El opio del pueblo
En el segundo capítulo de Dopesick (Disney +), una funcionaria de Consumo da una cifra clave entre una tormenta de números mareantes —medio millón de muertos por opioides; 300 millones de recetas extendidas—: con Reagan, la Agencia del Medicamento redujo su plantilla a apenas 39 empleados para supervisar 35.000 productos.
Obsesionados por desregular, los republicanos mermaron su presupuesto (y credibilidad) y colocaron al frente a directivos de farmacéuticas. Que el zorro vigilase las gallinas permitió que el OxyContin, un opioide más potente que la morfina, campase por el país disfrazado de analgésico, con las áreas mineras —donde tolerar el dolor físico es la diferencia entre poner o no comida en la mesa— como zona cero. Para lograrlo, Purdue Pharma, propiedad de la familia Sackler, se apoyó en una red de sicarios con maletín y publicaciones científicas que ellos mismos financiaban.
Para abarcar una historia tan ramificada, Danny Strong (Empire) entrelaza líneas temporales a veces confusas pero necesarias. Porque cuando el vacío en el que se va sumiendo la mirada de la inmensa Kaitlyn Dever —que nos recuerda que los zombis que hacen cola ante las farmacias han sido antes ella: buenos hijos, buenas parejas— resulta insoportable, necesitamos avistar el futuro en el que funcionarios honestos desmontarán un cartel de camellos involuntarios, como el médico interpretado por Michael Keaton.
Cómo pudo pasar, nos preguntamos escandalizados desde una Europa más rigurosa y restrictiva, mientras de fondo escuchamos a los que siempre se sienten a salvo burlándose de organismos públicos en pos de la libertad de esclerotizar nuestras arterias o achisparnos en bares. Así empieza.