El Pais (Andalucia) (ABC)

Del cocido y los macarrones

- POR CARLOS ZANÓN El funeral de Lolita

Con El funeral de Lolita, Luna Miguel (Alcalá de Henares, 1990) realiza su primera incursión en la novela. Como poeta, es autora de libros como La tumba del marinero o El arrecife de las sirenas. En breve, Lumen publicará una edición ampliada del ensayo El dedo, que hasta la fecha sólo estaba disponible digitalmen­te.

El argumento de esta novela gira alrededor de Helena, treintañer­a residente en Barcelona que trabaja como crítica gastronómi­ca. El detonante de la historia se produce cuando conoce la noticia de la muerte de su antaño profesor de literatura del instituto, Roberto, 24 años mayor que ella, con quien tuvo relaciones cuando ella era una cría, todo ello aderezado con humbertian­as lecturas de Kundera y poetas del 27. Helena decide acudir al funeral y regresar a su ciudad, Alcalá de Henares. Que es una manera de acudir al lugar donde sufrió la pérdida de sus padres, una por enfermedad y el otro por depresión y suicidio. Recuerdos familiares, el reencuentr­o con antiguas amigas y la viuda de Roberto, así como una ciudad de la que se alejó la protagonis­ta para reinventar­se y sobrevivir.

Ni en cuanto al fondo ni a la forma la novela llega a funcionar. Su lectura se hace morosa al carecer de pellizco y arañazo. Ni tan siquiera irrita o molesta, que es lo que a veces puede distorsion­ar una lectura y aventurar que uno no entre por cómo le sirven el guiso más que por el guiso en sí. La prosa es sencilla, a ratos enumerativ­a, cercana a una poesía sentimenta­l sin apenas uso de imágenes o juegos. El libro parece haber sido cepillado tanto que no queda atisbo alguno de rabia ni intensidad lírica, argumental o de caracteriz­ación dramática. Se alarga en exceso la llegada del conflicto y su resolución es un gatillazo que no te enoja porque ya habías perdido cualquier esperanza. Echas de menos tensión, interés y un mínimo de electricid­ad en la prosa —a excepción de algunos diálogos—, y sorprende porque crees entrever un potencial para eso en la autora y en el argumento.

Luna Miguel parece poner toda la apuesta en su personaje y en la proyección sexual que Helena tiene de sí misma, pero el personaje no está a la altura de esa confianza. Ello es más grave porque el tema, la herida, el ajuste de cuentas o duelo podría haber sido explicado desde la rabia o el amor, el odio, la ausencia, la venganza o la impasibili­dad o todo lo contrario, lo que hubiera querido darnos —cualquier cosa— su autora a través del personaje, de por qué es como es ahora viniendo de aquello. El mismo espíritu que Helena ponía en sus críticas gastronómi­cas lo hubiera podido trasladar a la excavación y elevación de ella como personaje en su propia vida. Pero eso no llega a suceder nunca y, al acabar el libro, te queda la sensación de que o bien antes habíamos leído mal a su autora o no puedes hacer un cocido con los ingredient­es con que cocinas unos macarrones.

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