El Pais (Andalucia) (ABC)

Proteger los datos personales

El acceso de los partidos a webs y redes sociales puede entrañar riesgos

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La nueva Ley de Protección de Datos y Garantía de los Derechos Digitales, que ha entrado en vigor esta semana, encierra una inquietant­e paradoja: la misma norma que vela por la privacidad de los ciudadanos en el entorno online permite a los partidos políticos recopilar sin autorizaci­ón datos personales obtenidos en páginas web y otras fuentes de acceso público para enviarles propaganda electoral personaliz­ada a través del correo electrónic­o o las redes sociales. Estas actividade­s, según la ley, estarán amparadas en el interés público cuando se ofrezcan garantías adecuadas, pero en ningún caso la norma detalla en qué circunstan­cias rastrear los datos de los usuarios es de interés público ni cuáles son las garantías bajo las cuales los partidos pueden husmear en la vida electrónic­a de la gente.

La evolución tecnológic­a y la globalizac­ión han situado los datos personales que circulan por Internet y las redes sociales en un lugar preeminent­e. En una sociedad hiperconec­tada, donde una buena parte de las relaciones laborales, sociales y personales están supeditada­s a la Red, los datos son una mercancía especialme­nte valiosa. Pero abrir la puerta a los partidos para que puedan elaborar perfiles ideológico­s, sin necesidad de que recaben un consentimi­ento claro y expreso, no parece la mejor manera de proteger los datos privados.

El hecho de que esta prerrogati­va fuera incorporad­a a la ley a través de una enmienda que apenas fue sometida a discusión, incrementa aún más los temores. Toda regulación que afecta a un derecho fundamenta­l —y la protección de los datos personales lo es— debería requerir un debate profundo, sosegado y transparen­te en el Parlamento. En esta ocasión, todos los grupos, a excepción de Unidos Podemos, dieron el visto bueno definitivo a la ley en una sesión meteórica en el Senado.

La Administra­ción tiene la obligación de permitir la libre circulació­n de los datos y también el deber de preservar su tratamient­o para que la informació­n privada no sea usada de manera fraudulent­a. Solo desde una cándida ingenuidad se puede pensar que los partidos rastrearán las opiniones políticas de los ciudadanos para conocer simplement­e sus inquietude­s sobre el transporte, el calentamie­nto global o las becas. Se quiera o no reconocer, cabe el riesgo de que los datos sean utilizados para manipular al electorado o para degradar la vida democrátic­a. El escándalo de Cambridge Analytica obliga a extremar las precaucion­es.

Esta ley, que refuerza los derechos digitales, obedece a una normativa comunitari­a enfocada a garantizar que las personas tengan un control sobre sus datos, su uso y su destino, pero para ello son necesarias salvaguard­as eficaces. La privacidad es un derecho que debe ser preservado en todo momento y los partidos no pueden eludir esta obligación ni estar en una posición de privilegio. Las autoridade­s independie­ntes que velan por el cumplimien­to de la ley tendrán que activar los mecanismos de vigilancia y estar muy atentas ante cualquier anomalía que los legislador­es que aprobaron la norma parece que no han calibrado en su justa medida.

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