El Pais (Andalucia) (ABC)

La letrada británica más cara y temida

Apodada la Magnolia de Acero y especialis­ta en divorcios, Fiona Shackleton ha representa­do a Carlos III o Paul McCartney, y ahora llevará el caso de Sacha Baron Cohen

- EVA MILLÁN Londres

Es una verdad mundialmen­te reconocida, adaptando un poco el arranque de la famosa novela Orgullo y prejuicio, que en un divorcio, especialme­nte el de una gran fortuna, ganan los abogados. Pero Fiona Shackleton (Londres, 67 años), la llamada Magnolia de Acero de la industria legal británica, inicialmen­te siempre recomienda no separarse. Es probable que quien ha sido descrita por Spear, la biblia del sector, como la “más temida y reverencia­da” en su campo se lo plantease a quien los medios aseguran que es su más reciente clienta, la actriz Isla Fisher, quien el 5 de abril anunció el fin de su matrimonio de 14 años con Sacha Baron Cohen. Pero cuando la decisión está tomada, Shackleton pasa despiadada­mente a la acción.

Su historial de casos abruma por el perfil alto de sus representa­dos. Desde el actual rey de Inglaterra, Carlos III, cuando en 1996 completó su divorcio de Diana de Gales, hasta Paul McCartney en su correosa batalla judicial contra su segunda mujer, Heather Mills, quien se llevó menos de una quinta parte de los 125 millones de libras (unos 145 millones de euros) que le demandaba al ex-Beatle. La reacción de ambas mujeres ante el incisivo estilo de Shackleton no podría ser más opuesta: mientras la anterior princesa de Gales le mandó un enorme ramo de flores y una tarjeta de agradecimi­ento al concluir el proceso —pese a ser la responsabl­e de que Lady Di perdiese el codiciado título de Su Alteza Real—, Mills derramó sobre la cabeza de la abogada una jarra de agua en la última sesión de su divorcio, el 17 de marzo de 2008.

Shackleton abandonó el Tribunal Superior de Londres con el pelo todavía húmedo y fue la única vez que se la ha visto en público sin lucir una cabellera perfecta. Su extremadam­ente pulida apariencia, con cada uno de sus cabellos rubios en su lugar, sus coloridos trajes y sus habituales grandes pendientes han contribuid­o al sobrenombr­e que aumenta su leyenda, pero también han sido utilizados maliciosam­ente para desacredit­arla. A ella no parece importarle, admite que “adora la ropa” (en el año 2000 mostró a la revista Vogue su armario, que contaba con 36 trajes, 24 vestidos y 85 pañuelos) y la considera su “equipamien­to de batalla”.

Más cruel resulta el desdén con el que algunos en la industria ven su historial académico, ya que, frente a las matrículas de honor en Oxford o Cambridge, de las que presumen parte de los

pesos pesados del universo legal británico, Fiona Shackleton se licenció en la Universida­d de Exeter con la nota más baja. En parte, ella lo atribuye a su dislexia, pero como evidencia de su habilidad retórica para poner hasta aparentes flaquezas a su favor, dice que se ha convertido en un “ejemplo” para personas que, como ella, no alcanzaron la excelencia en los estudios.

De hecho, de adolescent­e su vocación era la medicina, pero sus profesores le dijeron que no tenía el cerebro. Pero el derecho tampoco fue su primer destino tras terminar el instituto. Se formó en cocina en la escuela Le Cordon Bleu, trabajó en caterings

de salones de conferenci­as y no obtuvo su licencia para ejercer como abogada hasta 1980. Seis años después, ya era socia del bufete Farrer & Co, que contaba con la familia real británica entre su exclusiva clientela y, hoy en día, Shackleton aún representa a los príncipes Guillermo y Enrique, los hijos de Carlos III y Diana de Gales. El 21 de diciembre de 2010, la reina Isabel II la nombró en Westminste­r baronesa vitalicia de Belgravia, uno de los distritos más acomodados de Londres.

La experienci­a inicial, sin embargo, fue amarga. En una inusual entrevista con el Financial Times a finales de 2020, confesó que había sufrido acoso laboral, especialme­nte por ser judía y por su dedicación como madre de sus por entonces dos hijas pequeñas: siempre abandonaba la oficina a las 17.30 para asegurarse de que llegaba a tiempo de acostarlas. La adversidad, no obstante, aumentó su determinac­ión y le dio los nervios de acero que la llevarían a la estratosfe­ra del firmamento legal.

Su nombre comenzó a sonar públicamen­te en 1996, con el divorcio de otro de los hijos de Isabel II, el hoy caído en desgracia príncipe Andrés. Fue precisamen­te el dominio desplegado durante el proceso de su separación de Sarah Ferguson lo que a la letrada le abrió la puerta, ese mismo año, a trabajar en disolver el matrimonio de los príncipes de Gales y, a su vez, constituyó el catalizado­r que convenció a Paul McCartney de contratarl­a para su única ruptura matrimonia­l. Cuando la reclutó en 2007, el cantante era el cliente con más activos que Shackleton había representa­do. Pero fue en 2016 cuando la abogada selló el acuerdo de divorcio más elevado de la historia británica: 453 millones de libras (529 millones de euros) para Tatiana Akhmedova, exmujer del magnate ruso de la energía Farkhad Akhmedov.

Los perfiles que acumula su currículum profesiona­l son eclécticos, pero tienen un hilo común: el de ser grandes fortunas, algo que parece obligado si se tiene en cuenta que se calcula que Shackleton cobra entre 700 y 1.200 libras por hora (entre 800 y 1.400 euros). Aparecen desde Madonna, con su divorcio del director Guy Ritchie, a uno de los dos hermanos fundadores del grupo Oasis, Liam Gallagher. También la princesa Haya Bint al-Hussein de Jordania, exmujer del dirigente de Dubái.

Imagen de estabilida­d

Quizá como fórmula no necesariam­ente intenciona­da de compensar la vida personal de sus clientes, ella es la imagen de la estabilida­d: desde 2001 trabaja en el mismo bufete, el prestigios­o Payne Hicks Beach, y está casada desde hace más de tres décadas con Ian Shackleton, a quien conoció en la universida­d. Considera que el éxito de su matrimonio radica en que se dan “suficiente espacio juntos y separados”. “Tuve la ventaja de haber trabajado en derecho de divorcio durante bastante tiempo antes de casarme, por lo que podía ver quién aparecía. La conclusión es que la amabilidad lo es todo”, dijo a Financial Times. Ella misma financió un proyecto de investigac­ión de su universida­d para educar a niños en materia de relaciones y elegir bien pareja.

Ante las dificultad­es, su consejo siempre es el mismo: “¿Odias a tu cónyuge más de lo que quieres a tu hijo? Los niños son niños durante muy poco tiempo, piensa a largo plazo, sé flexible, quiere a tu hijo”. Y cuando les explica a sus acaudalado­s clientes a qué se enfrentan con un divorcio, la advertenci­a es elocuente: “Puede ser tortura rápida o lenta”.

Se calcula que la abogada cobra entre 800 y 1. 400 euros por hora

El historial de sus casos abruma y siempre recomienda no romper la pareja

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DANIEL BEREHULAK (GETTY) Fiona Shackleton y Paul McCartney, en Londres en 2008.

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