Weimar y Turingia proclaman toda la grandeza de Bach
Un festival con cerca de 150 conciertos lleva la música del compositor a la región en la que nació Feliz 333º cumpleaños
Weimar ha recibido la primavera con un frío invernal, con la nieve y el hielo cubriendo unas calles que transpiran historia entre todos sus adoquines. Esta es la ciudad de Goethe y de Schiller, cuyas estatuas, unidas por una corona de laurel entre sus manos, se levantan orgullosas frente al Teatro Nacional Alemán, que tiene su sede a pocos metros de las casas de ambos. Aquí vivieron y murieron Lucas Cranach El Viejo y Friedrich Nietzsche. Hasta la Villa Altenburg o hasta su casa de la Marienstrasse peregrinaron durante años decenas de músicos para recibir las enseñanzas o la bendición de Franz Liszt, que estrenó aquí Lohengrin, de su futuro yerno Richard Wagner, en 1850.
En Weimar creó Walter Gropius la Bauhaus, cuyo centenario se conmemorará el año que viene con la creación de un nuevo museo dedicado a este movimiento artístico, mucho más ambicioso que el actual. Aquí se aprobó en aquel mismo año, 1919, la constitución que vio nacer a la convulsa República de Weimar en una Alemania estertórea tras el final de la Primera Guerra Mundial. Aquí fue reconocido por primera vez el arte de Caspar David Friedrich y en sus calles pasearon, escribieron y enseñaron Jean Paul y Arthur Schopenhauer, Vasili Kandinsky y Paul Klee. Pero también basta alejarse unos pocos kilómetros del idílico centro histórico de la ciudad para adentrarse en la barbarie de lo que fuera el campo de concentración de Buchenwald.
En Turingia, el 21 de marzo es también sinónimo, al menos conforme al calendario juliano entonces aún en vigor, del día en que nació Johann Sebastian Bach en la cercana localidad de Eisenach. En el radio de unos pocos kilómetros pueden visitarse varios de los lugares en que residió: Ohrdruf, donde fue a vivir con su hermano mayor tras morir sus padres; Arnstadt, su primer destino profesional como organista, y donde la Neue Kirche (Iglesia Nueva) ha sido renombrada con el nombre de Bach, casi como si de un santo se tratara; Mühlhausen, donde compuso sus primeras cantatas. Y, por supuesto, Weimar, para cuyos duques trabajó como músico de corte, organista y, finalmente, concertino durante unos meses de 1703 y entre 1708 y 1717, unos años cruciales para su vida personal y profesional. Contrajo su primer matrimonio muy cerca de aquí, en la pequeña iglesia de Dornheim, y en Weimar nacieron sus primeros hijos, entre ellos Wilhelm Friedemann y Carl Philipp Emanuel.
Todos estos lugares, y la capital del Estado, Erfurt, donde nació Maria Elisabeth Lämmerhirt, la madre de Johann Sebastian, y lugar de residencia de una importante rama familiar de los Bach, son la sede del centenar y medio de conciertos que ofrecen desde este arranque (teórico) de la primavera las Thüringer Bachwochen, las Semanas Bach de Turingia. Más de cien, todos gratuitos, se celebrarán en la tarde-noche del viernes repartidos por 39 localidades de la región, en domicilios particulares, lo que llaman la “larga noche de la música en las casas”. La mayor parte del resto tienen Bach nació en Eisenach hace 333 años, una cifra triplemente trinitaria —y semidiabólica, dirían otros— que habría hecho las delicias del compositor, tan amigo de la simbología numérica. Como todos los 21 de marzo, sus actuales vecinos se congregaron por la mañana junto a su casa natal para recordar al hijo más famoso de la ciudad. En un sencillo acto, se depositaron varios ramos de flores a los pies de su estatua y un pequeño coro infantil y un grupo de instrumentistas de viento interpretaron su música. Todos cantamos juntos una coral del compositor y al final, para mitigar el frío, la Bachhaus invitó a café y tarta. por escenarios edificios históricos, como el castillo de Wartburg, el Patmos que sirvió de refugio a Lutero y donde tradujo al alemán el Nuevo Testamento, o la maravillosa Georgenkirche, también en Eisenach, en la que fue bautizado Bach.
El concierto inaugural en la Weimarhalle se reservó para la Pasión según san Mateo, la primera cantada y dirigida por Mark Padmore. Del segundo participio no hubo noticias visibles, si bien, como comentó el barítono Roderick Williams a su término, es el tenor británico quien carga con todo el peso de la obra (y de la historia que cuenta) sobre sus hombros. Padmore se sitúa en el centro del escenario como un miembro más del cuarteto solista del primer coro, de cara al público, y es él quien irradia y contagia desde allí su visión de la obra sin un solo movimiento de sus manos o un solo gesto de su cabeza.
Una cima de la civilización
‘Pasión según san Mateo’
Fue una interpretación de todos, con todos, para todos
Concibiendo la Pasión como un gran tapiz camerístico en el que sus constantes intervenciones como evangelista operan a modo de urdimbre, son cada uno de los instrumentistas y los cantantes quienes van tejiendo cada parte que les corresponde: con una insólita autonomía, pero también con una absoluta implicación y una concentración sin la cual se bordearía continuamente el naufragio. Todos están contando y viviendo el relato de la Pasión de Cristo, aun cuando no tocan ni cantan. Padmore parece vivirla, además, como si la sufriera físicamente, como si le causara un desgarro emocional irreversible, como si fuera la primera vez —o la última— que la canta.
The Orchestra of the Age of Enlightenment y dos grupos de ocho cantantes obran el milagro de dar vida a esta cima de nuestra civilización entendida como un ejercicio de sincero fervor colectivo en el que no hay lugar para personalismos. El público de Weimar la escuchó absorto y comprendió el mensaje: fue una interpretación de todos, con todos, para todos.