BMW se hace fuerte ante Trump
El fabricante alemán abre su planta más puntera en México, pese a los sobresaltos que sufre el sector por la política de EE UU
Primero fue la amenaza de cancelar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Después vino la de cerrar la frontera. La última, hace apenas una semana, tomó la forma de unos aranceles de hasta un 25% a las importaciones, finalmente desechados. Los dos años y medio de la Administración de Trump han provocado sobresaltos continuos a la industria automotriz mexicana. Y, sin embargo, estos no han bastado para detener la instalación de empresas del sector en México, catapultado el año pasado a la sexta posición mundial de países productores, por delante de Corea del Sur. BMW ha sido la última en aterrizar y lo ha hecho con su fábrica más puntera inaugurada hasta la fecha, señal de la confianza pese a las turbulencias.
Los robots de la fábrica de la empresa alemana tienen brazos, codos y manos. Hacen de todo. Uno de ellos, de color naranja, ayuda a un empleado de uniforme azul a apretar los tornillos de uno de los motores que circulan en cadena por la inmensa planta de ensamblaje. “Generalmente están detrás de una celda, pero estos no requieren barrera; colaboran con los trabajadores”, dice Carmín Rodríguez, gerente de producción, sobre una de las principales innovaciones de
la planta, inaugurada la semana pasada. Situada en San Luis Potosí, una ciudad del norte de México con una importante presencia del sector del automóvil, BMW comparte parque industrial con su competidora General Motors, presente en la zona desde 2008.
Grandes cifras
La inversión —unos 1.000 millones de dólares— y la extensión de la planta —420 campos de fútbol— da una dimensión de la apuesta. “Es una decisión estratégica, de largo plazo”, dijo la semana pasada el director de la fábrica, Hermann Bohrer, en una visita al que fue invitado este diario. Anunciada en 2014, mucho antes de la llegada de Trump a la Casa Blanca, la planta se pensó como un refuerzo para su hermana de Spartanburg (EE UU), cuya producción se preveía insuficiente para cubrir una demanda al alza, y también como una manera de distribuir la producción en distintos países y continentes.
México se impuso como la mejor opción. BMW tenía allí una red de proveedores de componentes y, más importante, el país combinaba bajos costes laborales con su participación en el TLCAN junto a Canadá y EE UU, destino del 74% de las exportaciones automotrices mexicanas. Esta receta de dos ingredientes ha empujado las cifras de producción desde que se suscribió el acuerdo comercial: de un millón de vehículos en 1994 a más de cuatro el año pasado, según datos de la Asociación Mexicana de la Industria Automotriz (AMIA), hasta suponer la quinta parte del PIB manufacturero.
La apuesta de BMW no está exenta de retos. El T-MEC, que reemplazará al TLCAN cuando tenga el visto bueno de los tres países firmantes, todavía tiene por delante una ratificación que se puede complicar, especialmente en el Congreso de EE UU, donde el desencuentro creciente entre demócratas y republicanos ha minado un camino que se preveía fácil. Por otra parte, la certidumbre jurídica que buscaba proporcionar el nuevo tratado ha quedado tocada por la última embestida de Trump. “Los inversores sabrían que las restricciones comerciales pueden surgir en cualquier momento y por cualquier motivo”, reza un análisis del banco BBVA, publicado después de la amenaza arancelaria y antes de que el presidente estadounidense declarara su “suspensión indefinida”.
Cuando el acuerdo entre en vigor, la industria tendrá un periodo de transición para adaptarse a unas reglas de origen más estrictas. “La interdependencia regional se reforzará a partir de la ratificación”, afirma un portavoz de la Asociación Mexicana de Distribuidores de Automotores (AMDA). El porcentaje del valor