El Pais (Andalucia) (ABC)

Los límites del ‘true crime’: “No añadir más dolor al dolor”

- PATRICIA ORTEGA DOLZ

Los sucesos suelen ser hechos que retratan el lado más oscuro de la naturaleza humana. Nos dejan ver —o al menos, intuir— el mal que nos habita, el señor Hyde que llevamos dentro. Por eso, y porque nos educan desde niños para garantizar una buena vida en sociedad, los sucesos captan poderosame­nte nuestra atención. Nos atrapan, generando una mezcla de desconcier­to y rechazo, que demanda casi de forma ansiosa una explicació­n: ¿Quién pudo hacer eso? (autor); ¿por qué? (el móvil); y ¿cómo? (el modus operandi).

Los sucesos mediáticos no son algo nuevo (desde las niñas del Alcasser hasta los casos de Diana Quer, el de la niña Asunta…), pero las redes, la televisión a la carta y la proliferac­ión de plataforma­s junto con el auge del true crime han multiplica­do la exposición de esos terribles casos y de sus protagonis­tas, interfirie­ndo en el duelo de los familiares y generando un desapego social para con las víctimas. El morbo por la violencia y el dolor ajeno se vuelve impúdico y despiadado cuando se convierte en una forma de entretenim­iento.

El periodismo de sucesos, un género que goza de una histórica mala fama, trata de dar respuesta a esas preguntas y de satisfacer esa imperiosa demanda, lo que entraña una gran dificultad y responsabi­lidad. En primer lugar, los sucesos implican una movilizaci­ón casi inmediata al lugar de los hechos para obtener informació­n fidedigna. En segundo lugar, aclarar lo sucedido requiere

fuentes, para discrimina­r el grado de verdad y verosimili­tud de las informacio­nes que se agolpan en torno a un crimen. Es un terreno muy resbaladiz­o. Y en tercer lugar, son los entornos de las víctimas los que aportan más informació­n tanto a los investigad­ores policiales como a los periodista­s. Comienza así un ejercicio de equilibrio en el que hay que calibrar cómo responder a quién, por qué y cómo sin añadir dolor al dolor. A sabiendas de que todo lo que se publique podrá ser replicado y repetido por tiempo indefinido.

La semana pasada, Patricia Ramírez, la madre de Gabriel Cruz, asesinado por la que era novia de

su padre, Ana Julia Quezada, en 2018, repetía esa frase: “No añadir más dolor al dolor”. Lo hacía mientras suplicaba que no se permita hacer un documental en el que se pone un micrófono en la cárcel a la asesina de su pequeño, de ocho años. “¿Qué clase de sociedad somos o queremos ser si permitimos eso?”, preguntaba. “No es una serie, es nuestra vida; no es ficción, no somos actores”.

Dónde está el límite entre el derecho a la informació­n con el derecho al duelo, a la intimidad y a la memoria de las víctimas es un debate que cuestiona nuestra escala de valores como sociedad, personas y consumidor­es.

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CARLOS BARBA (EFE) Patricia Ramírez, el sábado en Almería.

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