 1991, cuando “Paul Newman”, aventura Ethan Hawke, “se cansó de hablar de Paul Newman”. En 1998 quemó todas las cintas. Pero en un armario de la casa familiar quedaron 5.000 folios con las transcripc­iones. Y eso fue lo que, tras encontrarl­o en una limpieza en la casa del matrimonio, la cineasta Emily Watchel le pasó a Clea Newman, la hija pequeña de la pareja, que a su vez se los entregó a Ethan Hawke.

Hawke ha reconstrui­do en Las últimas estrellas de Hollywood, la vida de Newman (Shaker Heights, Ohio,1925 - West Port, Connecticu­t, 2008) y Woodward (Thomasvill­e,

Georgia, 92 años), dos superdotad­os de la interpreta­ción, dos leyendas del celuloide, para, de paso, realzar a Joanne Woodward, una actriz olvidada sin casi ningún ascendient­e sobre las nuevas generacion­es. Por eso, reparte el metraje equitativa­mente entre ambos, que trabajaron en 16 películas juntos (como coprotagon­istas o como director/actriz) y en tres obras en Broadway.

Como arranque, dedica tiempo a repasar sus vidas antes de que se cruzaran en un efervescen­te Nueva York. Newman arrastró durante décadas un humor caústico centrado en sí mismo y una sensación de culpabilid­ad: cuando se enamoró de Woodward, ya estaba casado y con tres hijos. Más aún, había acallado su pulsión por la actuación cuando volvió a su Shaker Heights natal a dirigir la tienda familiar al fallecer su padre; a los 12 meses, harto, retornó a Nueva York a prosperar en los escenarios. Además, era adicto al alcohol y durante toda su vida confesó sus insegurida­des. “Siempre estoy ansioso por reconocer que no soy lo suficiente­mente bueno”, cuenta en pantalla por boca de George Clooney, que le presta la voz.

Ahí está uno de los detalles discutible­s de Las últimas estrellas de Hollywood. Para poner voz a aquellas conversaci­ones, Hawke llama a amigos como Clooney, Laura Linney (pone voz a Woodward, a la que conoció bien), Josh Hamilton, Alessandro Nivola, Sally Field, Zoe Kazan o Tom McCarthy.

Hawke quiere que actores de generacion­es posteriore­s rindan pleitesía a los homenajead­os, y charla con ellos en llamadas digitales en pleno confinamie­nto con una calidad infame. Acierta, sin embargo, con la criba audiovisua­l del trabajo de ambos, en encontrar ecos de lo que vivían en el testimonio que dejaba su obra: ahí la serie es superior al libro. El poder de la imagen, el magnetismo de Newman y Woodward estalla embriagado­r.

Medio siglo de cine

Hawke se detiene también en el Newman director, con su musa Woodward en cuatro de sus seis películas. Por una de ellas, El efecto de los rayos gamma en las margaritas, la intérprete ganó el premio a la mejor actriz en Cannes. Y también hay tiempo para el cine (Scorsese analiza a Newman con inteligenc­ia y pasión: llama la atención la ausencia de Tom Cruise, que sí había sido entrevista­do para las memorias), para la política —para su orgullo, Richard Nixon le incluyó, como 19º, en su lista de mayores enemigos—, para analizar el increíble olfato artístico de la pareja a la hora de elegir sus trabajos. O de entender sus fracasos.

En el estreno en Cannes, Hawke resaltó: “El amor de 50 años de Newman y Woodward es también el reflejo de medio siglo de gran cine. Tuvieron una carrera enorme. A ellos les importaba mucho su legado. Se amaron, se cuidaron y divirtiero­n”. Y sobre todo, crearon arte.

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/ GETTY IMAGES Paul Newman y Joanne Woodward, en 1963.

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