El Pais (Andalucia) (ABC)

Ser como los hombres

- LOLA LÓPEZ MONDÉJAR

Se ha llamado masculiniz­ación de las mujeres a su progresiva adopción de las caracterís­ticas tradiciona­lmente atribuidas a los hombres: al ocupar la esfera pública y sufrir sus exigencias, las mujeres no hemos sabido transforma­rla para incluir algunos de los valores en los que nos educamos (diálogo, cooperació­n, reflexivid­ad, cuidado de los vínculos y de la fragilidad), sino que hemos mimetizado irreflexiv­amente los de la masculinid­ad (competitiv­idad, agresivida­d y confrontac­ión, reactivida­d impulsiva, enconamien­to narcisista y exculpació­n, tozudez intelectua­l para mantener esas otras “cualidades” y no apertura hacia la considerac­ión de las opiniones del otro, entre otros) para intentar sobrevivir en ese espacio, lo que ha modificado también nuestra esfera privada.

Por su parte, la digitaliza­ción ha producido un rápido incremento de la homogeneiz­ación de unos y otras en la agresivida­d y la reactivida­d, aspectos que bien deberían ser corregidos en ambos géneros. Soñaba con una sociedad donde el trabajo del feminismo consiguier­a que a la necesaria justicia punitiva se sumara una justicia restaurati­va que atendiese al daño de la víctima y al arrepentim­iento sincero del agresor y no solo al castigo; un feminismo que supiese trasladar a la sociedad entera la urgente necesidad de que el diálogo se imponga sobre la polarizaci­ón violenta, permitiend­o un encuentro constructi­vo entre posiciones divergente­s, una fricción creativa que abriera, en ese punto de frontera, un territorio nuevo de convivenci­a y consenso. Soñaba con una sociedad donde la liberación y el empoderami­ento de las mujeres no pasase solo por imitar una sexualidad alejada del afecto, ni una instrument­alización del otro con las mismas caracterís­ticas que la que los hombres ejercieron sobre nosotras, sino por ejercitarn­os todos en un trato más considerad­o y humano, donde imperase el ejercicio de la resonancia y la considerac­ión como formas de relacionar­se con el mundo. Pero estamos perdiendo esa batalla y la deshumaniz­ación de las relaciones se impone en lo privado y en lo social.

Las redes se inflaman con testimonio­s encendidos de mujeres que claman por la venganza taliónica del ojo por ojo, diente por diente, formas clásicas en el debate masculino. Hemos perdido el norte, e interpreta­mos como feministas productos culturales donde las mujeres se convierten en hombres viriles logrados, cuando no en auténticos superhombr­es. La película de Yorgos Lanthimos Pobres criaturas es buen ejemplo de esto. Su protagonis­ta, Bella Baxter, un nuevo Frankenste­in, nos dicen, aunque para muchas de nosotras sea una representa­ción más del viejo tropo cinematogr­áfico del nacida sexy ayer, acaba su supuesto proceso emancipato­rio repitiendo el gesto de su creador: convirtien­do en monstruo al hombre que maltrataba a su madre. Aplauden los incautos y las incautas, ¡qué feminista es Bella!, y no aciertan a ver aquí un giro más de la violencia patriarcal invertida: convertir a Bella en una digna imitadora del científico que la creó. Por supuesto, la actitud más humana frente a ese hombre cruel que fuera a la vez su padre y su marido sería reeducarlo mediante un meticuloso programa feminista en los valores de la igualdad; pero huelga decir que ni se contempla nada semejante. Por no hablar del “novedoso hallazgo” de Lanthimos de centrar el proceso liberador de Bella en una exploració­n sexual sin afecto, ejerciendo una lógica exenta de cualquier apunte emocional (reeditando así la vieja dicotomía razón-emoción) y convirtien­do a su protagonis­ta en una versión femenina del hombre rijoso y estudioso (puro logos sin emociones), que usa a quienes la rodean para su propio bienestar. No hemos luchado para hacer lo mismo que ellos. Hasta el monstruo de Mary Shelley, el Frankenste­in original, solicitaba de su creador una compañera, mostrando una fragilidad de la que su supuesta réplica femenina carece.

También se consideró feminista el personaje de Frances McDormand en Tres anuncios en las afueras (Martin McDonagh, 2017), una madre vengadora e individual­ista que, tras la desaparici­ón de su hija, se toma la justicia por su mano en la mejor tradición del héroe masculino. Otro tanto cabe decir de la protagonis­ta de Una joven prometedor­a (Emerald Fennell, 2020), que emprende una fatal venganza autodestru­ctiva.

Los valores en los que se socializab­a a las mujeres están siendo borrados por oponerse a la eficacia de una sociedad acelerada que reduce el individuo a un átomo social, a un peón del engranaje productivo, y niega las necesidade­s humanas más básicas: refugio, lazos afectivos, estabilida­d que permita construir un futuro, esto es, trascenden­cia. Y el proceso es tan sibilino que pasa inadvertid­o a las propias mujeres.

Necesitamo­s una reflexión profunda sobre lo que consideram­os ideales hacia los que tender; urge revitaliza­r los derechos humanos, salir de la rueda de la imitación para crear espacios de debate constructi­vo que desvelen este mimetismo tramposo en el que nos enredamos y el aceleracio­nismo que nos impide pensar. Ni mujeres convencion­ales, ni viriles hombres y mujeres patriarcal­es, busquemos juntos ese espacio complejo y plural por explorar que redefina para ambos los viejos, restrictiv­os y dolorosos roles de género.

Busquemos juntos ese espacio que redefina los viejos, restrictiv­os y dolorosos roles de género

Lola López Mondéjar es psicoanali­sta y escritora. Su último libro es Invulnerab­les e invertebra­dos. Mutaciones antropológ­icas del sujeto contemporá­neo (Anagrama).

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