“Me resultaría aburrido recrear en una película solo la realidad”
Antes de la entrevista, un publicista cierra los últimos detalles con el redactor. Y le desea que vaya bien con “el griego loco”. A Yorgos Lanthimos también se le han pegado otras etiquetas, como visionario, intruso o intenso. ¿Qué opina él? “Creo que son todas ciertas. Las personas son distintas y ven las cosas de manera diferente. Bienvenido sea. Ahora bien, afirmar eso sobre mí sin conocerme, por mi obra, no parece muy válido”, responde. Puede, en efecto, que hasta sea mentira. Porque en persona Lanthimos se muestra prudente y ponderado. Habla despacio, sonríe sin excederse, mide sus palabras. Resulta que el maestro del delirio es un artista del equilibrio. Y eso que sus filmes destrozan el statu quo: de los hijos de Canino, sin contactos con el exterior y criados en la creencia de que los gatos son bestias asesinas y el mar una silla, al universo de Langosta, donde los solteros acaban transformados en animales.
“Intento evolucionar y aprender de lo que hago, cambiar para no aburrirme. Para mí siempre es un experimento. Imagino una situación, creo una historia, la filmo y la suelto por el mundo. La gente hace lo que quiera con ella. No puedes esperar una reacción o comprensión específica”, asegura el director (Atenas, 45 años). Aunque lo cierto es que cada vez que un filme de Lanthimos visita un festival, se lleva un premio. Así fue con su última criatura, La favorita, galardonada por la interpretación de Olivia Colman en Venecia, donde se celebró esta charla. La película llega hoy a España, tras el récord de nominaciones de los premios del cine independiente británico, y con una larga lista de críticos rendidos a su brillo y a sus tres protagonistas: Colman, Emma Stone y Rachel Weisz.
Antes, esos mismos expertos se quedarían sorprendidos. Lanthimos siempre crea de la nada sus proyectos, los coescribe con Efhymis Filippou, y los centra en golpear cimientos y certezas de la sociedad. La favorita, en cambio, procede de otros guionistas, que se la propusieron hace una década, y es cine de época, más comercial. En la Inglaterra del siglo XVIII, dos mujeres pelean por la atención de Ana, reina susceptible, insegura e impulsiva: están dispuestas a todo para compartir su poder (y su cama). Sobre una base de historia más o menos real, el griego imprime a fuego su sello: absurdez, humor negro, sexo, luz natural, patos y fusiles. Momentos extremos, puro Lanthimos. Se cuenta que todas las pelucas usadas en el plató tenían nombre propio, y que el cineasta siempre sabía cuál de los 17 conejos a su disposición necesitaba.
“Me resultaría aburrido recrear en una película solo la realidad. Haces un filme para provocar una reacción, la que sea. Me interesa empujar a los personajes para revelar cosas del comportamiento humano que no se ven todos los días y atizar a la gente. Luego, todo es permitido, no hay reacción buena o mala del público”, afirma. “Solo hago una película si tengo el control creativo. Si no, filmaría anuncios”, agrega. Los rodó, al principio. Pero le sirvieron de entrenamiento y caja para su cine, lo que siempre quiso. En la estela de sus admirados Tarkovsky, Kubrick y Buñuel. Con la surrealista Kinetta, Lanthimos se hizo notar. Y con Canino, despegó. Langosta y El sacrificio de un ciervo sagrado le dieron estrellas y visibilidad. A La favorita, pide la consagración como autor tan talentoso como peculiar.
“No creo que nunca me haya quedado impactado”, suelta. El cineasta jura que no hay géneros prescindibles, sino filmes buenos y malos; y que él ve todo tipo de cine, incluso el de superhéroes. Solo hay una excepción: sus propias obras. Lanthimos evita todos los pases previos, las descubre en el estreno oficial, y nunca más, durante “15 años”. Tampoco disfruta los rodajes: “El estrés en el plató es inmenso. Tienes mucha presión y poco tiempo para lograr algo que se quedará así para siempre”. La clave, para el griego, llega mucho antes. “Lo más importante es escoger a la gente correcta, confiar y darle un espacio apropiado. Me tomo mucho tiempo para estar seguro de que los actores conozcan mi obra, quieran ser parte del proyecto por eso y no lleguemos a una situación donde quieran trabajar a su manera. Todos los intérpretes de mis filmes eran conscientes de mi trabajo”. Sus publicistas, también.
resisto un poco más y lo que veo y escucho acaba enganchándome. Sin excesos. Me intriga progresivamente cómo va a acabar este relato sobre el poder absoluto utilizado para comprar sexo y, tal vez, un poco de amor. Esa reina ciclotímica, entusiasta y depresiva, enferma y sexualmente voraz, rodeada de 17 conejos con los que pretende sustituir emocionalmente a las 17 criaturas que perdió, y la compleja relación que establece con sus dos amantes, señoras muy trepas, una aristócrata que ejerce de soberana en la sombra, la otra una profesional de la supervivencia que descubre que puede encontrar un lugar en el sol compartiendo la cama de la reina después de haber tragado tanta mierda, me van intrigando progresivamente. Los diálogos poseen agudeza, la conducta de los personajes es corrosiva y compleja.
Pero, ante todo, encuentro hipnótica y admirable la interpretación de tres actrices privilegiadas. Desconocía a Olivia Colman. Le voy a seguir atentamente la pista. Siempre me ha gustado todo en Rachel Weisz. Y la joven Emma Stone es muy buena, creíble en registros variados. Tiene un presente y un futuro esplendorosos.