El Pais (Andalucia) (ABC)

“Soy votante de izquierdas, pero todos son iguales”, dice una residente

El PSOE deja de ser la fuerza más votada tras tres victorias consecutiv­as

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que estaban llamados a las urnas, a más de 3.290 les pudo el hartazgo o, simplement­e, el pasotismo.

Con su plante, el municipio ha consolidad­o una escalada de abstencion­ismo en las andaluzas que se ha duplicado en la última década: del 31,67% registrado en 2008 al más del 60% de este año. Los que sí votaron en esta población también dejaron otra cifra para la historia local: después de tres elecciones de victorias socialista­s en las autonómica­s (2008, 2012 y 2015), en esta ocasión Adelante Andalucía superó en votos al PSOE (29,24%, frente al 29,05%). Por la derecha, el 15,19% se decantó por el PP; otro 13,19% lo hizo por Ciudadanos, y un 8,84%, por el ultraderec­hista Vox.

En el pueblo no hay industrias, solo campo. Pero no es suficiente para emplear a una mayoría de jornaleros que se marchan temporalme­nte a donde hay campañas: de Huelva a Ávila, pasando por Jaén. La estacional­idad altera la estadístic­a de desempleo, que en octubre marcó un 14,36% de parados. La renta media es de 11.129 euros anuales, la novena más baja de toda España, según los datos de la Agencia Tributaria. Es esta tormenta socioeconó­mica perfecta de precarieda­d y falta de recursos la que para el portavoz de Izquierda Unida en el Ayuntamien­to, Daniel Pérez, explica la abstención histórica: “La gente ve cómo se suceden los Gobiernos de uno y otro color sin que se les dé una respuesta sólida a sus necesidade­s. De votar a favor o en contra de algo, están pasando a no votar, al cinismo y al descreimie­nto”. El alcalde Miguel Ángel Carrero, del PSOE, va más allá: “Es una manifestac­ión del descontent­o. Es gente de izquierdas y no quieren votar a la derecha. Es un acto que entienden de reivindica­ción”.

“¿Para qué?”

Este pueblo gaditano arrastra décadas de problemas ya cronificad­os. Tanto que la localidad es una de las pocas de menos de 20.000 habitantes que tiene una barriada declarada como zona desfavorec­ida. Allí, la abstención llegó al máximo el pasado 2 de diciembre: solo votó el 19%. Entre los que no lo hicieron, Juan Campos repite el argumento de sus vecinos, apostado a la puerta de su casa en la calle de Guadalete: “¿Para qué? Ya estoy aburrido”.

Del descalabro de su partido, a vísperas de unas elecciones municipale­s en las que aún no sabe si será el candidato socialista, Miguel Ángel Carrero saca una lección principal: “Se nos ha dado un toque de atención a la izquierda. Se abre un periodo de reflexión para ver cómo los partidos canalizamo­s lo que estamos haciendo y ver cómo lo perciben los vecinos”. La introspecc­ión será corta. En apenas cinco meses, Puerto Serrano volverá a medir su hartazgo en las urnas. Se avecinan tiempos de debates broncos en “La Moncloa”.

Unas élites que, en lugar de levantar cortapisas a su poder, se dedicaron a emplear las institucio­nes como un instrument­o para su beneficio personal y político.

La corrupción, la pérdida de legitimida­d de los tribunales de justicia y la degradació­n de la vida pública generó una desafecció­n creciente. Dado que no pudieron o no quisieron reformar el perímetro de las reglas de juego, la sociedad empezó a ir por su lado y la política por el suyo. Por eso cuando estalló la segunda gran crisis, al presidente no le costó mucho que calara el “¡que se vayan todos!”.

Tenía una cierta racionalid­ad contestata­ria para unos votantes que ya no esperaban anda de sus miopes políticos. Y sí, quizá no sabían lo que implicaba ese voto de confianza al presidente, pero una vez llegados a ese punto se limitaron a despedir su libertad con un estruendos­o aplauso.

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