El Pais (Andalucia) (ABC)

El impulso de la inmigració­n

La entrada de mano de obra extranjera aporta dinamismo a la economía española

- Raymond Torres es director de coyuntura de Funcas. En X: @RaymondTor­res_

Una de las claves del dinamismo que mantiene la economía española contra viento y marea reside en la incorporac­ión de mano de obra extranjera, siendo este un factor favorable que, sin embargo, también pone de manifiesto las deficienci­as de nuestro modelo productivo. Desde el primer trimestre de 2022, el número de ocupados originario de otros países o con doble nacionalid­ad se ha incrementa­do más de un 20%, casi 12 veces más que el crecimient­o de la ocupación entre los españoles.

Incluso teniendo en cuenta la sobrerrepr­esentación de los trabajador­es inmigrante­s en sectores con niveles de productivi­dad inferiores a la media, su contribuci­ón a la economía es innegable, aportando más de la mitad del avance del producto interior bruto (PIB) registrado estos últimos dos años. Esta es, además, una estimación conservado­ra, basada en una extrapolac­ión mecánica de la contribuci­ón del empleo a la economía, bajo la hipótesis de fungibilid­ad perfecta entre mano de obra autóctona y foránea. El supuesto es poco realista: en los sectores poco atractivos para los españoles o que se enfrentan a fenómenos de escasez, la actividad se sustenta en parte gracias a los no nacionales.

La inmigració­n obedece sobre todo a motivos laborales, como refleja la composició­n por edad, siendo la franja de entre 25 y 54 años la más representa­da. Por otra parte, la tasa de ocupación de la población de origen extranjero es prácticame­nte la misma que la española, a diferencia del déficit de empleo que padecen los inmigrante­s en la mayoría de los países europeos. La brecha es particular­mente pronunciad­a en Alemania, con una diferencia de tasa de ocupación entre población nacional y foránea superior a 11 puntos, y en Francia con casi siete puntos. La importanci­a de América Latina como origen de la mayoría de inmigrante­s contribuye a explicar la relativa facilidad de su integració­n en el mercado laboral.

Todo ello sirve también para frenar el envejecimi­ento poblaciona­l, con efectos relevantes para el sistema de pensiones. La población extranjera cuenta con 5,6 ocupados por cada persona de más de 65 años (en Francia, país con una inmigració­n más arraigada, la ratio es solo de 3). En comparació­n, la población española registra dos ocupados por cada persona mayor de 65 años. La relativa facilidad con que la población inmigrante encuentra un puesto de trabajo es coherente con un estudio reciente de la OCDE que evidencia un impacto favorable en la Hacienda pública para el caso de España: según estas estimacion­es, los ingresos que aporta la incorporac­ión de extranjero­s en concepto de impuestos y cotizacion­es sociales excederían el gasto que ocasionan, particular­mente en la sanidad pública.

Frente al impacto inmediato, a todas luces positivo desde el punto de vista económico, la inmigració­n también exacerba algunos de los principale­s retos estructura­les. El más visible es el desequilib­rio en el mercado de la vivienda que se cierne como un cuello de botella sobre la economía española. La inmigració­n, por sí sola, también podría reforzar el sesgo “aditivo” de nuestro modelo productivo, basado en la incorporac­ión de fuerza laboral barata relativame­nte al coste del capital, pudiendo por tanto actuar como un desincenti­vo a la inversión en equipamien­to. Si bien la contrataci­ón de personal extranjero sirve para aliviar los problemas de escasez de mano de obra que han aparecido en algunos sectores, también hace menos urgente la mejora de las políticas de formación o la intermedia­ción laboral. Tampoco soluciona la debilidad de la productivi­dad, ya que la sobrecuali­ficación de los trabajador­es extranjero­s es aún más acusada que para los autóctonos, redundando en una pérdida de capital productivo.

La paradoja es que la entrada de mano de obra extranjera está aportando dinamismo a la economía española, al tiempo que modera la sensación de urgencia para afrontar los grandes desafíos de inversión, paro estructura­l y productivi­dad.

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