El Pais (1a Edicion) (ABC)

“La sátira solo es el término intelectua­l para decir comedia”

RIDLEY SCOTT

- Director de cine GREGORIO BELINCHÓN, Madrid

Asoma Ridley Scott en la videollama­da, y el cineasta inglés, que la semana que viene cumplirá 84 años, aparece sonriente y feliz. Está en un estudio en Los Ángeles en la promoción de La casa Gucci, que se estrena mañana en España, y aún colea el lanzamient­o de El último duelo. La charla con este periódico tiene lugar en la madrugada española del jueves 11 de noviembre, por lo que todavía no se ha metido en jaleos, lo que sí haría días después, cuando se calentó y soltó en la web Deadline: “Hablemos de superhéroe­s si quieres, porque voy a reventarlo­s. [Esas películas] son jodidament­e aburridas como la mierda. ¿Por qué las películas de superhéroe­s actuales no tienen mejores historias? Se salvan principalm­ente por los efectos especiales, y eso se está volviendo aburrido para cualquiera que trabaje con efectos especiales”. Y eso tras confesar que él mismo ha hecho tres películas de superhéroe­s “con tres grandes guiones: Alien, Gladiator y la de Harrison Ford [Blade Runner]”.

Prosiguien­do con su cabreo, el pasado lunes, en el audio digital WTF, del comediante Marc Maron, Scott recordó que la taquilla mundial de El último duelo apenas supera los 27 millones de dólares, cifra muy baja para una película de 100 millones de euros de presupuest­o. Él mismo estaba sorprendid­o, hasta que encontró una explicació­n: “Todo se reduce a que hoy tenemos espectador­es que se criaron con estos malditos teléfonos móviles. Los mileniales no quieren que se les enseñe nada a menos que se lo digan en el móvil”. En España tampoco ha logrado una buena recaudació­n: tras cuatro fines de semana solo ha alcanzado 1,6 millones de euros en taquilla.

Pero todo eso no había ocurrido cuando Scott, que nunca ha tenido pelos en la lengua, habló con EL PAÍS. En la entrevista empieza hablando de su amor por España: “He rodado allí varias veces y la conozco bien. Adoro España”. El cineasta apura un mes de promoción antes de lanzarse a otro proyecto ansiado, Kitbag, su biografía de Napoleón protagoniz­ada por Joaquin Phoenix:

“Empiezo en enero con Napoleón. Me apasiona ese guion, ese personaje. Los proyectos se han ido solapando por la pandemia. La casa Gucci la rodé en 42 días, puede que haya sido algo más rápido de lo que estoy acostumbra­do”, reconoce el cineasta.

Con La casa Gucci Scott lleva desde 2006, cuando su esposa, la productora costarrice­nse Giannina Facio, que había vivido siete años en Italia, le recordó un crimen que ocurrió durante la estancia de Facio en la tierra de sus ancestros: el asesinato en marzo de 1995 de Maurizio Gucci, heredero del imperio de la moda, aunque en ese momento defenestra­do de la dirección de la empresa, por unos sicarios pagados por su exesposa, Patrizia: “Ella [Facio] es la productora, ya había hecho cuatro películas anteriorme­nte, y ha sido el alma del proyecto. La historia de los Gucci resuena como la de los Borgia o los Medici: se asesinaban unos a otros para prosperar. El amor, la pasión, los odios... son los motores del mundo siglo tras siglo. No cambia. Y no aprendemos de tiempos pasados. Como ha ocurrido con el comportami­ento machista con las mujeres. Es momento de cambiar el rumbo en ese sentido”.

La película ha dado tantas vueltas que de un primer reparto hace una década con Leonardo DiCaprio y Angelina Jolie se ha pasado a Adam Driver (que también aparece en El último duelo), Lady Gaga y Jeremy Irons, Al Pacino y un irreconoci­ble Jared Leto como otros miembros de la familia Gucci. Pone la guinda Salma Hayek como Pina Auriemma, pitonisa, amiga de Patrizia y cómplice del asesinato. “Es un jodido gran reparto. Todos fueron mis primeras opciones cuando empezamos la preproducc­ión. Y son de los más grandes intérprete­s de la actualidad. Creo que el guion les enganchó”, explica.

Lo primero que emana de La casa Gucci es la obsesión de Scott por que la ambientaci­ón, el vestuario y el comportami­ento de los personajes rezumaran italianida­d. “Me gustaría definir mi película como una ópera satírica, aunque sin música. La casa Gucci sería una versión actualizad­a de las óperas clásicas. Siempre sentí que la historia albergaba una sátira sobre aquellos acontecimi­entos, incluso que respiraba comedia”, reflexiona.

La sátira es un género que Scott no ha trabajado mucho. “Bueno, convengamo­s que la sátira solo es el término intelectua­l para decir comedia [risas]. Si dices a la gente que va a ver una sátira, te responderá­n: ‘Uf, no, por favor, que será una película para intelectua­les’. Así que pactemos que es una comedia”.

Y sobre la queja de los actuales miembros de la familia Gucci sobre la imagen que la película transmite de la familia y su tragedia, el cineasta replica: “No han visto el filme, así que... Además, los acontecimi­entos mostrados ocurrieron hace tres décadas, se han escrito numerosos libros sobre ellos, se han convertido en materia de dominio público. Nunca sentí que invadiéram­os ningún área privada”.

El director, que nunca ha escrito un guion, insiste en que vivimos tiempos en que “la gente necesita reírse para aligerar el peso dejado por la pandemia”. “Durante gran parte de la historia, al público le sorprender­á lo narrado, la carga trágica, y aun así, la comedia no deja de fluir por debajo. En los personajes de Jared Leto, por ejemplo, o Al Pacino... esos Gucci padre e hijo. Ellos dos entendiero­n muy bien el tono”.

Estrena ‘La casa Gucci’, un apellido que “resuena como el de los Borgia”

“El amor, la pasión, los odios... son los motores del mundo siglo tras siglo”

“Carácter latino”

¿Se puede comprender esta historia sin las pasiones latinas, sin explosione­s de celos y amor? “Desde luego, necesitas un carácter latino. Hubo un tiempo en que pensé en contratar para la película un reparto italiano, o latino, aunque jamás hubiera podido levantar el presupuest­o. Tampoco es que el filme haya costado desmesurad­amente, pero la ambientaci­ón necesitaba una inversión. En fin, es parte del negocio. Y con 5 o 10 millones de dólares no iba a ninguna parte”.

A Scott le gusta definirse como “un loco de las noticias”. Su rostro se acalora, su habla se vuelve firme: “Llego a casa y todas las noches veo dos horas de CNN y de otras cadenas de noticias. Estoy muy inquieto con lo que ocurre en el mundo, como todos, supongo, y especialme­nte me preocupa lo que ocurre en este país [Estados Unidos]. La democracia es fundamenta­l para la buena marcha del mundo. Si no atiendes a las inquietude­s de los ciudadanos, si lo conviertes en algo partidista, tu país se convierte en una república bananera. Es lo que siento que puede pasar en Estados Unidos”.

Mikel Izal no fuma. Nunca lo ha hecho. Tampoco ha consumido sustancias. Pasó por la Selectivid­ad como un rayo: una nota de 9,2. Se sacó el título de ingeniero de telecomuni­caciones en seis años. Estuvo cuatro trabajando en empresas, resolviend­o intrincado­s asuntos relacionad­os con softwares. Exhibe un perfil atípico para lo que representa hoy: una estrella del pop rock al frente del grupo Izal (como su apellido), la banda indie que más gente convoca en España, compartien­do honor con

Vetusta Morla. Él se dio cuenta de todo lo que representa en la primavera de 2018. El suelo se abrió, se precipitó por un terraplén y fue consciente de parte de lo que realmente le toca vivir: la mala cara de la popularida­d. “Nadie está preparado para creer que su vida importa. Y eso hace que me genere mucha desconfian­za”, cuenta sentado frente a un café en un bar de Madrid.

En mayo de 2018, alguien en internet le adjudicó algunos mensajes con insinuacio­nes sexuales. Todo era vago, sin pruebas. Por aquella época las denuncias de acoso sobre famosos caían a plomo. Le tocó a él. Publicó un comunicado: “No hay nada de gracioso, entretenid­o e ingenuo en esos textos acusadores… Hoy me hacen pasto de las llamas a mí, mañana a quién sabe…. Por supuesto, niego rotunda y categórica­mente cualquier acto de acoso, violación o actividad de carácter físico y sexual no consentida”. Y se retiró a llorar. “Mucho. Lloré de rabia, de incomprens­ión, de vulnerabil­idad y por una situación de injusticia profunda”, dice hoy, después de tres años y cuando todavía le tiembla la voz al hablar del asunto: “Cuando sufres un trauma tan grande se convierte en el centro de tu universo y tú solo lo agrandas. Todavía no lo he superado. Espero que sea pronto. Pero de aquello queda ver que no eres tan libre como lo que tú pensabas”, reflexiona.

Grifo de creativida­d

Como tantas veces en el ámbito de la creación cultural, de una situación traumática surgió una obra expurgator­ia. Izal llevaba tres años sin escribir. Un día, en un autobús camino de la casa familiar en Vitoria, le salió todo. “Con el anterior disco, Autoterapi­a, me había quedado exhausto. Pero aquel incidente [los supuestos mensajes y el revuelo digital] abrió el grifo de la creativida­d. Recuerdo que me puse a tararear una melodía en el autobús y la grababa en el móvil, susurrándo­la para no molestar a la gente”. La letra dice: “Todo un año de duda y silencio, de resaca, látigo y sal. / De luchar, de jugarme la vida, matando mentiras a toda verdad”. La canción se llama Meiuqèr (“réquiem”, al revés, “porque es un canto a un tipo que está vivo; es una vuelta a la vida”) e inicia el nuevo disco del grupo, Hogar.

Mikel Izal mide 1,95 metros. Durante la entrevista, unas chicas se acercan a él y le solicitan una foto. Él accede sin problema. Ellas se marchan diciendo: “Uy, qué alto y simpático es”. Nació en Pamplona hace 39 años, aunque pronto se trasladó a Aranda de Duero (Burgos) y luego a Valladolid. Se mudaban siguiendo los traslados del trabajo de su padre, que era empleado de Michelin. Cuando Mikel cumplió nueve años se instalaron en Vitoria. “Mi padre es ingeniero industrial, mi madre enfermera y mi hermana, tres años mayor, también ingeniera. Clase media muy trabajador­a y de ideas progresist­as. Es una familia disciplina­da sin autoritari­smo: prima la cultura del esfuerzo y del trabajo”, explica, y recuerda ver a sus padres acudir a las manifestac­iones contra la violencia de ETA en los años noventa.

A los 14 años cae en sus manos un Grandes éxitos de Queen. Se pone unos auriculare­s grandes y presiona el play. “Ahí descubro la capacidad de la música para ponerte los pelos de punta. Me escuché dos o tres veces el disco del tirón, hasta que me mandaron a la cama. Fue un flechazo muy grande, con las melodías, las guitarras de Brian May, la voz de Freddie… la musicalida­d. Era un mundo de fantasía para un chaval de 14 años”. Más tarde tiene su época Extremodur­o y luego se engancha a los cantautore­s y comienza a componer con la guitarra. Cuando acaba la carrera viaja a Madrid en busca de trabajo.

“Trabajaba de teleco y los jueves y los viernes tocaba en salas del circuito de cantautore­s, como el Búho Real y Libertad 8. Yo quería ser como Ismael Serrano”, afirma. Pero el concepto cantautor se le queda pequeño. “Empiezo a escuchar a Sunday Drivers, Standstill, Love Of Lesbian… Y veo que hay una forma de expresar cosas importante­s en castellano con un envoltorio guiri”. Izal deja el trabajo de ingeniero que tenía en Boeing y se dedica a tiempo completo a su carrera musical. Ese es el comienzo del grupo Izal, que se forma en 2010. “Le digo a mis padres que voy a intentarlo y que me voy a dar tres años. Si en ese tiempo no estoy pagando las facturas, volveré a echar currículos de ingeniero”. Mikel envía cartas a un puñado de salas de varias partes de España. Las encabeza así: “Hola, soy Pilar, la manager de Izal”. Todo mentira: no tienen ni agente ni discográfi­ca. Pero sí canciones. Tocan en Plasencia: cobran 10 euros por músico y asisten 20 personas. La situación se repite en otras ciudades. “Pero los pocos que van a vernos compran el disco. Eso nos daba una pista: teníamos seguidores muy fieles”. La cosa va creciendo: entrevista­s en radio, el representa­nte de Amaral les ficha...

En 2015, actúan por primera vez en el WiZink Center de Madrid: 11.000 personas. Desde entonces se vuelven imparables. Hogar es su quinto disco, con unas letras en las que Izal se muestra confesiona­l. “Necesitaba desnudarme y decir en un estribillo gritando que sangro, río y lloro”, relata. En los textos habla de sus ángeles (la gente que le ha arropado) y de sus demonios (sobre todo el miedo). “Hay una frase de Nina Simone que me encanta: ‘Ser libre es no tener miedo’. Y eso es lo que intento. Es muy importante no tener miedos autogenera­dos, agrandados, saber poner las cosas en su sitio. Casi nada es tan importante. Eso me lo debo recordar a menudo. A veces me sale bien, otras, no tanto”.

Después de 13 años viviendo en Madrid, en julio se mudó a Valencia, donde ya residían unos amigos. El mar le da la vida. Vive solo, hace surf y prepara una gira con su grupo que empezará en marzo y con la que llenarán todos los recintos hasta octubre. ¿Y después qué? “Pues, siendo honesto conmigo mismo y teniendo en cuenta mi necesidad de estímulos, moverme a otro sitio. Pero ojalá me equivoque, porque ahora estoy viviendo una etapa de paz”.

Alguien acusó al cantante en internet en 2018 de acoso sexual sin pruebas

“El trauma se vuelve el centro de tu universo y tú solo lo agrandas”, afirma

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/ MARIA LAURA ANTONELLI (SIPA) Ridley Scott, en el festival de cine de Venecia, en septiembre pasado.
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/ FABIO LOVINO El cineasta, junto a Lady Gaga, durante el rodaje de La casa Gucci.
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/ CLAUDIO ÁLVAREZ Mikel Izal, el día 12 en Madrid.
 ?? / CHORCH FOTOS ?? Izal, durante un concierto en Valencia.
/ CHORCH FOTOS Izal, durante un concierto en Valencia.

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