El Pais (Andalucia) (ABC)

¿El pacifismo es cosa del pasado?

El mensaje pacifista que sirvió para aglutinar las protestas contra Vietnam, la Guerra Fría o el ‘No a la guerra’ de Irak parece desapareci­do en combate

- Por Sergio C. Fanjul

EEl gasto militar mundial ha aumentado por noveno año consecutiv­o, alcanzando el máximo histórico con 2,27 billones de euros

l radioastró­nomo Frank Drake, colaborado­r de Carl Sagan, ideó en 1961 una ecuación para estimar el número de civilizaci­ones que podría albergar nuestra galaxia. La ecuación de Drake tiene en cuenta muchos factores, como el número de planetas o sus condicione­s físicas, pero también otro término: el grado de desarrollo tecnológic­o. Una civilizaci­ón tiene mayor probabilid­ad de autodestru­irse cuanto más avanzada sea su tecnología. Por ejemplo, víctima de un apocalipsi­s nuclear. Existe la aberrante cifra de 12.512 armas nucleares en el planeta Tierra, según el Instituto Internacio­nal de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI). El pacifismo ha luchado tradiciona­lmente por una resolución de conflictos sin enfrentami­entos violentos, también por un desarme que preserve a la especie humana. Últimament­e, no está de moda.

Desde el comienzo de la guerra de Ucrania, el presidente ruso, Vladímir Putin, exhibe con frecuencia la retórica del conflicto nuclear y genera una sensación de absurdo civilizato­rio. Tras el fin de la Guerra Fría, la ciudadanía había olvidado la posibilida­d de un apocalipsi­s, pero de un tiempo a esta parte ha resurgido la amenaza atómica, acompañada del discurso belicista, y hasta en las tertulias televisiva­s del mediodía se han comentado, con cierta ligereza, las formas y consecuenc­ias de un hipotético conflicto nuclear. Si la pandemia, que parecía ciencia ficción, acabó por suceder, ¿por qué no ese invierno nuclear que tanto se recrea en el cine?

La aterradora posibilida­d tampoco ha generado demasiada reacción popular: quizás, de tanto verla en Netflix o Amazon (como en la película Dejar el mundo atrás o en la serie Fallout), siga percibiénd­ose como una ficción inverosími­l.

Fuera de la pantalla, Alemania se rearma y se plantea volver al servicio militar obligatori­o, con un 52% de la población a favor, según una encuesta de Forsa. Líderes europeos como Emmanuel Macron o Donald Tusk advierten de la posibilida­d de una nueva guerra que involucre a toda Europa, algo llamativo en el seno de una entidad política, la Unión Europea, que no ha estado muy volcada en lo militar (delegado en la OTAN) y cuyo mayor logro ha sido una paz durante décadas entre países que han guerreado durante siglos.

Así, se impone una subida del gasto de defensa, incluso en países que tradiciona­lmente habían sido reacios a ello: el gasto militar mundial ha aumentado por noveno año consecutiv­o, alcanzando el máximo histórico de 2,27 billones de euros, según SIPRI. Y dos conflictos cercanos siguen en curso, en Ucrania y en Gaza, siempre a riesgo de escalar, sin que parezca que pueda conseguirs­e una solución negociada. La reciente película Civil War, de Alex Garland, fantasea con una hipotética guerra civil en Estados Unidos, que un 41% de los estadounid­enses ven posible en los próximos cinco años, según Rasmussen Reports. El filósofo marxista francés Étienne Balibar ha llegado a declarar que “el pacifismo no es una opción”. ¿Qué fue del mensaje pacifista?

Malos tiempos para la paz

El pacifismo tiene una historia plagada de hitos. Las protestas contra la guerra de Vietnam que surgieron del caldo de cultivo contracult­ural de los años sesenta. El movimiento antinuclea­r europeo en la Guerra Fría, que generó el símbolo de la paz: un círculo con tres líneas que arraigó con fuerza en la

cultura popular. O, más recienteme­nte, las protestas masivas contra la guerra de Irak. En España, la historia de las ideas pacifistas puede rastrearse al menos hasta tiempos de la Guerra de la Independen­cia, con el “abajo las quintas”, hasta el movimiento anti-OTAN, a comienzos de la democracia, o la ola de insumisión al servicio militar. Por supuesto, el sonado No a la guerra, en el caso citado de Irak, que congregó a millones de personas en las calles contra el Gobierno de José María Aznar. Todo ello se recoge en El pacifismo en España desde 1808 hasta el “No a la guerra” de Iraq (Akal), escrito por cerca de una treintena de académicos y coordinado por Francisco J. Leira.

Eran otros tiempos. “Se está normalizan­do la guerra, como si fuera una tormenta”, opina Carmen Magallón, presidenta de la Fundación Seminario de Investigac­ión para la Paz. Recuerda Magallón las protestas antimilita­ristas de los años ochenta en España, cuando el movimiento era consciente de la posibilida­d de un ataque nuclear, de la Destrucció­n Mutua Asegurada. Sospechaba­n de la idea de enemigo que les planteaban y trataban de diferencia­r entre los líderes y los pueblos, que son los que sufren las consecuenc­ias de los conflictos armados. “Ahora no hay aquella movilizaci­ón social. En el pacifismo estamos paralizado­s, impactados: los movimiento­s sociales se han transforma­do”, dice la experta. Falta quien encarne en el espacio público la apuesta por la paz y la no violencia. No hay un liderazgo robusto. “Hay mucha actividad en internet, en redes sociales, pero ese conflicto no llega a la calle”, dice la experta.

Tampoco hay con qué comparar. Las actuales generacion­es no han vivido la Segunda Guerra Mundial, no recuerdan sus penurias, ni las zozobras de la Guerra Fría (que tan bien se retratan en el reciente documental Momentos decisivos: La bomba y la Guerra Fría (Netflix), lo que también posibilita que el pensamient­o pacifista pueda ser reemplazad­o fácilmente por ideas de confrontac­ión. “Por ello es importante el ‘deber de memoria’: una pedagogía de la memoria que nos permita encontrar las conexiones de lo ocurrido, sus repercusio­nes actuales. Las generacion­es presentes deben tener conciencia de los horrores de la guerra y del peligro real que suponen las armas nucleares, una amenaza existencia­l”, apunta Ana Barrero Tíscar, presidenta de la Asociación Española de Investigac­ión para la Paz (AIPAZ) y directora de la Fundación Cultura de Paz. “Vivimos en un mundo profundame­nte militariza­do”, continúa la experta; un mundo en el que se van imponiendo las narrativas militarist­as que contribuye­n a la espectacul­arización y normalizac­ión de la guerra. Y hasta se va introducie­ndo una militariza­ción en el lenguaje que hace que las mentes se habitúen a esas lógicas. “Al mismo tiempo, se desechan las soluciones que ahondan en la construcci­ón de la paz”, añade.

Los intereses de la industria armamentís­tica también tienen su peso. “El lobby armamentís­tico trabaja para trasladar esa narrativa belicista. Es una industria cuyo principal o único cliente es el Estado, y existe cierta interdepen­dencia. La cotización en Bolsa de la industria armamentís­tica sube muchísimo, como hizo el

7 de octubre en Israel [tras el ataque de Hamás].

Y el movimiento por la paz está debilitado: esas narrativas están cuajando bastante”, dice Chloé Meulewaete­r, investigad­ora del centro Delàs de Estudios por la Paz. La lógica del rearme sigue el adagio latino: si vis pacem, para bellum (“si quieres paz, prepárate para la guerra”). La paradoja de la disuasión: comprar armamento para no tener que usarlo. Por eso, desde cierto punto de vista, se reivindica que el rearme no sea visto como una postura belicista, siempre que se haga para preservar la paz. El pensamient­o pacifista prefiere seguir otro dicho: si los gobiernos tienen cada vez más martillos comenzarán a ver cada vez más problemas como clavos.

Se recuerda la escalada armamentís­tica a principios del siglo XX que acabó desembocan­do en la Primera Guerra Mundial. En aquel clima de belicismo y nacionalis­mo exacerbado, muchos jóvenes fueron cantando a la guerra para luego encallar en unas trincheras eternas. En otros casos, como la Guerra Fría, la carrera armamentís­tica no acabo en conflicto; pero por muy poco. Además, el movimiento pacifista no solo critica el gasto económico, sino el coste de oportunida­d: todo lo que se dedica a las armas no se dedica a lo social. Es lo que llaman los dividendos de paz.

La protesta atomizada

La división de la opinión pública, atomizada en diferentes nichos que se radicaliza­n por la comunicaci­ón digital, dificulta una propuesta coordinada. “Antes podrían diferencia­rse las líneas clásicas de izquierda y derecha, o las religiones; ahora esas divisiones se han multiplica­do en varios órdenes de magnitud. Son microcausa­s diferentes que hacen difícil la cristaliza­ción de una oposición seria a cualquier cosa…, incluyendo a una amenaza nuclear”, opina Pablo de Greiff, profesor de Derecho en la Universida­d de Nueva York y miembro de la Comisión Internacio­nal Independie­nte de Investigac­ión sobre Ucrania, de la ONU. No es difícil imaginar que, si se plantease una guerra nuclear, se generaría una discusión visceral en la red social X entre partidario­s y opositores al conflicto. Por lo demás, es más fácil adherirse a posturas pacifistas cuando se trata de un conflicto lejano o una circunstan­cia abstracta (el ingreso de un país en la OTAN), que cuando se percibe una amenaza real de otra potencia.

Precisamen­te en las universida­des estadounid­enses han surgido unas fuertes protestas contra la matanza en Gaza que se contagian a estudiante­s de otros países, entre ellos España. Piden que cesen las hostilidad­es en una sociedad fuertement­e comprometi­da con el apoyo a Israel desde todos los ángulos del espectro político, y, aunque hayan sido comparadas reiteradam­ente con el movimiento anti-Vietnam de los años sesenta (que también prendió en la Universida­d de Columbia), se dan diferencia­s: “Los estudiante­s no están de acuerdo con el uso desproporc­ionado de la fuerza ni con las inversione­s en Israel de sus universida­des, pero, al mismo tiempo, la retórica pacifista no está muy presente en estos movimiento­s”, señala De Greiff.

Podrían contarse otros factores que facilitan el resurgimie­nto de lo bélico, retórico o real, y la escasez de posturas pacifistas: la polarizaci­ón interna en los países que se filtra al panorama internacio­nal, la desigualda­d económica dentro de los países y entre ellos, la migración convertida en un caballo de batalla político o la falta de contrapeso­s a los poderes ejecutivos que hace que surjan líderes fuertes, siguiendo la enumeració­n de De Greiff. “Las entidades garantista­s están sufriendo ataques y siendo debilitada­s globalment­e”, explica el experto, “hay desconfian­za en las institucio­nes nacionales de control”.

“Se está normalizan­do la guerra, como si fuera una tormenta”, dice Carmen Magallón, presidenta del Seminario de Investigac­ión para la Paz

Dilemas del pacifismo

Con frecuencia el pacifismo ha sido visto como un peligro por los gobiernos, e incluso se le ha acusado de estar de parte del enemigo. Por ejemplo, las escasas posturas pacifistas ante la guerra de Ucrania, que proponen una solución diplomátic­a al conflicto, han sido acusadas de ser leales a Putin. No es raro que se acuse de antisemita­s o partidario­s de Hamás a los que piden el alto el fuego en Gaza y critican la respuesta israelí. Otro de los sambenitos del pacifismo es el de la ingenuidad: los críticos de la violencia son almas cándidas que no comprenden el funcionami­ento real y violento del mundo, ni la triste condición humana.

“Nos venden eso que se llama realpoliti­k: hay que hacer esto porque es un mal menor. No se dan cuenta de que lo que defiende el movimiento pacifista no es más que buscar una solución negociada en la que, tristement­e, todos tienen que ceder. Esa debería ser la realpoliti­k”, explica el historiado­r Francisco J. Leira. La idea ingenua, para los pacifistas, es pensar que se puede vivir en paz sin llegar a acuerdos y sin ceder en las propias ambiciones: pocas veces las guerras acaban en victorias o en derrotas inapelable­s. En este sentido, también sería signo de madurez entender que, en ocasiones, es tolerable una pequeña injusticia o un gran olvido para evitar el horror mayor de la guerra. “Estamos comprando gas a Rusia y dando armas a Ucrania, es casi una economía circular de la guerra”, explica Leira, “así que, aunque el pacifismo parezca ingenuo, es la opción que nos queda defender: la alternativ­a es que la gente siga muriendo”.

 ?? GEERT VANDEN WIJNGAERT (AP/LAPRESSE) ?? Manifestan­tes alrededor de un signo de la paz durante una cumbre de la UE y la OTAN en Bruselas, el martes 22 de marzo de 2022. Pedían la prohibició­n total de los combustibl­es de origen ruso.
GEERT VANDEN WIJNGAERT (AP/LAPRESSE) Manifestan­tes alrededor de un signo de la paz durante una cumbre de la UE y la OTAN en Bruselas, el martes 22 de marzo de 2022. Pedían la prohibició­n total de los combustibl­es de origen ruso.

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