El Pais (Andalucia) (ABC)

Muere Alice Munro, maestra del relato breve

La narradora canadiense, que obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 2013, alcanzó la fama con sus cuentos, de gran profundida­d psicológic­a. La autora padecía demencia desde hace una década

- JORGE MORLA Madrid

La escritora canadiense Alice Munro, maestra del relato breve y ganadora del Premio Nobel de Literatura en 2013, murió el lunes por la noche en Ontario a los 92 años, informaba ayer el periódico canadiense The Globe and Mail. Según el medio, padecía demencia desde hace una década.

Ganadora también del prestigios­o premio Booker en 2009, la autora de libros de cuentos como

Las lunas de Júpiter, Escapada o

Demasiada felicidad era la gran “maestra del cuento corto contemporá­neo”, como la definió la Academia Sueca al entregarle el máximo galardón de las letras universale­s. Munro, que empezó a cultivar su escritura en la década de los cincuenta, usaba el tiempo libre que le dejaba la crianza de sus hijos para tramar sus historias, generalmen­te enclavadas en pueblos pequeños.

Primera canadiense en recibir el Nobel de Literatura, contaba entre sus grandes influencia­s con maestros como Tolstói, John Cheever, Carson McCullers o Flannery O’Connor, aunque siempre se compararon sus obras con las de Antón Chéjov. Como las del gran escritor ruso, las historias de Munro se centraban siempre en los senderos más oscuros de las relaciones entre personas, especialme­nte entre madres e hijas.

“¿Era importante que la historia se contara desde la perspectiv­a de una mujer?”, se preguntaba en una entrevista cuando le concediero­n el Nobel. En ella reflexiona­ba sobre su escritura, marcada, en su estilo, por la mirada femenina y, en su fondo, por las historias de las mujeres en un medio hostil como era el Ontario en el que vivió gran parte de su vida. “Quiero que mis historias sean algo que lleve a los demás a decir no

solo ‘oh, eso es verdad’, sino que sientan una recompensa de mi escritura, y eso no quiere decir que tenga que haber un final feliz ni mucho menos, sino que todo en la historia mueva al lector de tal manera que sientas que eres diferente cuando termines de leerla”, reflexiona­ba en aquella entrevista.

Muchos han confesado sentirse, como ella diría, “diferentes” tras leerla. Escritores como Margaret Atwood, Julian Barnes o

Joyce Carol Oates han confesado a menudo su admiración por ella. También Pedro Almodóvar, que en su Julieta (2016) amalgamó tres relatos de la canadiense.

Esa “verdad” a la que hacía referencia la conseguía con personajes genuinamen­te normales, no embarcados en grandes gestas, sino atravesado­s por dudas cotidianas, por malentendi­dos, por discusione­s, por pequeñas obsesiones o problemas médicos, en una suerte de odiseas íntimas que se convirtier­on en marca de la casa. Munro siempre defendió ese estilo de vida íntimo y calmado en la superficie como el gran pozo del que sacaba su inspiració­n. “Cuando vives en un pueblo pequeño escuchas muchas cosas, historias sobre todo tipo de personas”, confesaba en una entrevista a Paris Review en 1994. “La historia [del relato] Fits la saqué de un incidente real y terrible que ocurrió aquí: el asesinato y suicidio de una pareja de 60 años. En una ciudad, solo habría leído sobre ello en el periódico”.

En 2013 fue su hija Jenny, pintora, la que viajó a Estocolmo a recoger el Nobel, debido al ya entonces frágil estado de salud de la autora. El entonces secretario permanente del comité literario de la Academia, Peter Englund, dijo una frase que ya para siempre quedará asociada a Munro: “Es capaz de decir en 30 páginas más que un novelista corriente en 300”. La capacidad de síntesis eclipsaba un halago mayor: la aceptación del hecho de que Munro no era una escritora “corriente”. El gran premio ayudó a desvelar para el mundo en general el prodigio literario que la canadiense venía tejiendo para sus lectores. “Puede mover personajes a través del tiempo como ningún otro escritor puede hacerlo. Nadie más puede (o se le debe permitir) escribir como la gran Alice Munro”, dijo de ella Julian Barnes.

Nacida Alice Ann Laidlaw, la escritora se casó con James Munro, de quien tomó su apellido, en 1951, y se mudó a Victoria, en la Columbia Británica, donde regentaron una librería y tuvieron cuatro hijas. Se divorciaro­n en 1972 y Munro regresó a Ontario. Se casó por segunda vez con el geógrafo Gerald Fremlin.

Maestra de la forma, en palabras de Salman Rushdie, muchas de sus frases han quedado ya para la posteridad. Una de ellas no solo coronó su vida, sino que ha quedado cincelada en muchas conciencia­s: “La felicidad constante es la curiosidad”. Pero quizá la clave de todo la diera en una frase de un relato de Escapada: “Pocas personas, muy pocas, tienen un tesoro, y si lo tienes debes aferrarte a él. No debes dejarte asaltar y que te lo roben”. Alice Munro tenía el tesoro del relato, pero no se lo robaron: se lo cedió al mundo.

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GEORGE WALDMAN (CONTACTO) Alice Munro, en 2006 en el lago Hurón, en Goderich (Ontario, Canadá).

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