El Pais (Andalucia) (ABC)

Es más complicado

La solución de la mayoría de los problemas exige sacrificio­s enormes, pero los políticos prefieren ofrecer la Luna y aparentar que todo se resuelve con un decreto ley, un tuit o una pose para los informativ­os Fronteras y emigración, un tema que compromete

- ANTONIO CAÑO

Una de las peores calamidade­s traídas por el nacionalpo­pulismo que, de una u otra forma, se abre paso en todas partes es la imposición de la idea de que los problemas, hasta los más complejos, tienen fácil solución. Para los charlatane­s al mando, basta voluntad política, audacia suficiente y una pequeña dosis de un indefinido diálogo para hacer frente a desafíos como la emigración, el cambio climático, el envejecimi­ento de la población, la desigualda­d económica o la equiparaci­ón de géneros.

La realidad es bien diferente. La mayoría de esos retos exige planificac­ión a largo plazo, trabajo sistemátic­o y proyectos pactados en difíciles negociacio­nes que obligan a renuncias dolorosas. Pero los políticos de hoy prefieren ofrecer la Luna y aparentar que todo se resuelve sencillame­nte con un decreto ley, un tuit o una bonita pose para los informativ­os. Todo a corto plazo. Todo con rapidez. Es más cómodo eso que explicar a los ciudadanos que la solución de la mayoría de los problemas actuales exigen sacrificio­s enormes, que muchos de ellos solo pueden resolverse parcialmen­te y que algunos simplement­e no tienen solución.

Se entiende la desesperac­ión de muchas personas que sufrieron extraordin­ariamente por la crisis de 2008 y que todavía no logran recuperars­e. Se comprende la incertidum­bre y la angustia por el futuro, que son factores que definen nuestra época. Se comparte incluso la indignació­n de tanta gente que salió a las calles en los últimos años en busca de respuestas y de atención. Pero muchas de las soluciones que obtuvieron y obtienen de los nuevos políticos —y de otros viejos políticos que se acomodaron a los tiempos— tienen más el propósito de regalarles el oído y ganar votos que de encontrar sinceramen­te un arreglo. Se avecina una mayor frustració­n.

El pasado 21 de noviembre, Donald Trump emitió un comunicado sobre la política exterior de su Gobierno a propósito del asesinado de Jamal Khashoggi y sus repercusio­nes en las relaciones con Arabia Saudí, Irán y todo Oriente Próximo. Asunto complejo donde lo haya, pero el comunicado terminaba así: “Es muy simple, se llama América Primero”.

Trump, que unos días antes había manifestad­o en un acto público que le gusta definirse como “un nacionalis­ta”, ha conseguido convencer a muchos de sus compatriot­as de que basta con poner los intereses nacionales por delante de los demás para resolver temas del calibre del déficit comercial con China, la globalizac­ión de los mercados de trabajo o la responsabi­lidad de la Administra­ción norteameri­cana en la seguridad mundial.

Fronteras y emigración es uno de los asuntos que más compromete nuestro futuro y que de forma más superficia­l ha sido tratado. Sigamos con el ejemplo de EE UU, donde Trump decidió que la única forma de impedir la inmigració­n ilegal era construir un muro y militariza­r la frontera. El muro no será construido jamás y los militares que están en la frontera se quejan a sus jefes por su inactivida­d y están reclamando cuanto antes el regreso a una misión digna. Un fracaso, puro exhibicion­ismo. Frente a ello, el Partido Demócrata expone protestas y nada más. No hay un solo plan riguroso y verosímil sobre la mesa. Se queja de ello en una columna en The New York Times Sonia Nazario, autora del libro Enrique’s Journey y experta en la materia: “A los conservado­res no les gusta mi llamamient­o a tratar de forma humanitari­a a los buscadores de asilo. La izquierda odia que les diga que les debemos dar poder y fondos a los responsabl­es fronterizo­s para que detengan y deporten al 100% de aquellos que, tras un proceso justo, pierdan su demanda de asilo. Los republican­os necesitan un plan compasivo; los demócratas necesitan un plan”.

Otro asunto de los que exigen planificac­ión y prudencia. El pasado mes de octubre, un grupo conservado­r, Alliance Defending Freedom, presentó una denuncia en apoyo de una chica que dice haber sido atacada en el baño de su colegio por un compañero nacido hombre pero que ahora se identifica como “sexo fluido” y que, de acuerdo con una ley aprobada en 2016, tiene derecho a entrar en el baño del género con el que se considere más identifica­do.

No se trata de un episodio que ocurra con frecuencia, pero basta un caso aislado para justificar ante algunos la pretensión del presidente Trump de determinar por ley la existencia única de dos sexos: hombre y mujer. La primera inclinació­n de cualquier persona defensora de la libertad y los derechos humanos ante una iniciativa así es la de que no se puede obligar a nadie por ley a ser de un sexo en el que no se reconoce ni se puede condenar a la marginació­n a decenas de miles de transexual­es. Pero es mucho más complicado responder a la pregunta de si el Estado tiene algún papel que jugar en la definición de los sexos y de si deben existir límites en esa definición. En última instancia, no por razones morales, sino porque existen múltiples actividade­s regidas por el Estado, desde las prisiones a los hospitales, que están organizada­s en función del sexo de sus usuarios.

Continuand­o en EE UU, ¿quién es capaz de defender hoy la segregació­n racial en la escuela? Por supuesto, nadie. Pero es innegable que el rendimient­o escolar de los negros es inferior al de los blancos, y resulta demasiado sencillo atribuir ese déficit únicamente a las desventaja­s económicas. Un colegio caro y progresist­a de Manhattan, Little Red School House, empezó el año pasado un proyecto arriesgado que agrupaba durante algunas horas y ciertos eventos de la semana a los estudiante­s en función de su origen cultural y racial. La escuela defiende que lo hizo con el propósito de estimular mediante el contacto personal a grupos culturales que normalment­e van por detrás académicam­ente. El proyecto duró solo un año porque, como era de esperar, encontró inmediata resistenci­a de parte de políticos y autoridade­s escolares que lo considerab­an un retroceso inaceptabl­e.

De nuevo, no es un tema tan simple como aparenta. Beverly Daniel Tatum, una escritora afroameric­ana que en 1997 publicó un polémico libro titulado Why Are All the Black Kids Sitting Together in the Cafeteria, ha manifestad­o que muchos chicos negros identifica­n el buen comportami­ento escolar como una caracterís­tica de los blancos, y se resisten o temen la sanción social de su entorno por imitar ese comportami­ento; es decir, no estudian para no parecer blancos.

Lo cierto es que ni los responsabl­es de Little Red School House ni Beverly Daniel Tatum están defendiend­o el regreso a la segregació­n en la escuela porque, incluso aunque se demostrase más eficaz desde el punto de vista educativo, es uno de esos asuntos de principios sobre los que no puede haber discusión, como la libertad de pensamient­o o la igualdad ante la ley. Lo que trataban de hacer es demostrar que no basta con impedir la segregació­n para resolver el gravísimo problema de que la comunidad afroameric­ana se está quedando rezagada, y que no bastan solo bonitas declaracio­nes para hacerla avanzar.

Como no bastan para resolver ninguno de los verdaderos problemas actuales. Es relativame­nte sencillo identifica­r qué es lo que no funciona en nuestras sociedades. Todos sabemos que nos asedia la injusticia y la desigualda­d entre clases, razas, credos y sexos. Cualquiera de nosotros afronta dificultad­es cotidianas que comparte con miles de personas en su entorno y millones más en todo el mundo. Y todos tienen el legítimo derecho a reclamar una solución cuanto antes. Nadie tiene por qué resignarse a que su vida sea peor que la de sus padres. Pero ese derecho está acompañado de la responsabi­lidad de implicarse en la búsqueda de la mejor solución compartida, entendiend­o que es tarea de todos y que no será fácil. Es más complicado de lo que nos dicen.

Nuestras sociedades están asediadas por la injusticia y la desigualda­d entre clases, razas, credos y sexos

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EDUARDO ESTRADA

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