El Pais (1a Edicion) (ABC)

La tanqueta se queda en Cádiz

- / PABLO ORDAZ

YGrande-Marlaska, también. No se trata de que el BMR —así se llama el medio tanque medio tractor que los antidistur­bios sacaron a las calles de Cádiz— se haya hundido en las arenas de la playa de Cortadura ni que el ministro del Interior esté a punto de comprarse una torre-mirador junto a la Alameda Apodaca para ver los barcos venir. Me refiero a otra cosa, y aquí va una pista. Esta ciudad —les escribo desde Cádiz— tiene algo de lo que carecen muchas otras, y me atrevería a decir que el resto del país. ¿Una playa infinita? ¿Los atardecere­s en la Caleta? ¿Una caballa con piriñaca en la calle de La Palma? Eso también, pero no van por ahí los tiros. Esta ciudad tiene memoria. Buena memoria. Y como ya ha cumplido 3.000 años y no le faltan achaques, sabe que la mejor manera de recordar lo verdaderam­ente importante, ya sean hechos o sentimient­os, es ponerle música. Y letra.

Así que cuando quiere recordar algo —pongamos por caso aquel otoño de 1977 en el que se produjeron las primeras grandes movilizaci­ones del sector naval y la policía tomó la ciudad— no tiene más que tararear aquella copla: “Y las gaditanas para responder / echaban claveles desde las ventanas / pero con macetas para que fueran con rapidez. / Se volvió a demostrar que en nuestra capital / cada vez que nos da la gana / se tira si es necesario la casa por la ventana”. Hasta neveras volaron fachada abajo para impedir el paso de la Policía, lo que no es muy aconsejabl­e —tampoco las piedras de estos días—, pero resultó eficaz. Los diputados de la democracia recién estrenada acababan de jurar sus cargos y Astilleros no se cerró. Cádiz siguió viviendo con su mala salud de hierro, resistiénd­ose con uñas y dientes a que la bahía que la une con Puerto Real y San Fernando pierda su carácter industrial y se convierta en un nuevo Benidorm.

Así que los habitantes de esta ciudad tienen la costumbre de leer cada día los periódicos —y ahora Twitter, que es más barato y permite escribir barbaridad­es— de forma concienzud­a, descartand­o lo accesorio y quedándose con lo importante. Aquello que sucedió en 1977 se hizo letra en el Carnaval de 1978, y pasó de padres a hijos, y por la misma regla de tres, la tanqueta ridícula y esa manía de los ministros del Interior de resolverlo todo a mamporros ya está buscando música para triunfar en el Carnaval del año que viene y fijarse así en la memoria. Lo aventuraba el tuitero Jesús Pozo —“Ya llegarán los carnavales y os vais a enterar. La letra siempre vence a la porra y también a las tanquetas”— mientras otros reproducía­n a toda pastilla las imágenes de una mujer que se enfrentó a los antidistur­bios a cuerpo gentil, o las palabras del alcalde megáfono en mano.

Cádiz no olvida. No olvidará, por ejemplo, quién estuvo y quién no. No se vio a muchos diputados por aquí, ni de izquierdas ni de derechas. Sí apareció Teresa Rodríguez. Llegó a la manifestac­ión temprano y sola, sin esa corte que llevan ahora los políticos. Habló con todo el que se acercó, respondió a las preguntas, y ofreció además contexto a quienes, llegados de Sevilla o de Madrid, buscaban qué hay detrás de esas piedras cargadas de rabia y prisa. Porque una huelga cuesta dinero, sobre todo en esta guerra de la precarieda­d que en Cádiz no da tregua. “70 euros por día, 350 euros por semana en un sueldo de 1.200”, calcula el tuit de @RaulSolisE­U.

Así que, si tienen mala memoria y quieren recordar la historia de este país, vengan a Cádiz, pero no solo en verano ni hablen solo con los camareros. Aquí se hace el cazón en adobo divinament­e, pero también los mejores aviones y los barcos más modernos. Descubrirá­n que Cádiz se resiste a ser para España lo que España es para Alemania.

Esta ciudad tiene memoria. Y no olvidará quién estuvo a su lado y quién no en su lucha por las industrias de la bahía

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