Las dos almas de una protesta
El odio a Macron es el denominador de un movimiento sin líder ni programa
odio al presidente Emmanuel Macron es el denominador común.
En muy poco tiempo, los chalecos amarillos han ampliado el campo de batalla. No solo en las reivindicaciones; también en los métodos. La violencia política ha irrumpido en la vida francesa. Y funciona. Tres días después de los graves incidentes del 1 de diciembre en París, que dejaron más de cien coches quemados, edificios incendiados y comercios saqueados, Macron aceptó dar marcha atrás en la subida de las tasas sobre el carburante, prevista para el 1 de enero. Fue la primera victoria de los chalecos amarillos.
Jacline Mouraud, en Bohal, y Annie Coto, en Ploërmel, representan dos visiones distintas sobre el futuro de los chalecos amarillos. La primera es una pequeña celebridad en el variopinto ecosistema de este movimiento sin líder ni programa. La segunda es una ciudadana normal, pero entregada, como tantos otros, a una causa que nadie sabe en qué desembocará.
En la rotonda de Ploërmel, Annie Coto lleva el Gwenn ha Du, la bandera blanquinegra de Bretaña, y una sonrisa contagiosa. “Aquí he encontrado una nueva familia, nuevos amigos”, dice.
La bandera no es una seña exclusiva: en la cabaña que alberga a los chalecos amarillos también luce la tricolor, la bandera de Francia. Pero el regionalismo es un rasgo significativo, aunque secundario, del movimiento. En un artículo publicado el 1 de diciembre en el diario Ouest-France ,el geógrafo Jean Ollivro interpretaba en esta clave la revuelta, como una reacción contra la “monarquía parisiense”, el “hiperjacobinismo” y el “ultracentralismo” de la capital.
París son las élites y los bancos. Y Macron, que “ha decidido dar migajas al pueblo, pero el pueblo quiere algo más que migajas”, comenta Annie Coto sobre la anulación de la subida del carburante. “Es un monárquico, no conoce a los de abajo. Nació con una cuchara de plata en la boca”, sigue.
Ya nadie habla del precio del carburante en las rotondas de Francia. Tampoco en Ploërmel, donde nadie se plantea abandonar la lucha, y menos después de conseguir su primera victoria.
En busca de interlocutores
En Bohal, Jacline Mouraud es más cauta: “Yo saludo las decisiones gubernamentales que normalmente deberían apaciguar un poco a los franceses. No diré que el problema sea que la gente ya no sepa lo quiere, pero hay tantas reivindicaciones difusas y a tantos niveles que ya nada bastará”.
La mujer que contribuyó con una filípica en la red social Facebook contra Macron por su supuesta hostilidad hacia los automovilistas se ha convertido en la voz de la moderación de los chalecos amarillos. El vídeo supera los seis millones de visitas.
Desde el salón de su casa había encendido una revolución y ahora los revolucionarios más recalcitrantes la atacan a ella. Algunos chalecos no le perdonan que inste a la calma después de los repetidos actos de violencia. Ni que asuma que quizá hay que dejar de tensar la cuerda y sentarse a hablar. Ni que estuviese dispuesta a hablar con el primer ministro francés, Édouard Philippe, que desesperadamente busca interlocutores en el movimiento. “Mi vídeo partió del hartazgo de la persecución del automovilista en Francia, y ahora algunos piensan en derribar un Gobierno. Va de un extremo a otro. La gente no razona convenientemente”, opina.
El genio ha salido de la botella y nadie sabe cómo volver a meterlo dentro.
Después de interpretar canciones de Brel y Piaf en el acordeón, Jacline Mouraud sale al jardín Lleva a los visitantes al corral y, orgullosa, muestra sus gallinas. Evoca sus experiencias hipnotizando a una médium, su relación con el mundo de lo paranormal y los ectoplasmas, y recuerda que el bosque mitológico de Brocelandia está cerca. El fantasma del mago Merlín no anda lejos.
“Yo soy un hada”, sonríe.
Daniel Cohn Bendit, el joven icono estudiantil del 68, Danny el Rojo, hoy asesor de Macron, afirmaba en The Observer que los chalecos amarillos están siendo instrumentalizados por minorías extremas antisistema, tanto de izquierdas como de derechas.
El trumpismo prende en Europa. Lo vemos en España con la sorprendente emergencia parlamentaria de Vox, un partido que recibe inspiración del ex-Rasputín de Trump, Steve Bannon. No son fascistas, pero calcan el trumpismo. Los chalecos amarillos beben de los mismos sentimientos y métodos. La desconfianza del sistema; las emociones instrumentadas a través de las redes digitales con desinformación y fake news; el miedo al otro. Al malaise (malestar) que permea periódicamente la sociedad francesa podemos recetarle el consejo del ex premier británico conservador Macmillan: “Debiéramos utilizar el pasado como trampolín, y no como sofá”.
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