El arzobispado de Barcelona ayudó en 1990 a huir a un cura pederasta
Localizado en Ecuador el sacerdote, que fue enviado de misiones para evitar un juicio por abusos y ha estado 28 años oculto. La archidiócesis sabía de su paradero
mas y en la falta de respuestas más contundentes, y por eso pedimos perdón”.
Para Gema Varona, experta en abusos de menores y presidenta de la Sociedad Vasca de Victimología, ha sido una conducta totalmente anómala y “vergonzosa”. Varona lleva años investigando los abusos en la Iglesia católica y está elaborando el primer estudio en España sobre el tema. “Es una práctica de la Iglesia católica documentada en muchos países, como Alemania y Bélgica. Lo perverso es que es una manera de que los abusadores continúen abusando, porque en estas personas siempre hay una continuidad, suelen seguir, y más aún si no ha habido un tratamiento y medidas adecuadas. Está entre los errores más graves por los que la Iglesia deberá pedir perdón algún día”.
David contra Goliat
Esta experta, que ha entrevistado a decenas de víctimas, señala que al saber que sus agresores han sido enviados a otra parte les duele mucho, “porque lo único que le preocupa a quien lo ha sufrido es que no se vuelva a repetir, pero les mandan a lugares con condiciones más propicias para sus delitos”. Subraya que, en los países de destino, la Iglesia suele tener un poder aún mayor, los pederastas tienen acceso a familias con mayor vulnerabilidad y la justicia local es menos eficiente.
Para José Ramón Juárez, psicólogo y perito en algunos de los casos de abusos juzgados en Chile, no solo hay que considerar la dificultad de la víctima para denunciar, sino la inferioridad del abusado frente a la Iglesia. “Para la víctima no es solo David contra Goliat, es casi David contra el representante de Dios”, explica. Juárez, especialista en abusos en Latinoamérica y miembro de la asociación catalana Mans Petites, subraya que las jerarquías eclesiásticas suelen tener más influencia en estos países, “bien por la gran diferencia entre clases sociales o por la fuerte presencia social que poseen por sus numerosas actividades de caridad, lo que se traduce en una mayor impunidad”.
En 2002, cuando comenzó el escándalo de los abusos en la Iglesia, uno de los primeros libros publicados en España sobre el fenómeno ya apuntaba todo. Pepe Rodríguez, coordinador de la Facultad de Ciencias de Comunicación de la Universidad Autónoma de Barcelona, escribía en Pederastia en la Iglesia católica (Ediciones B): “A un cura que abusa sexualmente de menores se le suele trasladar a parroquias cada vez más humildes —bajo la creencia de que la gente con escasos medios económicos y culturales soporta mejor los abusos y no tiene recursos ni credibilidad para enfrentarse a la Iglesia—, aunque, cuando el escándalo comienza a estallar, o amenaza con hacerlo, es muy común enviar al clérigo a otro país. El destino más habitual del clero pedófilo español es Latinoamérica”.
Si conoce algún caso de abusos, escríbanos con su denuncia a abusos@elpais.es. Jordi Ignasi Senabre, párroco de Polinyà, en Barcelona, desapareció tras ser acusado de abusar de un menor de 13 años en 1988, con una petición de cinco años de cárcel, y nunca más se ha vuelto a saber de él. La Audiencia catalana le llamó a declarar en octubre de 1991 y no se presentó. El arzobispado de Barcelona argumentó que había salido del país “de misiones”, pero no aclaró nada más. No hubo más noticias de su paradero hasta que Senabre fue arrestado en enero de 1994 en Uruguay, donde había entrado con un visado turístico. España pidió su extradición el 4 de marzo de ese año, pero fue denegada en junio. El país sudamericano no llegó ni a contestar, según el Ministerio de Justicia. El cura quedó libre y se perdió su pista. Hasta hoy. EL PAÍS lo ha localizado en la diócesis de Santo Domingo de los Colorados, en Ecuador. Siempre estuvo allí, y el arzobispado de Barcelona siempre lo supo: lo mandó la propia diócesis en 1990 tras enviar una solicitud por carta, según confirma el vicario general de Santo Domingo, Galo Robalino. Contactado telefónicamente por este periódico, Senabre cuelga al saber que se trata de un periodista español: “Se equivoca usted”.
El vicario de la diócesis ecuatoriana, en conversación telefónica, muestra su consternación y sorpresa por los antecedentes de Senabre, que en algunos documentos aparece como “Sanabre”. Está jubilado desde hace cinco años y ha ejercido como cura en esta localidad, a 150 kilómetros de Quito. “Esta noticia me cae de sorpresa, me entero por usted, dudo mucho de que nos informaran de su situación, no creo que el obispo de entonces, don Emilio Stehle, lo hubiera permitido, pero vamos a mirar la carpeta de este sacerdote a ver qué hay”, explica. Al contrario que la mayoría de las diócesis españolas contactadas ante casos de abusos, este vicario colabora sin titubeos en aclarar lo ocurrido. Abre la carpeta del expediente de Senabre y encuentra la carta enviada por el obispado de Barcelona, fechada en 1990: “Le confirmo que aquí no dice nada, nada, de la denuncia contra él en España, solo es la solicitud de que le acojamos”.
Barcelona cambió de arzobispo justo ese año, en marzo de 1990, con la marcha de Narcís Jubany y la llegada de Ricard Maria Carles. Por tanto, al menos tres obispos de la ciudad desde 1990, todos ellos cardenales —Carles, Lluis Martínez Sistach y el actual, Juan José Omella—, han sabido del paradero de este sacerdote. El arzobispado de Barcelona se ha negado a aclarar a este periódico cuáles fueron las circunstancias de la fuga de Senabre