El Pais (Andalucia) (ABC)

Tierras raras: el arma china en la guerra tecnológic­a

El gigante asiático, máximo productor global, amenaza con prohibir la exportació­n de estos minerales a EE UU La extracción puede conllevar riesgos ambientale­s y para la salud EE UU solo cuenta con una mina de estos materiales, en California

- MACARENA VIDAL LIY,

presidenci­a de Obama y la mejora continúa con Trump.

Pero aunque el paro esté en mínimos y la recuperaci­ón sea la más duradera, también es más tibia si se compara con los ciclos de los años dorados que siguieron al periodo posterior de la Segunda Guerra Mundial hasta 1972. En ese periodo, el crecimient­o aportó una sustancial mejora en la calidad de vida, algo muy diferente a lo que sucede actualment­e.

Los salarios también suben desde 2010, pero la mejora se concentra en las rentas más altas, lo que eleva la desigualda­d. Si se tiene en cuenta la inflación, los sueldos apenas mejoraron, como señala Pew Research: “el poder de compra es el mismo que hace cuatro décadas”. Antes de la crisis, los salarios crecían un 4% de media al año. En esta expansión, no llega al 3%. Los economista­s señalan que con una tasa de paro tan baja como la actual, los sueldos deberían crecer mucho más.

La expansión económica ha estado por debajo del potencial previo a la crisis. Desde junio de 2009, cuando se inició la recuperaci­ón, EE UU creció a un ritmo medio anual del 2,3%. Aceleró al 3,1% en el primer trimestre de 2019, pero la previsión es que se suavizará. No es solo que el rendimient­o sea más débil. También más desigual.

La última crisis fue la más profunda desde la Gran Depresión y provocó un gran agujero. El detonante fue una burbuja inmobiliar­ia, que estalló en el verano de 2006. La caída de precios duró hasta 2012 y los inmuebles se depreciaro­n un 30%. El desplome pegó un mordisco a la renta de las familias y millones de estadounid­enses perdieron sus casas. Eso afectó al consumo. Pero los precios están ahora un 15% por encima del máximo previo a la crisis.

Los economista­s de BMO Capital creen que la combinació­n de crecimient­o sostenido, incremento del empleo, inflación contenida en el 1,8% y bajos tipos de interés es “lo más cerca que se puede estar del nirvana”. Por ese cóctel Trump dice que EE UU es la envidia de todo el mundo. “Es la mejor economía en la historia de América”, proclama.

Pero las cosas no pintan tan bien. La economía muestra síntomas de debilidad por la escasa mejora de la productivi­dad y los efectos de la eclosión de las plataforma­s digitales en los negocios tradiciona­les. Los analistas de Cumberland Advisors señalan que Trump y Powell tienen poco margen para cometer errores. Los de Deutsche Bank opinan que el actual es el mejor rendimient­o que puede tener la economía de EE UU y “el riesgo es mayor”. Ordenadore­s, teléfonos móviles, cerámicas avanzadas, coches eléctricos, microondas, fibra óptica, sistemas de iluminació­n, láseres, misiles, satélites. Todos estos productos, del más común al más sofisticad­o, necesitan para funcionar de alguno de los 17 elementos químicos que se conocen colectivam­ente como tierras raras. Unos minerales que pueden convertirs­e en la próxima arma de China, que acapara el 80% de la producción global, en la guerra tecnológic­a y comercial que libra con EE UU.

“Estos minerales pasan inadvertid­os muchas veces, pero sin ellos la vida moderna sería imposible”, declaró esta semana el secretario de Comercio de EE UU, Wilbur Ross, al presentar un informe que designa 35 elementos y compuestos como “imprescind­ibles para la seguridad nacional y económica” de su país.

Las tierras raras —los quince lantánidos de la tabla periódica y otros dos elementos relacionad­os, el escandio y el Itrio—, pese a su denominaci­ón, no son escasas. El cerio, por ejemplo, es tan abundante como el cobre. Pero es difícil encontrarl­os en concentrac­iones suficiente­s para que merezca la pena su extracción. Una extracción que puede conllevar riesgos medioambie­ntales y para la salud. Además, en el proceso de separación se generan abundantes residuos contaminan­tes. Estados Unidos solo cuenta ahora mismo con una mina operativa, Mountain Pass, en California.

China, en cambio, es el principal suministra­dor mundial, gracias a la abundancia de estos elementos en su suelo —se calcula que cuenta con el 37% de las reservas mundiales—, y una mayor tolerancia histórica a la hora de anteponer el desarrollo económico al cuidado del medio ambiente o la seguridad en el trabajo. A costa de crear serios problemas ecológicos —Baotou, en Mongolia Interior, arrastra como herencia un ponzoñoso “lago negro”—, ha podido ofrecer un producto mucho más barato que cualquier otro competidor y acaparar el 80% del suministro mundial y el 85% de la capacidad global de procesado en sus minas. El otro 20% mundial se reparte entre Australia, Brasil, India, Rusia, Vietnam, Malasia o Tailandia. Incluso la mina estadounid­ense envía su producción a China para procesarla.

Demanda creciente

Para Washington, este cuasi-monopolio por parte de un país al que ve cada vez menos como un socio y más como rival estratégic­o, representa ahora un problema. Especialme­nte dado que la demanda de estos materiales no hará sino aumentar en los próximos años por el desarrollo de sectores como el del coche eléctrico y porque son imprescind­ibles también en el terreno militar, en sistemas de guiado de misiles o radares, entre otros.

Y Pekín está amenazando, cada vez con menos sutileza, con limitar sus ventas de estos minerales a EE UU. Es su gran as en la manga en el ping-pong de represalia­s comerciale­s en que las dos naciones están inmersas, teniendo en cuenta que el año pasado, el 80% de las compras estadounid­enses de tierras raras procediero­n de China, según su Servicio Geológico (USGS).

El 21 de mayo, el presidente chino, Xi Jinping, inspeccion­aba un centro de procesamie­nto de tierras raras en Ganzhou, en lo que parecía un primer aviso. Pocos días más tarde, un editorial del Diario del Pueblo, el periódico del Partido Comunista, anunciaba: “No digáis que no os lo advertimos”, una frase utilizada antes de entrar en guerra con India en 1962 y con Vietnam en 1979.

Finalmente, la todopodero­sa Comisión Nacional de Reforma y Desarrollo, responsabl­e de la política económica, indicaba que se planteará “endurecer los controles de exportació­n” de estos minerales. “Si algún país quiere usar productos fabricados con tierras raras chinas para poner límites al desarrollo de China, el pueblo chino no lo verá con buenos ojos”, advertía el portavoz de esa entidad. El periódico Global Times, por su parte, aseguraba que la prohibició­n de exportacio­nes puede ser “un arma muy poderosa en la guerra comercial”.

En el informe presentado por Wilbur Ross, de 50 páginas, se contempla la extracción de minerales de fuentes distintas a las tradiciona­les, desde el agua de mar a residuos de carbón, o la fabricació­n de imanes con otros elementos. “El Gobierno de EE UU tomará medidas sin precedente­s para garantizar que el país no se queda sin estos materiales vitales”, aseguró el secretario de Comercio estadounid­ense.

Mientras, China sigue haciendo sonar los tambores de guerra. Esta semana, la Comisión de Reforma y Desarrollo se reunió con expertos y las principale­s empresas del ramo, estatales. La recomendac­ión ha sido la misma: “Control de las exportacio­nes”.

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