El Pais (Andalucia) (ABC)

Una “radiografí­a emocional”

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otra de sus obras menos conocidas, que aporta una visión crítica de los primeros momentos de la Guerra Civil en Madrid. Ambos títulos ayudan a completar, en estos tiempos de acometidas contra los derechos de las mujeres y discusione­s sobre las esencias del feminismo, una figura radicalmen­te independie­nte y poliédrica, incómoda tanto para la izquierda como para la derecha y olvidada hasta hace muy poco.

A contracorr­iente

Para empezar a entenderla, la escritora Carmen Posadas —que también presentó ayer el nuevo libro de Campoamor— y la filóloga Beatriz Ledesma creen que es fundamenta­l conocer su origen humilde: tuvo que trabajar desde muy joven por la muerte de su padre —pronto ganó una plaza en Telégrafos— y se puso a estudiar Derecho con 34 años mientras se convertía en destacada activista —también escribía en periódicos— en una España en la que más de la mitad de sus compatriot­as era analfabeta. “No era una sufragista de salón”, dice Ledesma. Posada destaca la personalid­ad de alguien que rechazó las propuestas de la dictadura de Miguel Primo de Rivera para ocupar cargos y que, además del sufragio femenino, consiguió que se aprobara el divorcio e impulsó la regulación del trabajo de las mujeres y los niños, entre otras iniciativa­s.

Esa etapa madrileña de activismo y política (en la que se enmarca, aparte de textos periodísti­cos, el libro El derecho de la mujer), contrasta con esa otra más humanista, dedicada a la literatura y la traducción, que vivió la mayor parte del tiempo que pasó exiliada en Buenos Aires. Y que está representa­da en esos textos divulgativ­os que publicó entre 1943 y 1945 en la revista femenina Chabela, recuperado­s ahora en Del amor y otras pasiones. En ellos la intelectua­l reflexiona sobre la obra poética de autores como Sor Juana Inés de la Cruz (de quien también publicó una biografía), Quevedo, Góngora, Manuel Machado o Amado Nervo y analiza mitos literarios como el de don Juan. Sin embargo, para Ledesma, se trata de etapas coherentes con “la vocación de servicio público” que siempre le acompañó. Perseguida tanto por algunos sectores de la izquierda como por los falangista­s, Clara Campoamor inició en Argentina en 1938 un exilio en el que las circunstan­cias le empujaron a aparcar su faceta de activista política y abogada. Así afloró, explica la investigad­ora Beatriz Ledesma, “su vocación dormida por la literatura”. Una pasión que ha conseguido rescatar del olvido con Del amor y otras pasiones, en el que ha compilado 29 artículos de la intelectua­l publicados entre 1943 y 1945 en la revista femenina Chabela, una de las numerosas

Dos entrevista­s a la pensadora, publicadas en Caras y caretas en 1932 y 1933, encabezan la edición. En ellas, Campoamor habla, entre otras cosas, del papel de la mujer. Por ejemplo, se refiere a un tema de marcada actualidad, el lenguaje inclusivo, sobre el que defiende para los “cargos, honores o profesione­s que la mujer conquista por sí misma” terminacio­nes comunes con cambios de articulo, como en el/la pianista. Eso sí, acaba diciendo sobre el tema: “En ningún caso sería esta una cuestión que hubiera de restarme media hora de sueño”. Robles destacó ayer este último giro y reivindicó a Campoamor como “luz y guía de los y las feministas”. publicacio­nes que trataban de saciar la creciente voracidad cultural de amplias capas de la sociedad argentina de la época.

De los ensayos, modo de reflexione­s y comentario­s de texto sobre poesía, Ledesma destaca su deseo de contagiar “una pasión por esos poetas que admiraba”, por lo que iba más allá de la “valoración estrictame­nte literaria”. “Ella habla de sentimient­os y, si leemos atentament­e, encontrare­mos una radiografí­a emocional de Clara Campoamor”, asegura. Un repaso sentimenta­l que va desde Juan de Mena, el Marqués

Más en estos tiempos: “Hace que nos olvidemos de las cosas menos esenciales y caminemos todos juntos. El hecho de segmentar el feminismo y que haya gente que quiera repartir carnés de feminismo hace un daño enorme”.

Lo cierto es que la madrileña siempre defendió —desde sus ideales feministas, liberales, laicos y republican­os— su propia visión, aunque significas­e ir a contracorr­iente. Como con el voto femenino —que le costó un aislamient­o político que relata en El voto femenino y yo: mi pecado mortal— o a la hora de describir los desmanes de algunos grupos republican­os en Madrid tras el alzamiento militar de 1936, de Santillana, Fray Luis de León, Cristóbal de Castillejo, Quevedo, Góngora y Garcilaso hasta Manuel Machado y Amado Nervo, pasando por Espronceda, Zorilla, Bécquer o Bartrina, entre otros.

Aquella vocación literaria —que de paso le ayudaba a sostenerse económicam­ente— se mostraba también en forma de conferenci­as y traduccion­es del francés —por ejemplo, de obras de Victor Hugo y Zola— y la publicació­n de varias biografías: de Sor Juana Inés de la Cruz, Concepción Arenal y Quevedo. También colaboró en programas de radio en espacios en los que habló, entre otras cosas, de mujeres españolas “sobresalie­ntes” como Emilia Pardo Bazán o Rosalía de Castro.

que describió en La revolución española vista por una republican­a, publicado originalme­nte en francés. Una obra poco conocida que describe, en “un trabajo serio y honesto”, la revolución que en realidad estalla “cuando las autoridade­s del Frente Nacional deciden armar a las milicias de sus partidos”, escribe Luis Español Bouché, editor y traductor de la obra que acaba de publicar su sexta edición; él mismo la presentó en el Senado el mes pasado. Allí volvió a reivindica­r a “una mujer independie­nte y ecléctica” cuyo objetivo siempre fue, asegura en su libro, “la equiparaci­ón de los derechos de la mujer con los del hombre, ni más ni menos”.

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Nuevo Mundo. / D. CASARIEGO (EFE) / ATENEO DE MADRID Clara Campoamor (centro) encabeza un mitin en 1932. Debajo, un artículo que publicó en 1931 en
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